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Era ese día

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Era ese día. El día que Tobio Kageyama perdió todo. Su madre había fallecido. El cáncer se la arrebató.

¿Antes de eso? Su vida era más que perfecta. Era un niño feliz, querido y amado. Vivían cómodamente y la vida nunca había parecido injusta con él.

Hasta que vió a su madre desvanecerse en el suelo, mientras jugaban juntos. Ese día nunca se lo iba a poder borrar de la cabeza. Los sirvientes corrieron a levantar a la señora de la casa. Fuyumi era un mujer frágil, y eso Tobio lo sabía. Pero verla caer al suelo, cin el rostro pálido...

Verla en una camilla de hospital, mirando la ventana...

Verla cada día más delgada, demacrada y débil...

Verla usar un gorro por la pérdida de pelo...

Y verla en un ataúd.

Eran cosas demasiado diferentes y complicadas para un niño de nueve años.

Eran cosas demasiado diferentes y complicadas para un niño de nueve años

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El azabache caminó hasta la floristería. Entró y miró el lugar lleno de plantas que parecía una selva. Era la primera vez que iba a ese lugar, pero la floristería de confianza a la que iba, la que durante los últimos dieciséis años hizo el ramo para su madre, había cerrado. Y ese doloroso decimosexto aniversario no podía presentarse ante su tumba con las manos vacías.

Tropezó con una maceta.
Casi tira la maceta.
Hasta que alguien la detuvo.

-Con cuidado.- Escuchó la voz. La maceta era demasiado grande, tuvo que girar todo su cuerpo para ver a un chico de hermosas hebras pelirrojas sostenerla.
-Lo siento mucho...- Se disculpó.
-Está bien, adelante...- El bajito chico caminó hasta la caja registradora, Kageyama lo siguió. Una vez el joven se paró ahí, Tobio pudo apreciar.

Llevaba una venda blanca sobre los ojos.

-¿En qué te puedo ayudar?- Sonrió el chico.
-Necesito una corona de flores. Rosas blancas, por favor.- Dijo seriamente. El chico sonrió.
-Claro... Acompáñeme.- Tobio caminó detrás de él. Llegaron a la parte trasera. Si la entrada parecía una selva, ese lugar era el mismísimo Amazonas. Estaba infestado de plantas.

-Adelante. Escoja las rosas que usted quiera.- Sonrió.
-¿No... No lo hará usted?- Escuchó su risa, una risa muy dulce.
-Puedo saber que son rosas por su olor, pero no puedo verlas. Usted escoja las más bonitas.- El azabache se sintió avergonzado.

-Claro...- Se dispuso a tomarlas. Una vez tenía cerca de treinta rosas en las manos, se las dió al joven.
-Disculpe si lo ofendo... ¿Pero por qué la venda?- El pelirrojo suavizó su sonrisa.
-Porque no puedo ver.-

Tobio miró como, pese a que Shoyo no veía nada, colocaba rosa por rosa con delicadeza y cuidado

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Tobio miró como, pese a que Shoyo no veía nada, colocaba rosa por rosa con delicadeza y cuidado.

Eran movimientos muy elegantes y finos. Como si fuera un bailarín de ballet.

-¿Cómo sabe como armar la corona?- Se preguntó para sí mismo.
-Lo siento. Puedo sentir donde ya puse una flor...- Respondió. El azabache se avergonzó, había hablado demasiado fuerte.

-Listo...- El menor se asomó a ver la corona. Era muy hermosa.
-Vayamos a la caja para que pueda cobrarle.- Le sonrió nuevamente.

Una vez ahí, Kageyama no podía evitar ver los suaves movimientos de sus manos. Eran muy delicados y cuidadosos incluso al tratar con la computadora.
-Tiene manos muy bellas.- Dijo él. El pelirrojo saltó en su lugar, mientras sus mejillas se coloreaban de carmín.
-Muchas gracias...-

-¡Shoyo!- Gritaron desde la puerta. Ambos hombres dirigieron su vista al lugar. Una preciosa chica de cabello pelirrojo estaba ahí parada. Era muy parecida al chico.
-Ya llegaste, Natsu.- Le sonrió.
-¡No me trates de cambiar el tema! ¡La señora Yamada me dijo que saliste a la calle solo otra vez!- Le respondió ella. Tobio pudo apreciar que llevaba el uniforme de la secundaria. Asimismo, llevaba en la espalda su mochila.
-Solo necesitaba ir por abono, no es para tanto.-
-¡¿Cómo que no es para tanto?! ¡¿Cómo que no es para tanto?!- Preguntó ella molesta.

-Natsu, luego me regañas. Estoy atendiendo a un cliente.- Ella al fin notó la precencia de Tobio.
-¿Lo llevaste atrás?-
-Solo para que escogiera sus flores.- Ella hizo una ruidosa queja.
-¡Pero solo debes hacer eso si estoy yo!- Reclamó ella.
-Natsu.- La regañó.
-Shoyo.- Le resongó. El pelirrojo suspiró antes de continuar con lo que hacía en la computadora.

La chica volteó los ojos y entró a la casa contigua a la floristería.

-Lamento eso... Mi hermana puede ser muy testaruda.- El azabache sonrió.
-Está bien, lo entiendo. Yo también tengo una hermana testaruda.- El pelirrojo sonrió.

Tobio pagó, tomó su corona de flores... Y antes de marcharse...

-Disculpa... ¿Cómo se llama?- Dijo él.
-¿M-mi hermana?-
-No. Usted.- El chico sonrió.
-Shoyo. Hinata Shoyo.-

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Gardenia {KageHina} HIATUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora