GORRAS NEGRAS.

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La brisa fresca golpeaba su cara, colándose por la ventana del patrulla y aliviando el calor que ya se hacía presente; la primavera comenzaba a llegar a su fin y dentro de poco el verano empezaría a reinar las calles.

Muy probablemente esa sería la principal razón por la que los delincuentes decidieron tomarse un descanso de atentar contra la ley y otorgarles un día de paz a los agentes, que agradecían aquello, porque siempre era bienvenida, y más aún considerando el clima bochornoso que los acogía.

El sol se estaba poniendo en el horizonte, marcando la venida de la noche, y aunque normalmente eso significaría que su turno había terminado, esa semana no, porque parte de la malla estaba de vacaciones y la agenda suya tuvo que ser modificada, obligado a hacer más horas diurnas, viéndose forzado a patrullar con su superior en lugar de su binomio ordinario.

El humo del cigarro de ambos formaba nubes en momentos puntuales, que rápidamente se disolvían en el aire, sin oportunidad de obstruir la vista. Una cajetilla compartida y mechero desgastado, dos objetos canalizadores de ansiedad acumulada a lo largo de las jornadas.

Los temas de conversación se habían acabado horas atrás, quedando en un silencio cómodo, a la espera de un nuevo aviso al que acudir y así matar el aburrimiento, aprovechando su privilegio como personas al mando.

Las calles estaban vacías de transeúntes, que preferían quedarse en sus casas huyendo del ardor de las aceras, pues sumado a la humedad del mar, parecía que podrían derretir los zapatos de quien se atreviera a poner un pie sobre ellas.

Sin saber qué más hacer, Gustabo decidió que sería buena idea encender la radio. La frecuencia general marcaba una canción antigua, de hacía unos años atrás, formando una burbuja de confort.

Con el semáforo en rojo se dejó llevar por la melodía, tarareando al ritmo de la copla en la manera que él solía hacer, inventándose la letra con pequeñas onomatopeyas, y sin cantar realmente, mosqueando al más mayor por las incongruencias que se atrevía a lanzar.

— Lo estás diciendo mal — gruñó con obviedad, todavía sin mirarle.

Si había algo que Conway detestaba era la manera en la que nunca sabía entonar una canción correctamente, ni tampoco se tomaba el tiempo en hacerlo, y eso, el rubio, lo sabía desde hacía mucho.

— Lo importante es el ritmo.

Se excusó, arrancando el patrulla con el cambio de luces, y dejando asomar una pequeña sonrisa, delatando su objetivo de hacer enfadar a su compañero al lado.

— Encima sigues sin saber pronunciar inglés.

Porque daba igual las veces que el mayor se hubiera sentado con él a enseñarle una de las lenguas más fáciles de aprender, continuaba teniendo un acento rasgado, procedente de Dios supiera donde. Ya llevaba muchos años en esa isla como para seguir manteniendo esos dejes españoles, que aunque se habían vuelto una marca personal, debía aprender a quitarse, pues acababa siendo producto de burla de ciudadanos sin sentido común.

— Yo de joven hacía cosas más interesantes que aprender tú idioma.

Se defendió entre risas y apagando el cigarro contra la puerta del vehículo, viendo cómo el otro imitaba sus acciones, dejando que las colillas cayeran al asfalto de la carretera.

— ¿Cómo qué? — se atrevió a inquirir mientras bajaba el volumen de la sonora, para que no fuera un impedimento.

Gustabo se quedó callado por un momento, pensativo acerca de qué revelar sobre su pasado, no porque no tuviera confianza con Conway, sino porque ya le había dicho prácticamente todo lo que pudiera, y necesitaba encontrar una excusa perfecta por la que explicar los escasos, por no decir nulos, estudios que tenía.

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⏰ Last updated: Mar 23 ⏰

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GORRAS NEGRAS | GUSTABO ONE-SHOT Where stories live. Discover now