Prefacio

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Aedrien nunca había visto nada igual. Una criatura enorme sobrevoló el cielo despejado oscureciendo al sol. Recubierta por escamas oscuras y pétreas que simulaban el carbón. De sus fauces dentadas escupió fuego y arrasó con las tiendas de campaña que su gente había armado para descansar y atender a los heridos. Sus patas con filosas garras, más largas que el brazo de un hombre, despedazaron sin el mayor esfuerzo a los elfos que intentaron combatirlo. Su larga cola se balanceó y arrasó con los árboles que le rodeaban alzando grandes columnas de tierra.

Aedrien los escuchó antes que verlos, el chirrido cavernoso de los dragones retumbó en el valle donde se encontraban. Su piel se había erizado ante el sonido, su sangre se heló. Los pocos guardias que mantenía consigo y que estaban haciendo sus turnos en los límites del campamento no lograron advertirle con tiempo del ataque.

Aedrien entonces tomó la decisión de huir, instruyó a los médicos y a los pocos guardias que podían movilizarse por sus propios medios que abandonaran las tiendas y se llevaran a los heridos hasta el bosque. Un cuerno sonó advirtiendo la retirada para aquellos que no se encontraban cerca y con ello emprendieron la huida. Había indicado que no se separaran, debían mantenerse unidos, el instinto predatorio de los dragones convertiría esto en una persecución y terminarían aniquilándolos a todos si descubrían que se habían dispersado, Aedrien no quería vivir otra cacería más.

No llegaron lejos, cuando los dragones destrozaron y comprobaron los toldos notaron que habían huido comenzaron la búsqueda en los alrededores. Los elfos eran excelentes rastreadores, se basaban en indicios y evidencias para seguir un rastro, los dragones, en cambio, estaban dotados por un fuerte olfato. Por lo que Aedrien no se sorprendió cuando la horda de dragones los había acorralado.

Aedrien miró a los dragones, solo los que podían transformarse se los llamaba señores. El resto lucía como humanos aunque eran notablemente más grandes y desarrollados. Estaban armados con espadas y hachas, armas pesadas que requerían de cuerpos fuertes para usarlas. En comparación, los elfos eran más esbeltos y con músculos más finos. Si bien los elfos eran menos fuertes, contaban con una estricta disciplina que los hacia excelentes guerreros, que los dotaba de destreza y fluidez que los aventajaba en una batalla cuerpo a cuerpo. Sin embargo, Aedrien no estaba con esos guerreros, solo tenía media docena de ellos capaces de luchar. El resto presentaba heridas, y la otra mitad era, al igual que él, médicos, adiestrados en las artes curativas lejos de las armas.

Los señores dragones revolotearon el cielo, Aedrien podía verlos entre los espacios de los doseles de los árboles, una presencia inmensa y amenazante en el cielo, que irradiaba de sombras cuando los sobrevolaban. Pudo identificar dos, faltaba un tercero, aquel de color negro que había avistado primero en el campamento y que con solo una llamarada barrió las tiendas.

Aedrien, bien sabiendo con la suerte que contaban, se paró con la firmeza y la nobleza que se les enseñaba a los elfos, y se enfrentó a la horda de dragones. Mirándolos de cerca eran aún más amenazantes, estaban cubiertos de hollín y polvo, sus ropas eran prendas hechas de cuero y piel de animales. Aedrien elevó su mentón, la postura correcta que en su tierra debía adquirir quien iba a emplear la palabra.

Los dragones tomaron esto como una muestra de soberbia y se burlaron ante su presencia, pero no se movieron ni avanzaron.

Fue entonces que entre la espesa maleza un dragón se hizo paso, la horda de al menos treinta hombres y mujeres se dividieron para mostrar a su señor y posiblemente comandante. Era un hombre que superaba los diez pies de altura, cuando un elfo promedio alcanzaba los siete. Pero Aedrien era mestizo, su sangre era mitad élfica y mitad humana, su altura no superaba los seis pies, era visiblemente menor a su especie y posiblemente la mitad del hombre frente a él. Y sin embargo, eso no lo hizo retroceder, un elfo siempre debía mantener su dignidad y compromiso para con su pueblo incluso en la muerte.

En las garras del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora