Wizarding World: El Ataúd de Wiggen

CAPÍTULO 11 - EL LEGADO DE LOS FUNDADORES

Al día siguiente, Andrew recibió una nota de Susane durante el desayuno. Quería que los cuatro volvieran a la Sala de Reuniones ese mismo día, después de las clases. Andrew había pensado que quizá se reunirían por la noche, quizá motivado por las novelas de espionaje y conspiraciones que había leído en casa de sus padres, pero lo cierto es que ya era suficientemente arriesgado acudir a la torre secreta como para además sumar el factor del toque de queda nocturno. Andrew decidió ignorar a Susane, Atwood y Jade durante todo el día, pasando el tiempo con Ryan para que ninguno de sus compañeros, incluyéndolo a él, pudiera pensar que estaba tramando algo con los otros. No le gustó tener que mentir a su amigo cuando este le ofreció dar un paseo por el lago al finalizar las clases, se excusó mencionando que Snape les había puesto un castigo por lo ocurrido la noche anterior que lo mantendría ocupado hasta la hora de la cena. Cuando terminó la última clase, Herbología, Andrew se separó de su amigo y caminó desde los invernaderos hasta el pasillo del segundo piso, subió las pequeñas escaleras que llevaban al rellano de la torre secreta y esperó. La nota de Susane advertía de que era posible que los cuadros de la zona estuvieran espiando para los profesores y daba instrucciones muy claras del procedimiento que debían seguir para evitar levantar sospechas. <<Yo llegaré la primera, me excusaré de clase diciendo que tengo que ir a recoger unos ingredientes para la clase de pociones de mañana. Si detecto actividad en los cuadros del pasillo, dejaré un pañuelo atado a uno de los bancos de madera de los laterales. Esperad por la zona si ese es el caso. Si, por el contrario, veis una página de mi cuaderno bajo la pata de uno de los bancos, tenéis vía libre. Eso sí, no llaméis la atención y procurad ir solos. Recordad el santo y seña.>>

Andrew no se encontró con sus compañeros en el pasillo, pero sí identificó la página del cuaderno sobresaliendo bajo una de las patas del banco de la derecha. Miró en ambas direcciones para asegurarse de que no había nadie en la zona y de que los cuadros no le prestaban atención y dobló la esquina, caminando con decisión hacia...

—¿Jade? —murmuró, viendo a la chica empujando el tapiz del dragón con mucha insistencia.

—Salazar...Salazar...—La chica parecía desesperada, no paraba de repetir nombres mientras empujaba. —¡Andrew! ¡No recuerdo el santo y...!

—Nicholas Dearborn. —dijo Andrew, corriendo hacia la chica y abalanzándose sobre ella. Los dos cayeron al otro lado y escucharon un sonido de vacío al cerrarse la entrada secreta. —¿Pero en qué demonios estabas pensando? ¿Y por qué no parabas de decir Salazar? El santo y seña es Nicholas Dearborn.

—Lo siento. —dijo la chica, cubriéndose el rostro con las manos tirada en el suelo. —Es que no me acordaba del santo y seña y Susane no lo escribió en su nota. Estaba probando todos los nombres de los fundadores del castillo.

—Por las barbas de Merlín, Jade, vas a terminar mal si no te tomas estas cosas más enserio. —Se levantó del suelo y se sacudió el polvo de la túnica. Andrew no se había fijado hasta ese momento, pero la subida a la torre estaba ahora iluminada por antorchas encendidas en las paredes y no había tanto polvo como recordaba la noche en que habían entrado. —¿Esto estaba así cuando nos fuimos ayer?

—Juraría que no. —dijo Jade, ya de pie, pero con la túnica completamente desarreglada. —Atwood iluminaba la zona con su varita cuando bajamos anoche.

—Curioso.

Andrew y Jade iniciaron el ascenso por la escalera de caracol y atravesaron la trampilla que llevaba a la Sala de Reuniones. Atwood y Susane estaban ya allí, sentados en sus respectivos sillones mientras tomaban el té acompañados por el cuadro de Nicholas. Los tres dirigieron la mirada a Andrew y Jade cuando llegaron.

—Qué tarde llegáis. —dijo Atwood, sorbiendo con exageración el contenido de su taza.

—Absurdamente tarde. —lo imitó Susane.