Parte 3

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- Los Hermanos me enseñaron el control -, dijo, con su voz tensa.
- Tengo todo tipo de control, y los he aprendido a lo largo de décadas y décadas, y estoy usando todos ellos para no empujarte contra la estantería y besarte hasta que ninguno de nosotros pueda respirar -.

Ella levantó la barbilla. - ¿Y qué hay de malo en eso? -.

- Cuando yo era un Hermano Silencioso, no sentía como un hombre ordinario lo hace -, dijo.
- No sentía el viento en la cara o el sol en mi piel, ni el toque de la mano de otro. Pero ahora lo siento todo. Siento... demasiado. El viento es como un trueno, el sol quema, y tu tacto me hace olvidar mi propio nombre -.

Una punzada de calor la atravesó, un calor que comenzó bajo en el estomago y se extendío a través de cada parte de su cuerpo. Una especie de calor que no había sentido en muchas décadas. Casi un siglo. Toda su piel se erizó.

- Te acostumbrarás al sol y al viento - dijo ella. - Pero tu tacto hace que me olvidé de mi nombre también, y no tengo excusas. Sólo que te amo, y siempre lo he hecho y siempre lo haré. No te voy a tocar si no quieres, Jem. Pero si estamos a la espera de que la idea de estar juntos no nos asuste, podemos estar esperando por mucho tiempo -.

El aliento se le escapó en un silbido. - Dilo de nuevo -.

Intrigada, comenzó: Si estamos a la espera de...

- No -, dijo. - La primera parte -.

Ella inclinó su rostro hacía él. - Te amo -, dijo. - Siempre lo he hecho y siempre lo haré -.

Ella no supo quien se movió primero, pero él la agarró por la cintura y la besó antes de que pudiera tomar otro aliento. Esto no era como el beso en el puente. Esa había sido una comunicación silenciosa de labios a labios, el intercambio de una promesa y un consuelo. Había sido dulce y demoledor, una especie de trueno suave. Esta fue una tormenta. Jem estaba besando, duro y dejando moretones, y cuando ella abrió los labios de él con los suyos y probó el interior de su boca, él se quedó sin aliento y tiró de ella con más fuerza contra él, sus manos se clavaban en sus caderas, apretándola más cerca de él mientras exploraba sus labios y lengua, con caricias, mordidas, luego con besos para calmar el escozor. En los viejos tiempos, cuando ella lo había besado, había sabido a azúcar amarga: ahora él sabía a té y... ¿Pasta dental?
¿Por qué no? Incluso los cazadores de sombras centenarios tenían que lavarse los dientes. Una pequeña risita nerviosa se le escapó y Jem se retiró, mirando aturdido y deliciosamente desaliñado. Tenía el pelo en todas direcciones debido a que ella había pasado sus manos a través de él.

- Por favor, no me digas que te ríes porque beso tan mal que es gracioso -, dijo, con una sonrisa torcida. Podía sentir su preocupación real. - Puedo estar un poco fuera de práctica -.

- Los hermanos silenciosos ¿no besan tanto? -, bromeó, alisando el frente del suéter de Jem.

- No a menos que hubiera orgías secretas a las que no fui invitado -, dijo Jem. - Siempre me preocupó no haber sido lo bastante popular -.

Ella apretó su mano alrededor de su muñeca. - Ven aquí -, dijo.
- Siéntate, toma un poco de té. Hay algo que quiero mostrarte -.

Se fue, como ella había pedido, y se sentó en el sofá de terciopelo, recostándose en los cojines que había cosido ella misma con tela que había comprado en la India y Tailandia. Ella no pudo ocultar una sonrisa, él parecía sólo un poco mayor que de lo que era cuando se había convertido en un Hermano Silencioso, como un joven común y corriente en jeans y un suéter, pero se sentó de la forma en que un hombre victoriano lo habría hecho, la espalda recta, con los pies apoyados en el suelo. Él atrapó su mirada y de su propia boca con puntas hacia las esquinas.

- Muy bien -, dijo. - ¿Qué tienes que mostrarme? -.

En respuesta, ella fue a la pantalla japonesa que se extendía por una esquina de la habitación, y se puso detrás de ella. - Es una sorpresa -.

Un maniquí de modista estaba allí, escondido del resto de la habitación. No podía ver a través de la pantalla, sólo un contorno borroso de formas. - Háblame -, dijo ella tirando de su suéter por la cabeza.
- Dijiste que era una historia de Lightwoods y Fairchilds y Morgensterns. Sé un poco de lo que ocurrió. Recibí tus mensajes mientras estaba en el Laberinto. Pero yo no sé cómo la Guerra Oscura tuvo un efecto en tu cura - Tiró el suéter sobre la parte superior de la pantalla. - ¿Puedes decirme? ¿Ahora? -. Dijo. Lo oyó dejar su taza de té.

Tessa se quitó los zapatos y se bajó la cremallera de sus pantalones vaqueros, sonó fuerte en la habitación tranquila.
- ¿Quieres que salga detrás de esta pantalla, James Carstairs? -.

- Por supuesto -. Su voz sonaba estrangulada.

- Entonces empieza a hablar -.

Después Del Puente: Jem y TessaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora