¡Salomé! —gritó Sêlboro mientras recorría a toda prisa el bosque de Siborneo.
El elfo había salido con su hermana a pasear un rato justo antes del anochecer, pues le costaba conciliar el sueño si no se refrescaba antes. A ambos les encantaba el misterioso bosque de su antepasado, así que solían ir juntos a caminar entre los árboles.
Aquella noche habían salido, como tantas otras veces, sin embargo, Sêlboro se encontraba raro, por lo que no prestaba demasiada atención a lo que ocurría a su alrededor. Salomé se había descuidado y se había desviado por un recodo mientras Sêlboro seguía su camino, concentrado en sus pensamientos. Para cuando quiso darse cuenta la había perdido de vista y él también estaba a punto de perderse. Gritó el nombre de su hermana, pero esta no respondía. Echó a correr esquivando los árboles, uno tras otro, sin saber muy bien a dónde ir.
—¡Salomé! —seguía gritando mientras zigzagueaba entre los árboles, hasta que el grito de su hermana le hizo parar en seco.
Agudizó el oído y dedujo que provenía de algún punto a su derecha, por lo que comenzó a correr. En circunstancias normales le habrían preocupado los wargos, pero sabía que estos no atacaban a los elfos jamás.
Corrió y corrió, guiándose gracias a una nueva llamada, hasta que la vio un poco más adelante, corriendo hacia él con el rostro serio.
—¿Por qué te has separado de mí? —preguntó entre enfadada y preocupada.
—No lo sé, Lo, solo he seguido el camino.
—Bueno, volvamos a casa, mamá estará preocupada.
Comenzaron a caminar por el bosque en dirección a su casa y Sêlboro no tardó mucho en abstraerse de nuevo en sus pensamientos. Hacía unos días que pensaba acerca de una cosa que había averiguado. Rebuscando en los viejos libros de su casa, dio con el árbol genealógico de la familia y allí descubrió algo insólito.
—Mamá, mira lo que pone aquí —le dijo a su madre cuando lo descubrió—. Según pone aquí, Salomé y yo somos los herederos de Siborneo, ¿verdad?
—¿Dónde has encontrado eso, Sel? —inquirió Saradae.
—En unos libros que había en un baúl.
—Te he dicho mil veces que no tocaras ese baúl —le regañó.
—Ya, yo solo buscaba algo con lo que dibujar, pero me encontré esto. Dime, ¿es verdad?
—Sí —respondió secamente.
—¿Entonces no deberíamos vivir en la mansión de los herederos? —preguntó sin comprender por qué vivían en aquella casita.
—No depende de nosotros, Sel, ahora devuelve eso a donde lo has sacado —ordenó zanjando la conversación.
Desde ese día miles de ideas cruzaban la mente del chico, aunque la mayoría eran completas incógnitas. Si realmente su hermana y él eran los únicos herederos de Siborneo, alguno de ellos poseería los poderes que, según la leyenda, tenía su antepasado. Miró de reojo a Salomé, cinco años mayor que él, preguntándose si sería ella o si, por el contrario, sería él, como debía ser. Al ser el único varón de entre todos los descendientes tenía pleno derecho, lo sabía. Aunque le preocupaba que Salomé, al ser unos años mayor que él, heredara los poderes. Eso le llevó a preguntarse qué ocurriría si fuera su hermana la heredera finalmente. No podía ser tan malo, ¿verdad? Aunque tenía que admitir que tenía ciertas dudas acerca de si Salomé sacaría el mayor rendimiento a semejantes habilidades. Aquellos poderes, la magia de los antiguos hechiceros, solo estaba reservada para los más osados y él era uno de ellos. Lamentablemente, aún no había dado muestras de poseer tales poderes.
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BÚSQUEDA - Parte 2 - El camino del Portador
FantasiaTras conocer la existencia de su abuela y despertar sus poderes destruyendo el castillo de Matheroth, Sara deberá afrontar nuevos retos mientras Sêlboro la persigue incluso cuando es llevada de vuelta a la Tierra. Entrenará, conocerá el desprecio de...