God Laughs

Capítulo 5. Algo se queda, algo se va

Es fácil recordar las primeras veces.

Estas marcan un punto de inflexión en la vida de las personas y quedan grabadas en su memoria con vividez, como si fueran imágenes en alta definición que se reproducen con fluidez en la biblioteca de sus recuerdos.

Lo nuevo es especial e inolvidable, justamente por eso, por marcar un cambio. Un antes y un después.

Las expectativas previas, las ilusiones, las sorpresas, los giros inesperados, las primeras sensaciones, la emoción, la alegría, la tristeza, la euforia, hacen que ese instante se vuelva especialmente recordable.

Addison puede recordar hasta el día de hoy el miedo atemorizante que sintió al montar una bicicleta por primera vez sin las rueditas de apoyo. Ese temor inicial cuando su padre la soltó y tuvo que empezar a pedalear sola. La sensación de caída inminente que rápidamente fue reemplazada por la alegría y satisfacción al lograr el equilibrio. Recuerda también el dolor ardiente de esa primera caída contra el pavimento que raspó sus rodillas y que dejó su primera cicatriz. Su primera insignia de logro impresa en su piel.

Recuerda aquella primera vez que su padre le enseñó a mezclar bebidas alcohólicas a sus ocho años y a servirlas como una bartender profesional en los vasos de cuello corto. Puede sentir el sabor amargo que tenía aquel primer whisky escocés que probó sin querer en una cena benéfica del club de lectura de Bizzy, o aquel sabor tánico del primer vino que bebió en una Navidad en casa de sus tíos, donde juró nunca más volver a probarlo. Y años después rompió esa promesa en la secundaria.

Ella no se olvida la mezcla de emoción y miedo al subir por primera vez a una montaña rusa con Archer. La sensación de ingravidez al caer en la caída libre, o la adrenalina que inundaba sus venas en cada giro, que nada se parecía a la sensación de tener mariposas revoloteando en el estómago al momento de dar su primer beso. O aquel primer beso con la persona indicada.

Addison nunca olvidará como sus ojos se llenaron de lágrimas al verse frente al espejo usando una bata médica por primera vez, ni como su piel se erizó aquella primera vez que una paciente la llamó Doctora Montgomery, luego de traer al mundo a su primera bebé por parto natural.

Aquella emoción que sintió al escuchar el llanto de esa bebé fue muy diferente al entusiasmo que sintió la primera vez que operó en solitario. Realizó una apendicectomía frente a una galería llena de médicos de guardia y residentes observándola expectantes abrir el abdomen de una persona viva por primera vez. Porque fue muy diferente a la primera vez que tomó un bisturí y abrió un cadáver en la escuela de medicina. La carne de los cadáveres suele ser más firme que la de una persona viva debido a la falta de circulación sanguínea y la rigidez cadavérica que se produce después de la muerte.

Las primeras veces suelen ser recordables. Lo difícil de recordar son las últimas veces, porque la mayoría de ellas ocurren sin que las personas se den cuenta. Son como pequeños destellos que se desvanecen rápidamente, perdiéndose en la maraña de eventos cotidianos que conforman la vida diaria.

Las últimas veces, en su mayoría, son inconscientes y pasan desapercibidas. Las personas no saben realmente que están haciendo algo por última vez hasta que dejan de hacerlo.

Addison no recuerda la última vez que anduvo en bicicleta por los viñedos de su casa. Ni la última vez que visitó un parque de diversiones con su hermano. No recuerda la última vez que se subió a una montaña rusa, ni la última vez que comió un algodón de azúcar de colores. Mucho menos recuerda cuando fue la última vez que usó aquellos molestos retenedores dentales que llevó durante toda la preparatoria.

No recuerda cuál fue el último trago que preparó para El Capitán, ni cuando fue la última vez que lo acompañó a dar clases de neuroanatomía en la escuela de medicina. O cual fue el último evento a beneficio al que asistió con su madre.