Capítulo Uno

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Corro por un campo de trigo con la luz de la luna sobre mis hombros. En la distancia, con dificultad, alcanzo a ver el granero donde están todas mis cosas. Tommy, mi perro, un pastor inglés, corre junto a mí con la lengua de fuera. Si tan sólo pudiera hablar con él no me sentiría como me siento ahora, ni tendría la vaga sensación de que mi familia volverá algún día.

Esquivo unos cuantos obstáculos cuando salgo de entre las espigas, sin detenerme sacudo unas cuantas que se han quedado pegadas a mi ropa. Agacho la mirada y el pasto es iluminado por la luz plateada de la luna aunque de día simplemente es pasto seco.

Tommy jadea de tanto correr, haría lo mismo, pero no hay tiempo para eso; lo más importante es que debo irme de aquí cuanto antes e intentar no dejar rastro alguno.

El frío de la noche empieza a helarme hasta los huesos, los nervios que me tienen atrapado me hacen temblar incontrolablemente e intentar tranquilizarme no dará resultado, por tanto no lo intento.

Me planto frente a la gran puerta roja del granero. Esperaba haberme encontrado en otra mejor situación para volver hasta aquí y abrirla. La pintura de la puerta y todo el exterior del granero está desgastada y descarapelada, el sol ha cobrado el color de toda la pintura y cuando es de día la puerta y el granero no son rojos, son naranjas.

Inserto la llave del candado que mantiene cerrada la puerta después de muchos intentos. Mi pulso ahora no es el mejor del mundo y todavía batallo un poco más para sacar el candado y jalar del cerrojo. Una vez que lo logro halo con todas mis fuerzas la enorme puerta para que se deslice entre chirridos y obstáculos que el oxido provoca. La puerta queda abierta por completo; respiro un par de veces antes de entrar.

La luz de la luna entra por el gran marco de la puerta iluminando escasamente todo el interior en un instante. Tommy se apresura a registrar el interior del sitio como si algún peligro nos acechara dentro. Entro en el granero a toda prisa, extraigo las llaves del auto de mi mamá del interior del bolsillo de mi pantalón, con los botones a control remoto le quito los seguros a la puerta y subo para encenderlo.

Me desprendo de la mochila que traigo conmigo, la mochila que tiene dentro la laptop con la que no he dejado de buscar información, con la que posiblemente estén rastreándome o ya me hayan rastreado, y la dejo en el asiento trasero.

Cuando mi familia murió, o mejor dicho fue asesinada, todo el dinero quedó a mi nombre, absolutamente todo quedó disponible. Quizá mi padre tenía muchos planes para el futuro o eso que dejó fue lo que iba a dejarnos a todos los hijos cuando él ya no estuviera, simplemente no sé los motivos por los cuales había tanto dinero y peor es no saber por qué lo dejó todo a mi nombre.

A veces pienso que no es buena idea disponer de ese dinero porque Ellos pueden rastrearme y encontrarme con más facilidad, soy blanco fácil de una y mil maneras impensables.

Bajo del auto y camino a la parte trasera del granero. Volteo nerviosamente y reviso todo lo que hay a mi alrededor, lo que no quiero es tener visitantes sorpresa esta noche, sería un infortunio muy grave.

Me dirijo a una pequeña escalera de peldaños que me lleva al reducido segundo piso del granero. Arriba están el resto de mis cosas: dinero, más computadoras, ropa, objetos personales y uno que otro artículo de alguna revista conspirativa.

Cojo todo con rapidez mientras veo a Tommy por el rabillo del ojo, se mueve muy impaciente igual que si hubiera abajo alguna compañía que él y yo no deseamos.

Acomodo las cosas indiscriminadamente dentro de dos maletas medianas que se cuelgan al hombro, maletas que tienen historia y que es muy duro recordarla. Tommy repentinamente lanza un ladrido y un gruñido gutural, la piel se me eriza con tan solo oírlo. Tomo todo con una sola mano y hago que se deslice hasta el suelo sobre la superficie lisa de la escalera. Hago lo mismo para bajar más rápido yo, pero al llegar abajo algo desgarra y hiere mi tobillo izquierdo.

El Legado HumanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora