La gente corría en todas direcciones, buscando refugio lejos del inminente enfrentamiento que se desarrollaba sobre sus cabezas.
En lo alto de la catedral, ambos hermanos jurados se enfrentaban, cada uno con su arma en mano. Sus figuras se recortaban contra el cielo tumultuoso, mientras la escarcha y el fuego se entrelazaban ferozmente.
Los destellos de acero brillaban en la oscuridad, reflejando lo intenso que era su enfrentamiento. Cada golpe era un eco de siglos de resentimiento y conflicto, y cada parpadeo en sus ojos era un recordatorio de las heridas que aún no habían sanado entre los dos jóvenes.
Mientras sus espadas chocaban, el viento rugía con furia.
Diluc, sin soltar su mandoble y con un paso decidido, se lanzó hacia el vacío desde lo alto de la catedral.
La caída fue rápida, el viento azotando su rostro y revolviendo su cabello mientras descendía. Con un aterrizaje perfectamente calculado, Diluc tocó tierra firme sin hacerse ningún tipo de daño. Al caer erguido, se enderezó rápidamente, con su mirada fija en el moreno, quien se preparaba para seguir sus pasos.
Kaeya, al verlo bajar, decidió imitar su acción. Con un salto ágil y decidido, se lanzó desde lo alto, con la intención de sorprender al pelirrojo con un ataque sorpresa.
Sin embargo, el contrario ya estaba preparado para el movimiento del peli-azul. Con un giro rápido de su mandoble, logró esquivar el ataque de su hermanastro, haciendo que cayera de espaldas y golpeara su cabeza contra uno de los escalones de la catedral.
El golpe resonó en el aire, y un silencio tenso se apoderó del lugar mientras Kaeya yacía en el suelo, aturdido y desorientado.
El pelirrojo, sorprendido, se acercó a él con cautela, con su mirada llena de preocupación. A pesar de la batalla que los separaba, en ese momento, Diluc sólo podía sentir compasión por el joven que yacía herido a sus pies.
Su corazón se llenó de preocupación al verlo.
Al acercarse lentamente y ofrecerle una mano, su gesto de ayuda fue rechazado, puesto que Kaeya, con su mano, había golpeado la mano contraria del pelirrojo, haciendo que la quitara rápidamente.A pesar del dolor físico y la desorientación, pudo levantarse por cuenta propia, tambaleándose en el transcurso.
Aunque su cuerpo estaba herido y su mente nublada por el impacto, todavía estaba dispuesto a seguir peleando hasta el final.
El pelirrojo lo observó con una mezcla de admiración y preocupación, reconociendo la fuerza y la determinación que ardía en su interior.
A pesar de las diferencias que los separaban, había un vínculo indestructible que los unía.
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