Historia de amor de Luis

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Historia de Amor de Luis

En el año 1624, en la capital del Reino de Guatemala, Santiago de los Caballeros, una niña de 12 años estaba en su enorme jardín. Ella era pálida como polvo de arroz, de pelo negro, largo y brillante; ojos grandes y extendidos, cuyas pupilas eran profundas y oscuras, pero al reflejarse la luz del sol en estas, se tornaban de un tono naranja.

La entrada al jardín de aquella gran casa era una enorme reja que solo se abría cuando los padres de la niña entraban en carruaje; casi nunca se dejaban ver.

En esa enorme casa al más puro estilo virreinal, elegante e imponente, se veía a la servidumbre pasearse por el jardín y por dentro de la estructura limpiando el piso y los ventanales hasta dejarlos relucientes. A veces peinaban a la niña en el jardín pues así les indicaba ella.

Todo esto lo observaba un niño mestizo de atuendos simples, piel morena clara y ojos avellana. Era inquieto y vivaz. Cuando él veía a la niña al pasar por la calle frente al jardín, sentía curiosidad, pues la notaba triste, o quizás, solitaria. Cada vez que pasaba frente a ese lugar para traer semillas, plantas o granos, que su familia le indicaba, la observaba. Algunas veces ella se daba cuenta, pero parecía no prestarle demasiada atención.

Pasaron tres años. Más allá de las miradas, no cruzaban palabra.

Un día, mientras regresaba a su casa, él, sin entender bien la razón, tal vez por curiosidad, decidió acercarse a la reja. Luego, moviendo la mano y con su voz, la llamó.

Cuando ella se acercó, él la saludó.

—Hola...

—Ho-Hola... —respondió ella, observándolo con curiosidad.

—He pasado por aquí algunas veces. Nunca veo que salgas... ni con tus padres. Entonces, tenía curiosidad de saber qué haces... am... para no aburrirte.

Ella dirigió su mirada hacia abajo.

—No, no debí decir eso —pensó preocupado.

Luego, un poco nervioso, dijo:

—No quise molestarte. Mejor me voy...

Él se volteó y dio un paso para alejarse.

—¿Có...Cómo... t... te... llamas? —preguntó ella entrecortada.

—¿Estará nerviosa o acaso...? —pensó él.

—Me llamo Luis. Vivo por aquí cerca. Tu nombre, ¿cuál es?

—Soy... So-Sof...

—¿Sofía? —interfirió él.

Ella de nuevo dirigió su mirada al suelo.

—¡Perdón! No quise interrumpirte.

—Está bien... mis... papás... no hablan con, con, migo... por, eso.

Cuando terminó la oración, sus ojos se humedecieron y se los limpió con sus manos.

Luis ahora lo había entendido. Ella tartamudeaba. Tenía problemas en el habla. Ya había oído hablar de un caso similar en un primo acomodado suyo.

—No tienes por qué preocuparte; puedes hablar a tu ritmo. Ya no... ¡volveré a interrumpirte!

Ella levantó su mirada sorprendida. Nadie que no fuera alguna de las personas de su servidumbre había sido amable con ella. Ni siquiera sus padres.

A la luz del sol, sus ojos se veían naranjas, y Luis se deslumbró ante estos.

Eran tan puros, pero tan tristes; tan solitarios y tan delicados que quería cuidarlos.

De pronto, de la casa salió una mujer de unos 19 años. Su mirada era altiva, y su ropa, fina.

—¡Sofía! Te llama mi mamá. Apresúrate; no seas una inútil.

—¿Es tu hermana? —preguntó Luis.

—Orgullo de mis padres —respondió.

—Pues yo creo que tiene nariz de bruja —dijo Luis riendo.

Sofía rió espontáneamente.

Luis se sintió contento, pues era la primera vez que veía en su rostro una sonrisa.

—Oye... yo... vendré mañana. ¡Y después de mañana! Y... ¡todos los días vendré a hablar contigo! No eres... ¡para nada aburrida! —exclamó él.

Sofía se ruborizó y le sonrió diciendo:

—Está bien, te esperaré.

Cuando Luis regresó al lugar donde vivía, sus ojos brillaban.

—¡Ya volví, mamá!

—¿Y tú qué traes? Pareces más animado de lo normal. ¿Te pasó algo bueno?

—No, no, mamá. Conseguí las semillas para sembrar y regresé. Todo normal.

—Mmm... entiendo... Bueno, siéntense, ya está la comida.

La hermana de 17 años de Luis, y Luis, ayudaron a su mamá a servir la sopa de frijol, mientras que su hermanita de 7 años se sentó de una vez.

Mientras comían y conversaban, la hermana mayor de Luis dijo a su mamá:

—¿Has visto los vestidos de las nobles, mamá? Son muy hermosos. Tienen una vida envidiable.

—Sí, mamá, ellos tienen todo —secundó la hermanita (pues su hermana mayor era su modelo a seguir).

—Además, si tuviéramos todo eso, mi papá no trabajaría tanto y hasta le daría tiempo de almorzar con nosotros.

—Ya, ya. No todo es lo que parece —dijo la madre.

—Ellos deben ser muy felices —comentó finalmente la hermana mayor.

Luis estaba pensativo y su madre le extrañó, pues solía estar siempre muy dispuesto a dar su opinión.

—Luis... ¿qué tienes, hijo?

—Nada, mamá... solo que... creo que no por ser un noble y tenerlo todo se debe ser feliz, o que eso garantizaría que nuestro papá pasara más tiempo con nosotros. Tal vez uno puede ser feliz conociendo nuevas personas o haciendo brillar... ¡ojos que siempre estuvieron apagados!

Hubo un pequeño silencio en la mesa. Su hermana mayor soltó una carcajada y, tocando la frente de su hermano, le dijo:

—¿Qué tienes, Luis? Me preocupas. ¿Acaso estás enfermo?

—No me toques, ¡toooonta!

Mientras eso ocurría, su hermana menor también se reía, pero su madre sonrió con ternura y vio a su hijo con profundo amor.

—Su hermano tiene razón y está creciendo para ser un hombre muy bueno y de noble corazón. Este día no solo has hecho a una persona feliz, Luis, sino a dos —dijo su madre.

Luis se ruborizó y se sintió feliz de la percepción de su mamá.

—¡Ay, mamá! ¿Qué cosas dices? Esta familia se está volviendo cada vez más rara —protestó la hermana mayor.

La madre rió y dijo:

—Bueno, bueno, ya es mucha plática por hoy, coman o se enfriará la sopa.

Ese día fue el comienzo de una historia de amor entre Sofía y Luis donde, a pesar de los prejuicios que podrían tener en su entorno, su deseo de estar juntos prevalecería.

Fin

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