10. Girasoles

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—¿Por qué no me lo dijiste?

—¿Qué cosa en específico? ¿Sobre el demonio? —preguntó Nara comiendo el helado rosa de su pocillo desechable.

Estábamos frente a la florería, estaba sentado en la sencilla banca en la vereda de enfrente y ella en su silla de ruedas a mi lado, viendo como el florista aprovechaba la fuerza de brazos de Evie, al preguntarle si lo ayudaba a cargar una macetas muy pesadas que llevaba meses queriendo mover, pero no se las podía por sí solo.

Evelyn había llegado a nuestras vidas pocos días después de perder a mamá y tenía solo un año más que mi hermana. Era la hija de la ama de llaves que trabajaba para la abuela y su jardinero. Sé crió en esa casa, y desde pequeña le enseñaron todo sobre el mundo paranormal y artes marciales. Fue natural que se volvieran mejores amigas con Nara, y apenas cumplió los veinte, se le asignó su cuidado y protección. Mi hermana... lleva enamorada de ella desde hace años, pero no sé si Evie lo ignora, o prefiere ignorarlo, porque Nara no se esfuerza mucho por ocultarlo.

Ahora se encontraba sacando una foto a Evie a la distancia, porque estaba usando un «Delantal de trabajo», que era el mismo verde que usaba el florista con un girasol bordado en el bolsillo de delante. Contrastaba muchísimo con su uniforme de trabajo, pero parecía que se veía muy a gusto ayudando y escuchando miles de curiosidades que le contaba sobre las plantas y flores que transportaban.

—Que era un chico —dije luego de un rato—. ¿Cuánto sabes del demonio?

—No mucho, quizás sabría más si le doy la mano a tu florista.

Sopesé la idea en mi mente, sería muy útil tener más información, pero no todo el mundo le gusta saber su futuro, muchos no pueden soportar el peso de esa información, y la impotencia de no poder hacer nada para cambiar aquello. Había visto a gente hasta intentar matar a Nara, solo por aquello que vio en sus visiones.

—No lo hagas.

—Si es que él quiere, no me negaré —dijo subiendo y bajando sus hombros restando importancia al asunto.

—No le quites la libertad de vivir pensando que tiene el poder de crear su propio destino —murmuré entre dientes.

—Tenemos ese poder.

Tú sabes que no.

Vi cómo rodaba los ojos y negaba con su cabeza, no queriendo asumir que mis palabras eran ciertas.

—Sí, hay pequeñas cosas que son claves en nuestra vida que pasarán de una forma u otra, pero podemos tomar distintos caminos para llegar a ello, mientras aprendemos en el proceso. No sirve de nada estar tratando de evitarlo constantemente, es una pérdida de tiempo, recursos y esfuerzos.

Sabía que la última parte iba dirigida a mí, por años me dijo que dejara de preocuparme de aquellas palabras dichas en la niñez, pero nunca le hice caso. Y aquí estábamos. Cumpliendo mi indeseable destino.

—¿Y qué importa que sea un chico? —cuestionó con el ceño fruncido luego de un rato recordando mis palabras—. ¿Algún problema que sea de tu mismo sexo?

Aquello me hizo sonrojar y avergonzarme, me sentía interpelado.

—Mira, no es que sea homofóbico, ni nada... pero...

—¡Para! Todos los comentarios homofóbicos comienzan así —atajó con rapidez.

—¿Cómo voy a ser homofóbico si se trata de mí mismo? —cuestioné indignado apuntando a mi pecho.

—Existe la homofobia internalizada.

Rodeé los ojos. Ella se veía indignadísima, más de lo que nunca la había visto. Por lo menos, no conmigo. Las veces que discutimos siempre éramos cordiales, cuidando de no dañarnos, midiendo nuestras palabras, trazando límites.

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⏰ Última actualización: Mar 28 ⏰

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Los espíritus en las floresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora