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No dejó de temblar durante todo el trayecto. No se había sentido siquiera capaz de tomar el volante. Así que Lautano condujo, como en ocasiones ocurría, un tanto desconcertado esa era la verdad; jamás había visto a su jefe así: pálido, con semejantes ojeras y desmejorado en lo general.

Estaba al tanto de que la situación con su esposa no era sencilla; ser su escolta repercutía en estar al tanto de cosas a las que no buscaba enterarse y, debido a ello, estaba seguro de lo mucho que esa mujer le importaba, joder, bastaba verlo a su alrededor. Esa joven era su mundo, algo difícil de asegurar en un hombre que, durante todo el tiempo que llevaba de conocer, jamás había mostrado ni un ápice de sentimientos o predilección por alguien, en su definición, vivía desapegado, hasta ese momento.

*

En cuanto llegaron Kylian bajó de un brinco y corrió desesperado. Cuando iba a pedir informes, lo interceptó la madre de Sam.

—¿Cómo están? ¿Qué pasó? —preguntó de forma tropellada, sudoroso, desencajado. Madelene lo tomó de los brazos deteniéndolo, sus ojos vidriosos decían más de lo que quería saber. Negó aturdido mientras una lágrima resbalaba por su mejilla.

Las ultimas semanas estaban siendo una puta pesadilla, pero ese día un jodido infierno, uno que, lamentablemente él creó.

—Te llevo con ella, Ankel está ahí.

La siguió en silencio, transpirando, necesitaba verla. La mujer se detuvo frente a una cortina de urgencias, buscó su mirada, apretó su antebrazo y abrió para que pasara.

Kylian sintió sus piernas fallar, su vida tambalearse como nunca. Su pelirroja yacía recostada, pálida, llorosa sobre esa camilla blanca. Su hermano, que se encontraba a su lado, dejó de acariciar su cabeza al verlo entrar. Entonces Sam volteó y lo poco que lo sostenía terminó de derrumbarse.

—Los dejo solos —habló Ankel, saliendo de ahí un segundo después sin decir nada. Ninguno se movió durante un largo segundo, el mismo en el que quedaba claro todo lo que ya se había roto, lo que ambos padecían, el dolor que los sostenía.

Reuniendo el valor que ya no tenía, se acercó buscando su mano, pero esta la quitó evitando su contacto.

—Ya no está —logró decir Samantha con voz rota, arrugando con su puño la tela que cubría su vientre ahora vacío—. Ya no está —sollozó apretando los ojos, su cara enrojecida y trastornada por el dolor, lo hundió otro tanto. Sus ojos ardieron y negó asustado, asustado de verdad.

Ella y ese pequeño ser que debía cr3ecer seguro en su interior, eran su familia, pero frente a sus ojos estaba desapareciendo, él mismo los llevó a ese punto y jamás se lo perdonaría, nunca.

—Yo... —murmuró inseguro, Sam no volteó, ni siquiera parecía haberlo escuchado.

—Era mío, y ya no está. No está —prosiguió rompiendo en llanto. Aturdido con el rostro húmedo por las lágrimas de otra pérdida en su vida, terminó con la distancia que los separaba y la atrajo a su pecho. La mujer, su mujer, sujetó su camisa con fuerza y dejó salir el dolor, la impotencia—. No lo conoceré jamás, era mío, Kylian, era mío —continuó llorando mientras él, la apretaba contra sí, intentando absorber ese dolor que le sabía a ácido.

La sostuvo por largo rato, hasta que la cortina se abrió y un médico entró, entonces la revisaron en medio de un silencio cargado de angustia, donde ninguno habló mientras él sujetaba su mano, misma que ella apretaba con fuerza. Después de la explicación sobre el aborto espontaneo, pudieron darla de alta.

Cuando estuvieron solos de nuevo, una nueva grieta entre ellos surgió, ahora peor porque él sabía que no tenía derecho, que la vida le estaba aventando en la cara todo lo que hurtó, que solo había entrado a la existencia de esa mujer para arruinársela, para herirla de formas en las que quizá nunca olvidaría.

Solo para mí.  Serie Streoss I •BOSTON•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora