Capítulo II: La ruta hacia el noroeste

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Aparté con suavidad las cortinas y miré por la ventana de mi habitación. Estaba bastante nublado y, como de costumbre, probablemente se pondría a llover en un rato. El tiempo en Nebraska no solía superar los diez grados en otoño, y el sol rara vez se dejaba ver, pero no tenía ni idea de cómo era Oregón, por lo que decidí meter en la maleta prendas de ropa para diferentes climas.

    Minutos más tarde bajé a cenar. La chimenea estaba encendida y la comida servida en la mesa. Me senté y, durante unos segundos, disfruté del tintineo de los cubiertos y la crepitación del fuego, hasta que mi padre inició una conversación para romper el silencio.

    —Así que Oregón, ¿no? —preguntó con un tono grave y átono, mientras le daba un trago bastante grande a su copa de vino.

    Yo asentí.

    —¿Y que hay allí? —interrogó.

    —Bosques, ríos y... no lo sé, ¿lagos? —hice una prolongada pausa para darme cuenta de que no tenía ni idea de lo que estaba diciendo — Charlie dice que es muy bonito.

    —No me gusta ese chico —intervino mi madre con una voz objetiva y penetrante. No era la primera vez que lo decía, pero siempre me enfurecía de la misma manera. Clavé mis ojos de manera airada, pero simplemente recibí una mirada inexpresiva por su parte.

    —No le conoces.

    —Eso decimos todos a esa edad, Yvette. En unos años te darás cuenta.

    Sabía perfectamente cómo iba a terminar la conversación; mi madre gritando, mi padre bebiendo de más, y yo yéndome de casa para ver a Charlie, por lo que decidí levantarme de la mesa y subir tranquilamente a mi habitación. A los pocos minutos me entró el sueño y, a sabiendas de que debía levantarme pronto al día siguiente, me acosté sobre mi cama arropándome rápidamente mientras tiritaba del frío.

    A la mañana siguiente, el despertador sonó a las seis de la mañana, exactamente la hora que había programado el día anterior. Estaba tan emocionada sobre el viaje que ni si quiera me paré a desayunar, simplemente me cambié y me recogí el pelo en un moño bastante deforme. Agarré mi maleta y un poco de dinero y bajé al salón a despedirme de mis padres, cuando me percaté de que no estaban allí. En realidad era algo bastante comprensible teniendo en cuenta la hora. Decidí salir de casa sin despedirme, al fin y al cabo tan solo iba a estar fuera unas semanas.

    Estuve un par de minutos en el porche esperando a que Charlie viniese a recogerme, no obstante, empecé a pensar que no vendría debido al retraso temporal tan longevo. Miré a ambos lados de la carretera esperando que, como por arte de magia, fuese a aparecer de la nada, y así fue.

    —¡Buenos días, Yve! —exclamó Charlie. En mi cara se formó una sonrisa de oreja a oreja, y mientras él salía de la furgoneta, bajé mi maleta por las escaleras del porche— Deja aquí la maleta, la guardaré en el maletero. Por cierto, perdón el retraso. He visto una cafetería a medio camino y no he podido evitar la tentación —señaló entre ligeras carcajadas, las cuales, inevitablemente, imité—. También te he comprado un café, está en el asiento del copiloto.

    —¡Muchas gracias! —dije con un tono benevolente mientras le daba un cálido beso en la mejilla. Fui hacia el asiento del copiloto y le pegué un gran sorbo al café. Instantes después, Charlie cerró el maletero y entró a la furgoneta. Nos tomamos unos instantes para entrar en calor. La temperatura afuera era extremadamente invernal. Unas horas fuera y no me extrañaría que alguien muriese de hipotermia.

    Charlie apretó el acelerador, y con eso empezamos la ruta hacia el noroeste de los Estados Unidos de América.

    A pesar de que el viaje estaba siendo bastante entretenido, estaba muerta de sueño. Miré el reloj que llevaba en mi muñeca, llevábamos 1147 minutos de viaje y, a pesar de ya haber cruzado la frontera de Oregón, aún nos quedaban unas cuantas horas para llegar al pueblo del tío de Charles.

    —Charlie, tengo sueño —dije con una voz agotada y casi inaudible, mientras me frotaba los ojos con el dorso de las manos.

    —Yo también, Yve, pero ya nos queda muy poco —Mientras decía eso, un gran bostezo salió de su boca—. Duérmete un poco y yo te aviso cuando hayamos llegado.

    Me sentía mal por él, sabía que ya no podía conducir más.

    —¿Quieres que conduzca yo? Llevas diecinueve horas conduciendo y tan solo hemos hecho un par de paradas.

    —¿Desde cuando tienes el carné? —preguntó con una voz ronca y un poco burlona.

    —No lo tengo, pero la carretera está desierta, no tiene que ser tan difícil. 

    El me miró con sus encantadores ojos mientras esbozaba una gran sonrisa de su boca.

    —No te molestes. Tú descansa.

    El viaje continuó con normalidad durante unos minutos, hasta que la furgoneta frenó en seco. El cinturón evitó que saliese disparada hacia el parabrisas delantero, sin embargo, me rozó el cuello tan bruscamente que dejó una marca por fricción bastante dolorosa. Miré a Charles, y vi que estaba pasándose el dorso de su mano derecha por la frente. Su cabeza, debido al frenazo, salió disparada incontrolablemente al volante, causando así una herida bastante profunda. Yo volví a mirar al frente, giré el espejo retrovisor interior hacia mí y, tras echarle un vistazo a la quemadura, me llevé mi mano izquierda al cuello. Expulsé un gemido de dolor, y Charles giró su cabeza hacia mí.

    —¿Estás bien? —preguntó bastante agitado.

    —No estoy segura.

Érase una vez mi asesinatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora