¿Qué ocurre si te quedas medio muerto de miedo... dos veces?

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La cabeza me daba vueltas. Abandoné la tienda de Rosé como atontada y puse rumbo a casa sin tomar ningún camino en concreto antes de recordar que tenía un trabajito pendiente. Y vaya si lo haría. Había llegado la hora de descorrer las cortinas y dejar a mi sombra con el culo al aire. Quienquiera que fuera la persona que Yoo había asignado a mi vigilancia estaba a punto de tener un mal día.

Saqué el móvil y contesté como si hubiera recibido una llamada. Me detuve, incrédula. Miré a mi alrededor. Gesticulé como una loca.

—¿Quieres que quedemos? ¿Ahora? Bueno, maldita sea, vale. ¿Estás en el callejón de mi derecha? ¿Tan cerca? Tú estás mal de la azotea. Te atraparan. Pues claro que a alguien se le habrá pasado por la cabeza que acabarías poniéndote en contacto conmigo. Pues claro que... Está bien, vale.

Colgué el teléfono, miré a mi alrededor y a continuación, me dirigí hacia el callejón que se abría entre dos edificios, sin dejar de lanzar miradas furtivas a mis espaldas.

Tras aquella magnífica interpretación de Casablanca refrito con Misión: Imposible, salí disparada hacia un contenedor, detrás del que me agazapé aguardando a que apareciera mi sombra. Mientras esperaba en cuclillas, sintiéndome extrañamente ridícula, fui dándole vueltas al nombre de Jihyo, dejando que tomara forma y se deslizara por mi lengua. Ji'aziel.

Sin embargo, ¿por qué querría hacerle daño a Rosé? Calculé las edades. Si Rosé tenía catorce años cuando llevó a cabo aquella pequeña sesión de espiritismo, por aquel entonces Jihyo no podía tener más de ocho. Nueve a lo sumo. Y ¿la había atacado? Tal vez no haya sido ella. Tal vez Rosé había invocado otra cosa por error, algo maligno.

—¿Qué haces?

La voz a mis espaldas me sobresaltó y (tras agitar los brazos ligeramente en el aire) me caí de culo, por lo que acabé con las manos y el trasero en un pequeño vertido ilegal de aceite que había formado un charco. Fantástico. Apreté los dientes y alcé la vista hacia una pandillera muerta y sonriente con más insolencia de la socialmente aceptable.

—Chaeyoung, serás idiota.

Soltó una carcajada mientras yo me miraba las manos pegajosas.

—Ha sido genial.

Malditos adolescentes.

—Sabía que tenía que haber exorcizado tu maldito culo cuando tuve la oportunidad.

Riéndose entre dientes, tomó la mano que le tendía y me ayudó a levantar el trasero del suelo. Tenía que seguir agachada detrás del contenedor, la posición táctica principal para una emboscada.

—Por tus venas ya no corre nada —observé, por si no se había dado cuenta.

—Ya lo creo que sí —contestó, mirándose.

Vestía una camiseta blanca un poco sucia, unos vaqueros desgastados y una muñequera ancha de cuero. Llevaba el pelo corto, negro como la noche, pero todavía tenía cara de niña y una sonrisa tan sincera que era capaz de derretirme el corazón.

—Lo que pasa es que ahora es invisible.

Froté las manos contra la pared del contenedor en vano, preguntándome cuántos gérmenes estarían aprovechando para subirse al carro.

—¿Estás aquí por alguna razón en concreto? —pregunté, pasando a limpiármelas en los pantalones.

Era evidente que no iba a poder quitarme aquello hasta que encontrara un poco de agua y un desengrasante industrial.

—He oído que tenemos un caso —dijo.

Chaeyoung me acompañaba desde mis primeros días de instituto y hacía tres años que era mi colaboradora principal, desde que había abierto el negocio de la investigación privada. Contar con un ser incorpóreo como investigadora era como hacer trampa en el examen de acceso a la universidad: te destrozaba los nervios, pero era curiosamente eficiente. Y habíamos resuelto más de uno y de dos casos juntas.

Segunda Tumba a la Izquierda (Sahyo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora