• ROMPIENDO BARRERAS

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Pasaron los días y cada uno de ellos parecía más pesado que el anterior. No había ni una sola palabra entre nosotros desde ese momento en la camioneta. Su silencio era como un muro entre nosotros, uno que no podía atravesar. Me encontraba en un estado de constante incomodidad, preguntándome qué estaba pasando por su mente, qué la estaba perturbando tanto como para cerrarse de esa manera.

Por mi parte, no quería insistir. Odiaba la idea de tener que rogar por su atención o por una explicación. Si ella no quería hablar, estaba bien para mí. Prefería mantener mi distancia y dejar que ella decidiera cuándo estaba lista para abrirse. Sin embargo, cada día que pasaba sin una palabra suya, sentía como si una parte de mí se desvaneciera, como si estuviera perdiendo una batalla que ni siquiera sabía que estaba librando.

Intenté ocuparme con mis propios asuntos, sumergiéndome en el trabajo y manteniendo mi mente ocupada en cualquier cosa que no fuera ella. Pero, en el fondo, su silencio me pesaba como una losa. No sabía cómo abordar la situación, qué decir o hacer para romper ese hielo que se había formado entre nosotros. Y así, los días seguían pasando, cada uno más sombrío que el anterior, mientras ambos estábamos atrapados en nuestro propio mundo de silencio y desconcierto.

Sentía una creciente ira cada vez que pensaba en Oliver. Estaba convencido de que él tenía algo que ver con la perturbación de ella, pero aún no podía entender exactamente qué había sucedido en esa fiesta. Quería confrontarlo, quería golpearlo hasta hacerle pagar por cualquier cosa que hubiera hecho para lastimarla. Pero, por desgracia, mi posición como su guardaespaldas me ataba las manos.

Era frustrante sentir esa impotencia, saber que no podía hacer más que observar desde la distancia mientras ella sufría en silencio. Me dolía verla así, pero no podía hacer nada al respecto. A veces, la sensación de ser solo su guardaespaldas y no poder ser más que eso me resultaba abrumadora. Sin embargo, me obligaba a mantener la compostura, a ser su apoyo silencioso incluso cuando lo único que quería era protegerla de todo lo que la estaba lastimando.

Cada día que pasaba, mi frustración crecía. No solo por la impotencia de no poder intervenir en su situación personal, sino también por el hecho de que ella misma parecía cerrarse en sí misma, negándose a compartir sus sentimientos o preocupaciones conmigo. A pesar de estar tan cerca de ella físicamente, emocionalmente nos encontrábamos en mundos completamente diferentes.

Por las noches, cuando todo estaba en calma y el silencio invadía la casa, me encontraba reflexionando sobre mi papel en su vida.

¿Era solo su guardaespaldas, o había algo más profundo entre nosotros? ...

Me resultaba difícil ignorar los momentos íntimos que habíamos compartido, como si hubiera una conexión especial entre nosotros que trascendía las barreras profesionales.

Sin embargo, sabía que no podía cruzar esa línea. Debía mantenerme firme en mi deber de protegerla, aunque eso significara mantenerme distante emocionalmente. Pero a veces, cuando la veía sufrir en silencio, deseaba poder consolarla, abrazarla y asegurarle que todo estaría bien.

El reloj marcaba las horas con una lentitud exasperante, como si el tiempo mismo se hubiera detenido para observar el drama que se desenvolvía en nuestra casa. Cada tic-tac resonaba en la habitación, acentuando la sensación de quietud que parecía envolverlo todo.

Mientras tanto, los rayos del sol se filtraban a través de las cortinas entreabiertas, creando patrones de sombra y luz que danzaban en las paredes y el suelo. Era como si el universo mismo estuviera tratando de comunicarse con nosotros, enviándonos señales en forma de luz y sombra, tratando de desentrañar el misterio que nos envolvía.

En medio de todo esto, yo estaba en la sala de estar, perdido en mis propios pensamientos. El humo del cigarro se elevaba en espirales, dibujando figuras caprichosas en el aire y llenando la habitación con su aroma penetrante. Cada inhalación era un escape momentáneo de la tensión que parecía pesar sobre mis hombros, una pequeña pausa en el torrente de emociones que amenazaba con abrumarme.

Ella descendió las escaleras con pasos lentos y cautelosos, como si estuviera tratando de evitar hacer ruido. Su presencia llenaba la habitación con una atmósfera cargada de emociones no dichas. No intercambiamos ni una palabra, solo nos miramos brevemente antes de que ella se dirigiera directamente hacia la cocina.

Su silencio era ensordecedor, resonando en el aire como un eco de los pensamientos no expresados que parecían pesar sobre ella. Me quedé en la sala de estar, observándola mientras desaparecía por el umbral de la puerta de la cocina.

Al entrar en la cocina, el silencio que nos rodeaba parecía casi tangible, como una gruesa capa de niebla que envolvía cada rincón. Decidí romper ese muro de silencio que se interponía entre nosotros, y sin pensarlo mucho, dejé que la frustración y la incomodidad tomaran el control de mis palabras.

Apagué mi cigarro antes de enfrentarla, consciente de que mi presencia podría haberla incomodado. Me quité los guantes con un gesto brusco y me dirigí directamente hacia ella. Con un tono que revelaba más irritación de la que pretendía, le espeté: -¿Vas a seguir con esa actitud?-. Reconocí en ese momento que mi enfoque no era el más adecuado, pero la frustración de no poder comunicarnos adecuadamente me llevó a expresarme de manera más abrupta de lo habitual.

Su sorpresa fue palpable en su rostro, pero en lugar de responder, intentó esquivarme y escapar. No obstante, no le permití eludir la conversación. Con un tono más firme esta vez, expresé mi frustración de manera directa: -Ya me cansé de tu actitud de mierda !- Ella bajó la mirada en respuesta, manteniendo un silencio que resonaba entre nosotros. Era evidente que la tensión entre ambos había alcanzado un punto crítico.

Mi paciencia llegó a su límite y le grité nuevamente: -¡Ya basta de este puto silencio! ¡Con un carajo habla!. Su respuesta fue inmediata y cargada de frustración: -¿Qué quieres que hable? ¡No tengo nada que hablar contigo!-. Las emociones estaban a flor de piel y la atmósfera se volvía cada vez más tensa.

El momento de tensión alcanzó su punto máximo cuando me acerqué más a ella, acorralándola contra la barra de la cocina. Tomé su mentón con firmeza para obligarla a que me mirara a los ojos y sin pensarlo, la besé. Fue un beso desesperado, cargado de emociones reprimidas que explotaron en ese instante. Parecía que ambos necesitábamos ese contacto más de lo que podíamos admitir.

Los besos se intensificaron rápidamente, como si ambos estuviéramos atrapados en un juego del que no podíamos escapar. Mis manos exploraban su cintura con deseo mientras nos entregábamos completamente a la pasión del momento. Era evidente que la tensión acumulada estaba estallando en un torbellino de emociones encontradas.

Después de cargarla con cuidado y sentarla en la barra de la cocina, ella se abalanzó sobre mí con un deseo ardiente. En un instante, mi camisa desapareció y sus manos comenzaron a explorar cada rincón de mi espalda con una pasión desenfrenada. Sus caricias eran intensas y frenéticas, como si estuviera buscando algo más allá del mero contacto físico. Cada roce y cada arañazo aumentaban la tensión entre nosotros, alimentando el fuego de nuestra conexión irresistible.

Con manos expertas, quité su blusa y su sostén, dejando al descubierto su torso desnudo. Sus gemidos llenaban la cocina, y su cuerpo se arqueaba hacia mí en busca de más.

Con un frenesí compartido, nos deshicimos rápidamente de nuestros pantalones y ropa interior. La urgencia y el deseo nos consumían, y cada movimiento era una expresión de nuestra pasión desenfrenada.

Sin previo aviso la penetre con fuerza, el deseo nos consumió por completo. Sin palabras, sin pausa, nos entregamos el uno al otro con una intensidad que rompió todas las barreras. Cada movimiento era una explosión de pasión desenfrenada, cada gemido un eco de nuestro anhelo compartido.

Era como si yo dependiera de ella, necesitaba de su cuerpo, su olor, su sabor todo de ella y yo sabía que igual ella necesitaba de mi, se aferraba cada vez a mi con cada penetrada.

Mientras continuaba penetrándola con fuerza y rapidez, la excitación alcanzó su punto máximo y finalmente llegué al clímax en un torrente de placer. Mis movimientos se volvieron más intensos y descontrolados mientras ambos experimentábamos el éxtasis del momento.

Los dos intentábamos recuperar la respiración, no duramos mucho pero fue más el momento y la excitación, el deseo rápido de tocarnos.

No se que tan higiénico sea hacerlo en la Cocina AJJAJA pero que ganas 💋.

No tengo mucho que agregar el siguiente capítulo va a estar narrado por ti, para que no estén las confuciones.

Cuídense mucho 💗 y gracias por llegar hasta aquí  (⁠。⁠・⁠ω⁠・⁠。⁠)⁠ノ⁠♡

𝐁𝐚𝐣𝐨 𝐥𝐚 𝐦𝐢𝐫𝐚𝐝𝐚 𝐝𝐞 𝐠𝐡𝐨𝐬𝐭 [ghost x lectora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora