Serie diecinueve estrellas: 1. Una sorpresa

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Si el viaje en coche hubiese durado cinco minutos más, me hubiese quedado dormido sobre la ventanilla. Mientras abría la puerta del copiloto y salía del que había sido mi taxi particular durante todo el día, pensé en la cantidad de horas que llevaba fuera de casa.

Bajé la cabeza disimuladamente, intentando que nadie se diera cuenta del gesto, y olí por encima de la ropa mi axila. Necesitaba una ducha.

Tenía la cabeza embotada y estaba agotado. Viajar de una radio a otra durante todo el día me había dejado hecho polvo. Rompeolas, mi primera canción, era la culpable de que me hubiese pasado más de doce horas hablando sin parar y respondiendo una y otra vez las mismas preguntas. Amaba esta nueva faceta de mi vida, pero mi yo más niño luchaba por poder tener el derecho a quejarse de vez en cuando.

Me despedí del conductor y me encaminé hacia el portal de casa. Hice el gesto de buscar las llaves en el bolsillo de mi pantalón, pero recordé que por la mañana no las había encontrado. No entendía dónde las había podido dejar. El día anterior al volver de casa de Arrate, mi mejor amiga, las dejé sobre la repisa del recibidor como siempre. Mamá se ha hecho la loca cuando le he preguntado esta mañana, diciendo que ella no las había visto. Ni Erik. Ni María. No he tenido tiempo de indagar mucho más, porque como siempre, iba tarde, así que me he tenido que ir haciéndole prometer a mi madre que habría alguien en casa por la tarde para abrirme la puerta cuando llegase.

Esperando al ascensor, una vez el pitido del interfono me cedió el paso, saqué mi móvil y me puse a mirar los whatsapps que no había leído. No encontré nada interesante y, automáticamente y casi por inercia, me encontré abriendo el chat que tenía anclado.

"hola do, por fin llego a casa" escribí a Juanjo.

Tenía muchas ganas de hablar con él, no lo habíamos podido hacer en todo el día, más que tres minutos y en directo en una radio de Bilbao, cosa que prefería no recordar.

Llevábamos sin vernos cinco días, pero parecía que hubiésemos hecho un pacto con el tiempo y se hubiesen convertido en cinco meses. Le echaba de menos.

En nuestra relación, eso de pasar de cero a todo se había hecho costumbre. Vivir tan pegado a él en la academia potenciaba que ahora no aguantásemos separados mucho tiempo. Algunos lo llamaban dependencia, pero qué iban a saber ellos si no habían aprendido a querer en las mismas circunstancias que nosotros. Lo que dijesen los demás había empezado a darme bastante igual, porque si algo tenía claro es que en nuestra relación solamente importaba lo que Juanjo y yo sintiéramos.

Esperé verlo en línea y que me contestase durante los pocos segundos que el ascensor tardó en llegar a mi planta, pero no tuve suerte. Seguramente estaría con sus amigos en Magallón, sentado en algún bar y hablando sin parar mientras se bebía una cerveza. Una sonrisa se me dibujó en la cara mientras me lo imaginaba con el pelo revuelto, una sudadera y los papos de color rojo. Dios, me moría por verle.

Llamé al timbre de casa y esperé. Tardaron un poco más de lo habitual en abrir y pensé que mamá estaría obligando a Erik a levantarse del sofá para abrirme y que éste estaría refunfuñando teniendo que dejar alguna de sus partidas del Fifa a medias.

Escuché el sonido de la puerta, pero no se abrió. "Ya le vale a este" pensé criticando a mi hermano "ni siquiera ha hecho el gesto de abrir la puerta y ya se ha largado".

Saqué la mano de mi bolsillo y empujé hacia dentro. Ni siquiera presté atención cuando, ya dentro de casa, me giré para cerrar la puerta de nuevo.

Iba a hacer el gesto de quitarme la chaqueta, pero algo me hizo detenerme.

Reconocería ese olor en cualquier parte.

UNA HISTORIA BAJO LAS ESTRELLASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora