Es oficialmente imposible que pueda existir un viernes más perfecto que este.
Ya han comenzado las vacaciones de primavera. El mural que tengo delante se está convirtiendo en una de mis creaciones favoritas de todos los tiempos. Y, dentro de solo unas horas, estaré disfrutando de la cita más mágica de mi vida. ¿Puede haber un día mejor?
En mis dieciséis años de existencia he aprendido que los días como hoy son una anomalía. Este se quedará para siempre en mi memoria, estoy seguro. La única forma de explicar un día como este es que el universo me esté sirviendo una bandeja repleta del buen karma que acumulé en una vida anterior.
Estoy dando las gracias a dicho universo representándolo en la fachada de la Papelería de Susan, y tengo que decir que me está quedando de maravilla. Todavía voy por la mitad del mural, más o menos, pero la verdad es que el resultado es mucho mejor de lo que esperaba. Un Saturno rosa chicle con millos de un azul turquesa, flotando en un espacio de color cobalto: el chute de energía perfecto para un barrio tan soso como el que alberga la Papelería de Susan.
La señora Ritewood (la dueña de la tienda) me ha dado control creativo total para alegrar su fachada entre beis y grisácea, que lleva décadas pidiendo a gritos «un buen lavado de cara» (sus palabras, no las mías, aunque estoy totalmente de acuerdo). Lo más probable es que las ordenanzas municipales dicten que hay que demoler la fachada para reconstruirla desde cero, pero, dadas las limitaciones de presupuesto, la mejor alternativa es contratar a un estudiante de instituto con una gran imaginación y una selección de pinturas todavía más grande.
-¡Blaine! -exclama la señora Ritewood, y casi se me cae la brocha del susto.
Miro de reojo cómo sale de su tienda a saltitos y se detiene en mitad de la acera para contemplar mis progresos. Después de unos buenos cinco segundos de contemplación, suspira:
-Está quedando de maravilla.
Aliviado, retrocedo unos pasos y trato de verlo a través de sus ojos.
-¿Usted cree?
La alegre dueña de la tienda de apenas un metro cincuenta de altura, se sitúa junto a mi con los ojos muy abiertos y los brazos cruzados.
-Los colores son espectaculares, Blaine.
-¿Sí?.
Asiente con entusiasmo, sin que se despeine ni un pelo de su melenita cobriza y cubierta de laca.
-Esos anillos son hipnóticos.
-Es mi parte favorita, sí.
-Y... Un momento. ¿Se supone que Saturno...? -se inclina hacia delante para mirar al planeta humanizado, con sus ojos de color esmeralda, su nariz chata y sus hoyuelos extragrandes. -¿Se supone que Saturno soy... yo?
Gira la cabeza para esperar mi respuesta.
Me muerdo el labio inferior, nervioso ahora que ha salido a la luz la gran revelación.
-Sí.
-¡Ah! -La señora Ritewood se ilumina y levanta los brazos. -¡Me encanta!
Hace ademán de abrazarme, y...
-¡Espere! -Doy un salto hacia atrás y le muestro las palmas de mis manos, que están cubiertas de manchas de pintura acrílica de color azul cobalto-. ¡No quiero estropearle la ropa!
-Ah, es cierto -dice mientras contempla mi andrajosa camiseta blanca llena de manchas-. Bien visto.
Vuelve a dirigir su atención hacia el mural, con una sonrisa y un suspiro.
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Simplemente Blaine
Romance¿Dejarías de ser tú mismo por amor? Y... ¿crees que funcionaría? ¿Qué harías si, de repente, el día más maravilloso de tu vida se convirtiera en un infierno? Eso es lo que le pasa a Blaine cuando su novio perfecto corta con él, en plena cena de aniv...