No cruces los rayos. Nunca cruces los rayos.

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—Pero ¿tú qué escuchas? —pregunté, adelantando el cuerpo para bajar la radio mientras Nayeon conducía de vuelta a casa.

This Little Light of Mine era demasiado alegre para las presentes condiciones atmosféricas.

Nayeon apretó el botón Scan.

—Yo qué sé. Se supone que es rock clásico.

—Ya. Bueno, ¿este coche es de segunda mano? —pregunté, pensando en el fiambre del maletero y en cómo habría llegado hasta ahí.

Todavía no había conseguido esclarecer si Nayeon había sido una viuda negra antes de conocernos. Sí, tenía el pelo negro y no hacía mucho que se lo había cortado. ¿Lo habría hecho para despistar, tal vez? Por no hablar de ese instinto asesino que la asaltaba antes del primer café de la mañana y que hacía de la conducción agresiva una alternativa práctica para encontrarte con una Nayeon más sana y feliz. Los muertos rara vez se paseaban por la Tierra porque sí. Era muy probable que el Muerto del Maletero hubiera sufrido una muerte violenta y, si llegaba el momento de tener que ayudarlo a cruzar, primero debía averiguar cómo y por qué.

—Sí —contestó sin prestar demasiada atención—. Al menos sabemos por dónde empezar con esa tal Janelle York. ¿Quieres que llame a tu tía? Puede que también valga la pena hablar con el forense.

—Por supuestísimo —contesté con aire despreocupado—. Y ¿dónde dices que lo compraste?

Se volvió hacia mí, frunciendo el ceño.

—Que compré ¿el qué?

Me encogí de hombros y miré por la ventanilla.

—El coche.

—En Domino Ford. ¿Por qué?

Levanté las manos para restarle importancia.

—Por curiosidad. Una de esas cosas tontas en las que te da por pensar de vuelta a casa después de trabajar en un caso sobre personas desaparecidas.

Abrió los ojos de par en par, horrorizada.

—¡Ay, Dios mío! Hay un muerto en el asiento de atrás, ¿verdad?

—Un momento, ¿qué? —dije, tartamudeando estupefacta—. ¿Cómo va a haber un muerto en tu coche? ¿Qué te hace pensar eso?

Me dirigió una mirada escrutadora cargada de recelo segundos antes de desviar el coche hacia una gasolinera y frenar con un chirrido.

—Nay, estamos a dos pasos de casa.

—Dime la verdad —exigió, después de haber estado a punto de conseguir que atravesara el parabrisas. Desde luego, no podía decirse que no le funcionaran los frenos—. Lo digo en serio, Sana. Vale que los muertos te siguen a todas partes, pero no los quiero en mi coche. Además, mientes de pena.

—No es cierto. —No sé por qué, pero aquel comentario me dejó consternada—. Miento de fábula, pregúntale a mi dentista. Está convencido de que me paso el hilo dental a diario.

Dejó el coche en la zona de aparcamiento y se me quedó mirando fijamente. Sin pestañear. Se las apañaría bien en la cárcel.

—Te lo prometo, Nay —dije al fin, tras convertir un suspiro en una interpretación sublime digna de Broadway—, no llevas un muerto en el asiento de atrás.

—Entonces está en el maletero. Hay un cuerpo en el maletero, ¿verdad?

Me hizo gracia el tono aterrorizado de su voz. Hasta que salió disparada del coche.

Segunda Tumba a la Izquierda (Sahyo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora