Tequila

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El sol caliente le quema la piel de los brazos, ahí donde olvidó colocarse protector solar por estar llegando tarde a grabar algo con marketing. A Max no le molesta —demasiado— tener que cumplir con sus tontos retos como en Las Vegas, con los trajes ridículos y todo, así que pone su mejor sonrisa al tomar asiento en el sofá.

Se mete a su celular en lo que Checo llega, es bien sabido que el hombre tiene una tendencia a llegar un poco tarde a cualquier cosa que no sea una carrera. Abre X en su cuenta privada curioso de ver qué hay en la aplicación el día de hoy, de inmediato su pantalla se llena de fotos y videos del segundo piloto de Red Bull, hace que un suspiro soñador escape de sus labios. Negará ante cualquiera que sigue un montón de cuentas que se dedican a postear sobre Sergio, después de todo, es un gran secreto lo mucho que le gusta el mexicano.

El motivo de sus suspiros entra por la puerta con esa misma sonrisa amable de siempre, Max se apresura a apagar su celular para que no pueda ver qué su pantalla está llena de imágenes suyas. Checo luce increíble con la playera de Red Bull y los pantalones cortos, aunque preferiría verlo sin la gorra. Se sienta relajado, con los lentes de sol sobre la mesa frente a ambos y le dedica una de sus encantadoras sonrisas, hace cosas en el corazón de Max.

Max se pone sus lentes de sol y pasa la entrevista diciendo frases tontas de doble sentido, empapándose de felicidad al ver que por más estúpido que se escuche, hace reír a Sergio. Lanza discretas miradas al notorio bulto en la entrepierna de su compañero de equipo y al terminar, toma un largo trago de su Red Bull para calmar un poco los nervios de tener toda la atención de Sergio sobre su persona. El equipo de marketing empieza a dispersarse una vez terminan por el día, aunque Max desea que el momento se alargue por otros minutos, poder disfrutar solo un poco más de la brillante sonrisa de Sergio solo para él.

Para su suerte, el mexicano le pide con amabilidad caminen juntos. Jura que sus ojos brillan con la emoción de pasar más tiempo a su lado, bromean sobre la falta de seriedad de Max en la entrevista de camino a la habitación de Sergio. Entran, trata de no curiosear demasiado mientras su compañero va a la cocina, su corazón late nervioso en su pecho.

—¿Quieres algo de beber? Tengo una botella de mi tequila aquí en alguna parte.

—Hombre, no. La última vez que bebí tequila acabé vomitando todo el día siguiente.

—El gran Max Verstappen —Checo dice con burla—, vencido por un simple licor mexicano.

Hace un puchero mientras Sergio se ríe a costa suya, ese lado competitivo suyo picado por la cariñosa broma de su compañero. —Bien, sírveme un trago.

—A huevo que sí.

Sergio le da un vaso con una deslumbrante sonrisa, el primer sorbito casi hace que se arrepienta de su decisión. Estando ambos sentados, la conversación fluye con facilidad; entre risas y pequeños tragos de sus bebidas, recuerdan la época cuando Max era tan solo un rookie tratando de comerse el mundo entero, con talento y dedicación corriendo por sus venas, impresionó a todo el mundo en muy poco tiempo.

Pasan unas dos horas, Max siente su cabeza flotando felizmente por el alcohol ingerido, no tanto como para tenerlo borracho pero si el suficiente para no entrar en pánico por la forma en que su cuerpo se inclina en el espacio personal de Sergio más de lo que debería ser aceptable. Sus ojos caen con más frecuencia sobre los labios del mexicano, quién luce más sobrio que él aunque de igual forma relajado, orbitando alrededor del otro como atraídos por imanes.

Sus vasos están olvidados sobre la mesita del centro, la botella de tequila Patrón medio vacía acompaña el desorden de limón, sal y servilletas usadas. Sergio está tratando de contarle alguna anécdota divertida entre risitas que sacuden su cuerpo y achican sus ojos producto de su sonrisa. Max siente perder el aliento por la irreal belleza del hombre frente a él, tan inconsciente del tumulto de sensaciones que le provoca al más joven con una simple mirada.

El corazón le late fuerte en el pecho y lo llenan unas abrumadoras ganas de besarlo, quiere sostenerlo lo más cerca posible, sentir sus corazones latiendo al unísono y solo tal vez, descubrir a que saben sus labios y que sonidos puede sacar de su cuerpo si se atreve a dejarse llevar por sus más profundos anhelos.

—¿Max?

—Si. —Debe sonar un poco idiota, pero Checo sonríe de todos modos, con esa adorable expresión confundida que ha visto tantas veces antes en entrevistas. Se acomoda un poco más cerca de él, recargando su rostro en el respaldo del sofá; sus ojos no abandonan los de Sergio, cafés con un leve toque de verde, preciosos.

—Pareces ebrio.

—Estoy bien. Me siento un poco, eh, flotante.

Checo ríe. —Si, sé a qué te refieres. —Ambos permanecen en silencio unos momentos, Max siente que se inclina un poco más hacía él y algo cambia en los ojos de Sergio. —Por Dios, Max. Deja de mirarme de esa manera.

—¿Qué manera? —Un exaltado latido hace que le tiemblen las manos, algo magnético y peligroso flota en el ambiente.

—Así, tienes unos ojitos preciosos, encantadores y bellos. Luces igual que un ángel. —Sus rostros se acercan, Max permanece con la mirada perdida en su boca, separados a penas por un par de centímetros. —¿Puedo?

Asiente, sus ojos se cierran en el momento que sus labios hacen contacto por primera vez. Es un beso casto y dulce, un simple contacto de labios que enciende fuegos artificiales en su pecho mientras el calor se acumula en su vientre bajo; la barba de Sergio raspa un poco cuando mueve el rostro para tener un mejor ángulo, Max siente que podría morir ahí mismo.

A los pocos segundos se separan y el neerlandés se siente tímido, desvía el rostro con un obvio tinte rosa sobre las mejillas, con el fantasma del beso compartido todavía sobre sus labios. Un par de dedos lo toman del mentón para voltear su rostro de regreso a Sergio y sus labios se conectan una vez más. Lento y suave, danzan juntos provocando todo un huracán de sensaciones en el cuerpo de Max.

En un segundo está jadeando contra la boca de Sergio, sintiendo los labios arder igual que sus mejillas y su corazón desbocado en su pecho. Al siguiente, está sentado sobre los muslos de Sergio, pecho con pecho, siente la fuerza de los músculos debajo de sus piernas y sabe bien lo trabajado que es el cuerpo de su compañero, pero aún así lo sorprende. Sergio es más bajito y de alguna manera logra verse más grande que él, sus manos sobre las suyas lo hacen sentir pequeño.

Sergio lo hace colocar sus manos sobre sus hombros, Max se aferra al material de su camisa al volver a besarse. Caliente, demandante, perfecto; así se siente cada beso compartido con Sergio, le roba el aliento y lo lleva a ver estrellas con la forma en que su lengua devora su boca con hambre. Se besan por lo que parecen horas, hasta que la piel de Max pica por el constante roce de su barba y a Checo se le entumen las piernas por la falta de circulación.

Al despedirse, Max se atreve a robar un último pequeño beso de los labios del mexicano, quién solo le sonríe encantado. Todo el camino de regreso a su propia habitación Max prácticamente corre con más energía que si se hubiera tomado diez Red Bull en cinco minutos. Está feliz, todavía incrédulo de todo lo que sucedió.

Se encierra en su habitación y se lleva la mano al rostro, la comisura de su boca todavía arde y está empezando a amar la sensación de leve dolor si eso implica besarse mucho más con Sergio. Se pregunta que más cosas vendrán después, y que significa esto para su tumultuosa vida. Sonríe, debe comprar un tequila Patrón pronto, solo para tener un recuerdo más de lo sucedido. Después de años de tratar de ignorar el sentimiento, finalmente pudo besar a Sergio.

¿Qué puede ser mejor que eso?

Déjame saborear el licor de tus labios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora