Era ateo hasta que comprendí que soy Dios.

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Cuando nos detuvimos en la comisaría del condado de Mora, Nayeon echaba chispas. Estaba haciéndose cargo de la investigación y lo cierto es que no lo hacía nada mal. Siempre que no se contaran las llamadas fallidas, el acceso lento a internet y aguantar a una octogenaria pesada que aseguraba ser Batman después de que mi amiga marcara su número por equivocación. A Nayeon empezaba a sacarle de quicio mi imitación de la mujer. No debería haberla puesto en el manos libres si no estaba dispuesta a atenerse a las consecuencias.

Pasó por mi lado, dándome un empujón, en cuanto nos bajamos de Misery.

—Un día de estos conseguirás que pierda el juicio.

Intenté no reírme (bueno, al menos no de forma descarada) y pregunté:

—¿Pero no lo habías ganado y por eso Dahyun vive contigo?

Por desgracia, el mandamás actual estaba fuera por cuestiones de trabajo. La recepcionista nos dijo que el anterior sheriff, el padre de Kyle Kirsch, vivía en Taos con su mujer y que se dedicaba al ramo de la seguridad, de modo que no pudimos hablar con él. Sin embargo, la recepcionista nos facilitó copias de todo lo que tenían sobre el caso de Hana Insinga por el módico precio de un billete de ida y vuelta a un sótano húmedo y oscuro y revolver en unas cuantas cajas de archivos.

La recepcionista era demasiado joven para recordar el caso, lo cual era una lata, aunque estaba convencida de que más de una persona acabaría enfadándose cuando descubriera que habíamos estado haciendo preguntas aprovechando el alboroto que habíamos armado. Como mínimo atraeríamos la atención de Kyle y rápido. Claro que, entre los falsos agentes del FBI y las nuevas amistades que había hecho aquella misma mañana, puede que ya hubiéramos revelado la situación de nuestra guarida secreta y nuestros viles planes para impedir que Kyle Kirsch dominara el mundo.

Me encantaba hacer sudar a los chicos malos. Lo cual no se diferenciaba demasiado de mi pasión por hacer sudar a los chicos buenos, aunque por razones muy distintas.

De vuelta a casa teníamos que pasar por Santa Fe, lo que me proporcionó la excusa perfecta para tener una platica con Neil Gossett, el subdirector de la prisión. En realidad, Gossett había llamado cuando íbamos de camino a casa y había insistido en que fuera a verlo. Le había pedido a su ayudante que nos concertara una visita. Bien sabía yo cuánto gustan las visitas en las cárceles.

—¿Crees que Neil te facilitará ese tipo de información? —preguntó Im cuando terminó de hablar por teléfono con su hija. Por lo visto, Dubu estaba pasándoselo bien con su padre, lo que parecía aligerar las preocupaciones de Nayeon—. Es decir, ¿los registros de visitas no son confidenciales?

—Lo primero es lo primero —contesté, de camino a la prisión.

Saqué el móvil y llame a la tía Jeong.

—Ah —dijo Nayeon, tecleando en el portátil—, mistress Irene acaba de contestar el mensaje que le envié.

—¿De verdad? ¿Dice algo de mí?

Nayeon ahogó una risita.

—Bueno, le pregunté qué quería del ángel de la muerte y ha respondido, textualmente: "Eso es algo entre el ángel de la muerte y yo".

—¡Sí que dice algo de mí! Qué linda.

Nayeon asintió al tiempo que Jeong respondía en tono brusco.

—¿Qué tienes?

—¿Aparte de unos buenos melones? —pregunté.

—Sobre el caso.

Se irritaba con mucha facilidad.

—¿Lo quieres todo con pelos y señales o te vale con un resumen?

—Detallado, si no te importa.

Segunda Tumba a la Izquierda (Sahyo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora