Diario de Leia

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A pesar de que no era lo correcto, mis oídos estaban bien abiertos escuchando lo que Leia nos estaba contando y es que, al parecer, ya nos había contado su secreto hacía ya un tiempo, pero nosotros no habíamos sido capaces de verlo, más que nada, porque faltaban los detalles.

Hasta este punto de la historia, hemos escuchado secretos de todo tipo, desde algunos más absurdos hasta otros más serios, pero, sin embargo, el de Leia, me parecía el más justificable.

Su historia empezaba en el colegio y con su grupo de chicas pijas. Para ser más exactos, las típicas chicas que, si un día les da por ahí, te dan la espalda y es muy difícil volver a convencerlas para que volváis a ser amigas. Leia estuvo durante muchos años en aquel grupo tóxico en el cual solo se aprovechaban de ella. Le pedían cosas, desde que les diera un poco de su almuerzo, hasta tener que recorrerse todo el recinto en busca de un profesor para preguntarle una duda que no era ni suya. Leia siempre había sido una niña muy buena e inocente, por eso nunca se daba cuenta de que sus amigas realmente no la querían.

Cuando entró en el instituto, Leia comenzó a madurar y a darse cuenta de que sus supuestas amigas siempre la estaban dejando de lado y no le dejaban enterarse de ningún tipo de cotilleo. Aunque hubieran pasado los años, aquellas chicas seguían siendo igual de insoportables, por lo que antes de que la humillaran públicamente, Leia las dejó de lado y se fue por su camino. El resto de sus años de la ESO los pasó sola, pero no le importó, al menos ya no tenía que aguantar la misma mierda todos los días.

Sus padres se quedaron sorprendidos al ver como de un día a otro se había quedado sin amigos. Cuando era pequeña, en los cumpleaños, siempre se reunían en casa de Sofía, una de las muchas chicas de su grupo, y no admitían la entrada a ningún padre, por lo que los padres de Leia nunca pudieron fijarse en la manera en la que estas chicas trataban a su hija.

En el momento de iniciar bachillerato, Leia se topó por la calle con un chico que no había visto antes, al fin y al cabo, la ciudad era muy grande. Era más o menos de su edad, vestía con un pantalón ancho de color azul oscuro y una sudadera blanca sin ningún tipo de logo o dibujo. Su cara era preciosa, con unos ojos cafés, una sonrisa limpia y muy amplia y una nariz casi perfecta. El pelo lo tenía marrón y medio rizado. Su nombre era Emilio y Leia nos lo describía como si fuera la persona más guapa del mundo. Nunca la había visto de aquella manera.

- Hola -. Leia le saludó sin motivo. En su cabeza había deseado tanto el poder saludarle que sin darse cuenta lo había hecho en voz alta.

- ¿Es a mí? -. Preguntó Emilio desconcertado.

-Sí, perdona. No hace falta que te pares a hablar conmigo -. Leia estaba roja como un tomate. No había pasado tanta vergüenza en su vida.

-Tranquila. Soy Emilio, ¿Y tú? -. El chaval era simpático.

Desde ese día, comenzaron a quedar con frecuencia y siempre que se veían, a Leia se le dibujaba una sonrisa tonta en la cara. Nunca se imaginó que pudiera llegar a encontrar a alguien así.

Una vez, mientras tomaban algo en una cafetería, Emilio le contó a que se dedicaba su padre.

- ¿¡Director de cine?! -. Se sorprendió Leia.

Emilio le mandó callar al ver que varias de las personas que se encontraban tomando su café, se giraron a mirarle con mala cara.

- Sí, pero baja el tono.

- Que guay. A mí siempre me ha gustado mucho el cine, sobre todo cuando mis amigas me dieron de lado. En ese momento fue cuando lo conocí y lo cogí como mi momento mágico del día. Ese momento en el que coges la manta, te tumbas en el sofá, le das al play y te relajas mientras ves algo que te gusta. No sé si en un futuro quiero dedicarme a eso, pero es una opción -. Contó Leia apasionada.

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