Capítulo Tres

14 1 0
                                    

Solo tengo una cosa en claro; estamos en problemas. ¿Cómo le haremos para evitar ir a prisión? Si mi madre se entera va a matarme. Volteo a ver a León en busca de alguna solución. Él me regresó la mirada, me suelta la mano y se pone de pie.

– No hay necesidad de llegar tan lejos oficial. ¿No hay forma de ponernos de acuerdo? – le dijo León al policía evidenciando su intención. Espero no tengamos más problemas por el ofrecimiento.

– ¿Usted por quién me toma joven? – le respondió, su compañero se rió.

– Por nadie malo oficial, solo estamos tratando de llegar a un acuerdo – insistió, está vez enseñándole discretamente al policía un billete de mil pesos. El policía voltea a ver a su compañero, ambos se ríen.

– Lo siento joven, aquí ante todo la honestidad.

– Suban a la patrulla, por las buenas – nos dijo su compañero.

– Tranquilo, tú solo no hagas escándalo – me dijo León. Estoy más enfocado en mantenerme con vida antes que hacer un escándalo.

El policía abre la puerta trasera para que nos subamos y León me voltea a ver señalándome que me suba.

– ¡No pienso irme preso! – rompí en gritos. Mi corazón va a mil por hora. León me tomó de los brazos.

– Relájate, confía en mí, nadie se irá preso.

Se pone a mis espaldas y me empuja para subirme a la patrulla. Intente resistirme pero es evidente que él es más fuerte que yo. Terminé subiéndome. León sube seguido de mi y el policía cierra la puerta. León saca su celular y le manda un mensaje de texto a alguien.  Yo fijo mi atención en cómo todos se nos quedan viendo y en cómo se burlan. La terrible sensación que estaba teniendo dentro del salón está ocurriendo afuera, pero está vez no es mi ansiedad, está sucediendo y eso no lo puedo soportar.
Ni siquiera tengo mente para darle entrada a mi ansiedad.  De un momento a otro me relaje. Sea o no que nos lleven presos, yo que sé que va a pasar, no me importa más.

Los policías subieron a la patrulla y se abrieron paso por la calle. A través de la ventana puedo sentir todos los ojos sobre mí. Ni siquiera sé dónde está Sara. No tengo idea si ella es uno de esos rostros que están clavados sobre mí. Mi vergüenza no me permite alzar la mirada para confirmarlo. La patrulla da la vuelta en la esquina dos cuadras más lejos. Al notar que ya nadie está alrededor pongo mi vista en la ventana tratando de no pensar en la situación. León me vuelve a tomar de la mano y lo volteo a ver, me guiña el ojo y yo lo ignoro. Pongo mis ojos de nuevo en la ventana.

A mitad de la cuadra la patrulla se detiene. No sé qué vaya a pasar ahora. Mi nivel de resignación es criminal.

– Jóvenes tuvieron suerte de que vinieran los policías buenos y no los malos – nos dijo el policía que está conduciendo. León rió a sus palabras. – A ver ya no hagamos esto más largo, pasen el billete y se pueden ir.

León accede y les da el billete.

– Recuerden ya no tomar en la vía pública jóvenes. La próxima vez no tendrán suerte – nos dijo mientras nos bajamos de la patrulla. Creo que ya entendí el plan; nos hizo subir para que los demás vieran que cumplieron su trabajo, por eso nos bajó dos cuadras después. Cerramos la puerta del auto y les agradecemos su disposición. La patrulla arranca.

– Te dije que no tenías por qué preocuparte – dijo León. Trato de tomarlo con calma su comentario pero, simplemente no puedo.

– ¡¿Cómo se te ocurre ponerte a beber en la calle?! – grité. Él se desconcertó.

– Tranquilo… Te dije que no estaríamos presos y así fue – dijo tratando de calmarme.

– ¡¿ Y eso que?! ¡El susto ya nadie me lo quita! – me dirijo arriba de la banqueta y me recargo en la pared de una casa. No pensé en otra cosa.

Más Allá de Lo Que Somos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora