Capítulo 2 Parte 7/7

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En esta mañana, antes de barrer las pocas estrellas del cielo, había ido en busca de algunos alimentos al supermercado con tan solo tres dólares de cortesía de Javier. Pero sin antes estar preparando un desayuno balanceado y nutritivo.

Tuve una importante e interesante conversación telefónica con Javier Muñiz, en la que me explicó la triste y nada emocionante vida de su hermano, como otras importancias. Jamás tuvo la oportunidad de ir al psicólogo sabiendo el que sufría un patológico trastorno repulsivo, y aunque él sabía los atroces hechos cometidos por su estúpido hermano durante años cayó a su conciencia en ayudarlo, pero al pasar los días está en un absoluto arrepentimiento moral por no haberle socorrido cuando podía siendo el bastante religioso condeno al hermano al infierno. También, el reposo invernal se trató de una simple escapada de identidad por la pésima reputación social que tenían en su antigua ciudad. San Francisco. Córdoba. Argentina, y aunque Muñiz se enteró después de lo ocurrido el plan de su hermano en el pueblo, jamás lo dejó de querer, ya que él creía que en algún momento cambiaría, pero para él la vida nunca le sonrió. También explicó pocas cosas de su vida anterior, como por ejemplo su antiguo empleo. Capitán de la Marina Argentina. Sabía que el tal Alan Gonzales, el cual gobierna el pueblo con mano de hierro, no era capaz de controlar con firmeza el pueblo, concluyéndolo en un estúpido régimen totalitarista. Su presencia daba vergüenza, grima y asco, como también las ideologías políticas de este penoso sujeto eran simples ideales de modificar las leyes a su voluntad, como restringir bastante el libre albedrío. Y aquel a quien se oponían ante él terminaba en el paredón con la peor caballería posible. Descartando un poco su pensamiento lógico, también contó algo personal. A pesar de que en su anterior vida vivía un poco asilado de Nicolás, en esta ocasión en Monte Esperanza tuvieron que convivir juntos a pesar de sus diferentes posturas filosóficas. Él consiguió ser puesto en el hotel, y su hermano, aunque había conseguido una profesión de profesor matemático en el instituto sin ni siquiera haber pasado la primaria. Definitivamente, Alan daba empleo a las personas sin medir su inteligencia, su capacidad y su opinión personal. Pero Daniel Muñiz jamás aceptó el trabajo, se resguardó de la sociedad, oprimiendo sus sentimientos, aislándose del resto en su casa, subsistiéndose de los pocos dólares que recibía de su hermano hasta la hora de su muerte, cuál es desconocida para los ojos suyos. Después de eso cesó la comunicación.

Esa conversación parecía una simple charla de colegas, pero tenía un trasfondo oscuro y siniestro, un pasado opaco y triste, una experiencia llena de amargura y pena, pero eso no me detuvo para seguir con el día: preparar un desayuno nutritivo de un bocadillo de requesón, jamón serrano y hojas verdes. Zumo de naranja.

Mientras preparé ese aperitivo, tomándome mi tiempo, observé a la ventana, específicamente a las afueras del jardín trasero. Parecía que estuviese grabándolo todo, el ambiente, los sonidos, los olores y hasta los millares de microbios que adueñaron el ecosistema. En la atmósfera era como si los estiajes del pueblo pudieran desenfocarnos de nuestro enfoque principal, como si tuviésemos una galbana. En esto algo de confusión había, pero jamás sabría el porqué. El porqué de estos. La tensión era extraña, llamativa en todo su esplendor de ecosistema, hasta el silbido del viento parecía leve, pero cuanto más me adentro en investigar las tensiones, alguien llamó a la puerta.

Me dedico a dejar de lado lo ocurrido, y me designo en ir a abrir la puerta.

Mientras iba, tuve el presentimiento de que estuviese mi mujer esperándome con un enorme cariño emocional, pero recibí lo contrario: una emoción diaria sin importancia. Sorpresivo, desvié ese pensamiento observando cómo una mujer en manos de una niña pequeña, aquella dama, vestía con un vestido perteneciente a los años cincuenta, color negro con puntos rosas. Mangas cortas y un cuello claudine rosa. Un cinturón blanco ajustado al vestido. En detalle a la pequeña. Vestía como en los años noventa. Una prenda gris, y unos jeans negros. La mujer era una profesora historiadora, la cual tenía un objetivo central, lineal y no remoto, en el que se ofrecía a ir casa por casa en busca de algunos dólares para la reconstrucción del instituto. Mejorarían el sistema educativo brindando varios eslabones de aprendizajes, como los son: identificar los párrafos y características de un texto histórico, ficticio, biológico, entre otros. Visión global y síntesis. Un mejor entrenamiento físico como creativo. Y algunos que parecían querer dar una mejor visión planteada del ecosistema. Sin duda, ayudé con solo un dólar a mi disposición. Y sin medir alguna palabra, aquellas se retiraron y yo seguí con mi día.

De nuevo alguien toco a la puerta, pero en esta ocasión el golpe era seco, como si quisiera de alguna forma destrozar la decadente madera podrida por las termitas.

No me abstuve a la idea de que se escasee mi economía, me niego rotundamente a comprarles una insignificante barra de chocolate u ofrecerles más de lo debido.

Después de abrirle la puerta a las palominas, imprevisto, recibió de cortesía un golpe en la nariz por parte de un sujeto en el que en ese momento no prestó atención a su rostro, pero luego lo aprecié, era un estúpido más de aquellos militares. El conflicto sería pasajero como el viento en el verano, pero las consecuencias serían eternas e incluso alarmantes. Antes de dirigirme en dirección a la puerta, jamás oí algún grito de dolor como de desesperanza. Estoy listo, noto que me encontré en forma y tenía bastante experiencia, ya que luego de ser un escritor fracasado, estuve por seis años en la milicia.

Saltó encima de mí y lo que sucedió fue una escena más insípida, vivida hasta el momento. Cogió una daga que guardó en la parte trasera del pantalón e intentó apuñalarme en el pecho, así reversaba en una lluvia inmensa de sangre. Sujetando con la mano derecha su antebrazo aislando por unos milímetros del pecho, con el puño siniestro recibió unos golpes en las costillas, como también el plexo solar dejó al atacante inconsciente en plena lucha. Observé como en los nudillos se enrojecían y en medio de ellos descendían lágrimas de sangre. Recibía diversas ofensas por millares de minutos, y jamás aquellos eran suficientes para detenerme. En sus ojos veías como soportó el dolor, y como el rencor se reflejó con tan solo una mirada tóxica. Salvaje, espléndido y ridículo sería esta pelea llena de desperdicio y de tiempo. Intente empujarlo con las rodillas sobre mi estómago, pero resulto en un fracaso, sin embargo, exitoso termino el segundo intento cuando salto sobre los aires, dándome la oportunidad de saltar sobre él haciendo que caiga de espalda partiéndose el cráneo contra el suelo y el casco reposándose a un costado suyo. La daga cayó justo enfrente del televisor. Mis nudillos aumentaron en color y la sangre se pegó como pegamento sobre mis dedos. La ira en tan solo un segundo se relajó, y sangró mis dientes cuando lo veía sufrir a esa maldita perra inmunda y cobarde. Quería gritar, golpearlo hasta verlo en el infierno, siendo violado sexualmente por la verga del Diablo. Si el odio es el agua, me hundo en el mar como inútil, porque el egoísmo es mi amigo. Podía observarlo moribundo, con el rostro ensangrentado y parte de sus mejillas rajadas, pero no quería terminar con tan solo unos putos golpes de marica. Cogí el casco y se lo partían en la frente varias veces sin detenerme, soltó varios aullidos, pero cuanto más abría la boca para gritar, lo único que salía era sangre, y mientras más se retorcía y chillaba de dolor, sentía una emoción indescriptible. Jamás había experimentado tal sensación antes; era indescriptible la estimulación, recorrer por mis venas hasta sentir excitación. Solo me bastó un golpe para que su existencia, concluya en dolor. El último era lúgubre y siniestro, casi emocionante, si no fuera por el hecho de que no era mi primera vez asesinando a un hombre. Un asaltante que intentó saquearme el móvil a los diecinueve años con una navaja, por suerte tenía experiencia en artes marciales, logrando así defenderme y asesinarlo. Sorpresivo el hecho de que en esta ocasión no sentía nada, como si mi cordura hubiese desvanecido en una niebla nunca vista e imaginaria.

Tenía miedo por lo desconocido, y para olvidarme de esta mierda agarre la linterna y me escape hacia el instituto. Olvidándome completamente de este hecho asqueroso e inhumano. Ningún militar desea que vivan personas en esta casa por el hecho de que aquí guardan respuestas. Y no las destruyen porque así mantienen algo que los podría beneficiar a ellos. Aquel que se atreva a violar con este mandato será castigado con la pena de muerte. Una regla clara y muy severa.

Antes de irme, revisé sus bolsillos buscando algo de utilidad; como dinero, información personal, armas y demás, pero lo único que recibí es solo su cuchillo.

El Umbral de las Sombras: Enigmas en un Mundo ParaleloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora