Capítulo Veintiocho

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《UN MES DESPUÉS》

Bien…

Mi nombre es Armando Arellano. Actualmente tengo dieciocho años. Mi familia estaba formada de una manera tradicional:  Mamá, papá y un hermano mayor. Esto duró poco tiempo, ya que la mayor parte de mi vida fuimos solo mi madre y yo. Mi papá murió por causa de homicidio; y en cuanto a mi hermano, terminó preso en un reclusorio gracias a un engaño en el que cayó.

Es difícil quedarme sin una figura paterna a la edad de ocho años. Mi mamá quiso tomar el papel de ambos pero por más que lo intentó, no pudo lograrlo con éxito. Ella se encerró en una ideología de quererme hacer un hombre de bien para el futuro.

Al estar cursando la primaria, mi madre comenzó a exigirme calificaciones perfectas, sacar puro diez y obtener diplomas y reconocimientos en todo lo que se pueda. Solo una vez saqué un nueve, el castigo y el regaño fueron inolvidables.

A esa corta edad me obsesioné con la perfección, con estar siempre en la cima del cuadro de honor, me la pasaba haciendo tareas a cada rato y estudiando cuando no había necesidad de hacerlo.

El estrés que eso me generaba causaba que me enfermara seguido del estómago, con náuseas y vómito. Y ni hablar de cuando era época de exámenes, todo empeoraba.

En esos años, incluso antes de que perdiera a mi papá y a mi hermano, tenía una confusión constante en mi mente, ya que varios amigos míos tenían a sus “novias de chocolate” y se veían contentos con ello. Yo quería hacer lo mismo pero nunca hubo una niña que me llamara la atención lo suficiente, pero al contrario, habían niños que si me hacían sentir algo. No entendía bien que era, pero con ellos me sentía cómodo, me sentía protegido. Incluso, con mi mejor amigo de ese entonces y de toda la vida, Andrés, llegué a sentirme atraído por él, pero jamás pude ser capaz de mencionarlo.

Ahora ya sé lo que es la homosexualidad, pero al ser un niño lo veía como algo raro, algo extraño. Iba por la calle con mi mamá y veía como molestaban a las parejas de hombres con hombres, lo que me hacía pensar que eso estaba mal, que yo estaba mal.

Tener eso en la mente, junto al problema de mis calificaciones, me tenían enfermo físicamente, ya que era la única forma de canalizar mis emociones.

Logré salir de la primaría con un promedio de excelencia. Al entrar a la secundaria, me propuse empezar a presionarme yo solo, me exigía a mi mismo la perfección sin que mi mamá lo hiciera primero, me exigía a mi mismo reprimir esa sensación de sentirme atraído por los hombres. Lo único que quería era ser elogiado por los profesores, por mis compañeros, que todos me vieran como un modelo a seguir, el estudiante perfecto, el mejor niño del mundo.

Mi amigo Andrés no logró quedarse conmigo en la misma secundaria, pero eso no impidió que siguiéramos siendo amigos, él venía a estudiar conmigo y a veces juntos practicábamos nuestros talentos ocultos, yo con la música y él con sus pinturas. Un día de esos, él me preguntó con mucho sigilo y mucho respeto si yo era gay, mi primer impulso fue negarlo e incluso enojarme, él me explicó que notaba la manera en la que veía a los chicos y como rechazaba a las chicas, tanto en la primaria como en las veces que llegábamos a salir juntos y veía cómo yo me enfocaba en cada chico guapo que veía.

Yo insistí en negarlo hasta que él me ayudo a entender lo que es la homosexualidad en el mundo. Me ayudó a verlo como lo que es, una situación de amor y atracción sin nada raro en ello. Simple naturaleza.
Mi mente tenía muy clara la posibilidad de que yo fuera gay, pero el problema era que no sabía cómo reconocerlo, y en eso ya no pudo ayudarme Andrés, ya que él se fue bastante lejos para estudiar su preparatoria. La única persona que fue mi apoyo después de eso fue mi amiga llamada Sara, a ella la conocí en la secundaria y me acompañó también en mi camino de preparatoria.

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