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Cuando me despierto, todavía no ha amanecido. No tengo ni idea de cuánto tiempo he dormido. Estiro las piernas debajo del edredón y me siento adolorido, exquisitamente adolorido. No veo a Spreen por ningún sitio. Me siento en la cama y contemplo la ciudad frente a mí. Hay menos luces encendidas en los rascacielos y el amanecer se insinúa ya hacia el este. Oigo música, notas cadenciosas de piano. Un dulce y triste lamento. Bach, creo, pero no estoy seguro.
Echo el edredón a un lado y me dirijo sin hacer ruido al pasillo que lleva al gran salón. Spreen está sentando al piano, totalmente absorto en la melodía que está tocando. Su expresión es triste y desamparada, como la música. Toca maravillosamente bien. Me apoyo en la pared y lo escucho embelesado. Es un músico extraordinario. Está desnudo, con el cuerpo bañado en la cálida luz de una lámpara solitaria junto al piano. Como el resto del salón está oscuro, parece aislado en su pequeño foco de luz, intocable... sólo en una burbuja.

Avanzo en silencio hacia él, Atraído por la sublime y melancólica música. Estoy fascinado. Observo sus lagos y hábiles dedos recorriendo y presionando suavemente las teclas, y pienso que esos mismos dedos han recorrido y acariciado con destreza mi cuerpo. Me ruborizo al pensarlo, sofoco un grito y aprieto los muslos. Spreen levanta sus insondables ojos violetas con expresión indescifrable.

—Perdona -susurro —No quería molestarte.

Frunce ligeramente el ceño.

—Está claro que soy yo el que tendría que pedirte perdón -murmura

Deja de tocar y apoya las manos en las piernas.
De pronto me doy cuenta que lleva puestos unos pantalones de pijama. Se pasa los dedos por el pelo y se levanta. Los pantalones le caen de esa manera tan sexy... Madre mía. Se me seca la boca cuando rodea tranquilamente el piano y se acerca a mí. Es ancho de hombros y estrecho de caderas, y al andar se le tensan los abdominales. Es impresionante...

—Deberías estar en la cama -me riñe.

—Un tema muy hermoso. ¿Bach?

—La transcripción es de Bach, pero originalmente es un concierto para oboe de Alessandro Marcello.

—Precioso, aunque es muy triste, una melodía muy melancólica.

Esboza una media sonrisa.

—A la cama -me ordena —por la mañana estarás agotado.

—Me he despertado y no estabas.

—Me cuesta dormir. No estoy acostumbrado a dormir con nadie -murmura.

No logro discernir cuál es su estado de ánimo. Parece algo caído, pero es difícil asegurarlo en la oscuridad. Quizá se deba al tono del tema que estaba tocando. Me rodea con un brazo y me lleva cariñosamente a la habitación.

—¿Cuándo empezaste a tocar? Tocas muy bien.

—A los seis años.

Spreen a los seis años... Imagino a un precioso niño pelinegro y ojos violetas. Y se me cae la baba... Un niño de cabello alborotado al que le gusta la música increíblemente triste.

—¿Cómo te sientes? -me pregunta ya de vuelta en la habitación.

Enciende una lamparita.

Los Juegos Oscuros De Un MillonarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora