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—Dale vago, arriba.— Decía Raúl mientras abría las cortinas de la habitación de su hijo. —Ya está por llegar Licha, levantate así van a comprar pan y helado.— Se suponía que este iba a ser un domingo como cualquier otro para Enzo. En parte le gustaban los domingos porque había asado en casa y cumbia vieja pero, por otro lado, odiaba que lo levantaran temprano para ir a comprar pan.

Licha, su mejor amigo, siempre se colaba a los asados que hacían. No sabía como, pero siempre terminaba en su casa vaciándole la heladera. Creía que en parte era porque su mamá lo amaba, siempre le llevaba alguna flor que arrancaba por la calle y encima olían horrible, pero a su mamá le enternecía el corazón ese gesto.

—Y después de que compres quiero que limpies un poco la casa porque hoy viene Julián a almorzar con nosotros.— Enzo abrió los ojos como plato debajo de sus sabanas de river. Su corazón se aceleró al segundo de oír aquel nombre. Julián era su gran amor prohibido y encima no correspondido, no podía ser peor para él.

A veces se sentía un zarpado total por fantasear con un tipo de treinta y nueve años que encima era compañero y mejor amigo de su papá. Pero a pesar de eso, siempre que se le daba la chance de verlo, que era bastante seguido para su buena suerte, se deleitaba cada segundo imaginando que sería de su vida si Julián cumpliera todos sus caprichos y deseos.

Su papá salió de la habitación dándole algo de tiempo a que se arreglara antes de hacer las compras, porque sí, Enzo era insoportable cuando lo levantaban temprano. Pero hoy no era el caso, y si Raúl era honesto, podría jurar que vio a su hijo sonriendo antes de salir a comprar. “Qué raro.” Pensó, pero no le dio mucha más importancia de la que debería.

Después de media hora, los chicos volvieron con dos bolsas grandes, una con pan y la otra con tres kilos de helado. “Es una bocha, menos mal que yo como de arriba.” Pensaba Lisandro, pero obviamente le había traído una flor amarilla que arrancó del campo que había al lado de su casa a la mamá de Enzo.

Nadie sabía de sus retorcidas fantasías con el amigo de su padre, ni Lisandro, quién era su mejor amigo desde que tenían uso de razón. El problema era que Enzo, primero que nada, nunca había dicho libremente que le gustaban los chicos y segundo... bueno, era obvio que no estaba bien que le gustara un tipo de casi cuarenta años, es por eso que nunca hacía nada ni intentaba que pasara algo.

Lisandro era un tipo tranquilo y un tanto conservador, estaba seguro de que no le iba a molestar que le gustaran los chicos por el simple hecho de que era él, su mejor amigo. Si era sincero, le daba igual qué o qué no hacía la gente a su alrededor. Pero justamente al ser algo conservador, no estaba seguro de qué pensaría si se entera que Enzo estaba re caliente con Julián, un tipo que les llevaba veintidós años de edad.

Nada bueno podía salir de comentarle eso a Lisandro, por eso prefería mantenerlo en secreto, o bueno... eso intentaría.


Enzo y Licha estuvieron limpiando desde que llegaron. Lisandro odiaba limpiar y sabía que su mejor amigo lo odiaba tanto o incluso más que él, y es por eso que no entendía por qué estaba tan obsesionado con que quede todo impecable. De por sí ya había quedado increíble según Marta, quién era la mamá de Enzo.

—Para negro, no doy más yo, me duele la cintura de tanto pasar el trapo de piso.— Decía Licha mientras apoyaba el palo contra la pared. —Uy flaco, tenés diecisiete años, como puede ser que ya te duela la cintura. Sos un anciano total.— Decía el morocho concentrado en su excesiva limpieza.

—No jodas negro, vos odias limpiar, ¿qué bicho te picó?— Martínez lo observaba mientras se sentaba en un banquito que había en la cocina tratando de reponerse de aquel dolor. —Nada tonto, hoy me levanté con energía.—

¡son números nomas! - enzulian.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora