23 - DÉBIL

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Los rayos de sol se filtraron a través de las hojas y dieron de lleno en el rostro de Denver, que despertó de inmediato un tanto desorientado. Había pasado la noche sobre la rama de uno de los árboles y debía de haber tenido un sueño muy profundo, pues no se había dado cuenta de cuando había llovido aquella noche; tenía la ropa empapada.

Se enderezó y se desperezó para despejarse. Después, generó un halo de fuego a su alrededor para secar su ropa y sacó de su bolsa algo para desayunar. Aún le quedaba más de un día para llegar a Puerto Añil y únicamente pensaba en llegar a tiempo para evitar que se fueran solas. Sabía hacia dónde se dirigían, pues lo había leído en el libro del Portador, pero lo que no sabía era si habían partido ya. Guardó lo que no había querido comer y se dispuso a bajar, pero la presencia de energía en los alrededores hizo que se detuviera.

Tranquilo, Denver, puedes bajar dijo una voz en tono burlón.

El muchacho supo inmediatamente de quién se trataba, así que comenzó a acumular energía en su interior y bajó lo que le quedaba de un salto. La figura del elfo apareció repentinamente, con los fríos ojos azules fijos en él.

Tranquilo, Denver repitió sonriendo, puedes relajarte; no he venido a pelear.

¿A qué has venido entonces?

Tengo entendido que tu hermana y la chica llegaron hace poco a Puerto Añil.

Denver apretó la mandíbula fuertemente y Sêlboro sonrió ante ese gesto.

Como no te des prisa, se irán sin ti continuó, y no querrás que eso ocurra, ¿verdad?

¿A qué has venido? repitió de nuevo, henchido de rabia.

A prevenirte únicamente sonrió aún más que antes. Pronto dejarán Puerto Añil y partirán a la isla de Galicea, pero esto tú ya lo sabías, ¿no?

Denver dejó que siguiera hablando sin articular palabra alguna.

Como no corras, se marcharán sin saber que jamás debieron haber ido a la isla de Galicea.

¿Qué hay allí?

En aquella ocasión fue Sêlboro quien no contestó. De entre los árboles que tenía detrás el elfo apareció una alta figura con los ojos morados. Denver supo quién era incluso antes de verlo.

¿Sí? preguntó Sêlboro sin apartar la mirada de Denver.

Están a punto de llegar.

Bien. Denver, un placer haberte visto. Estoy deseando pelear de nuevo contra ti añadió sonriendo. Hasta la próxima.

Sin decir nada más, ambos se esfumaron sin dejar ni un solo rastro tras de sí. Denver terminó de recoger todo y partió de inmediato hacia Puerto Añil con la esperanza de interceptarlas a tiempo. No sabía por qué, pero intuía que el elfo no mentía; lo veía en sus ojos burlones, llenos de alegría. Tampoco sabía qué se iban a encontrar en la isla de Galicea, pero debía darse prisa.


Sara abrió los ojos lentamente un tanto desorientada y con un cierto dolor de cabeza. Se encontraba extenuada a raíz de la premonición que había sufrido, por lo que se quedó varios minutos más tumbada, lo más relajada posible. Aún tenía grabada en su cabeza la imagen de Laicea levantando en el aire aquella gran masa de agua con una quincena de barcos flotando sobre ella. Había oído hablar innumerables veces del enorme poder que residía en ella, pero no imaginaba que llegara hasta ese punto. Un golpeteo constante martilleaba su cabeza con cada latido de su corazón y un ligero mareo se iba apoderando cada vez más rápidamente de ella. Tenía que comer algo para reponer fuerzas, pero no sabía si iba a poder levantarse. Suspiró profundamente y dejó caer la cabeza hacia un lado, pero lo que vio le cortó la respiración. Junto a ella se encontraba la fotografía que había traído consigo el día que viajó a aquel mundo, la cual había perdido durante el viaje. Se incorporó a duras penas y apoyó la espalda contra la pared, extendió la mano y tomó la fotografía. Conteniendo la respiración analizó cada una de las partes de la foto, prestando atención a todos los detalles. Su madre la agarraba suavemente de la cintura mientras ella se sentaba sobre sus piernas, sonriendo ampliamente. No recordaba quién había hecho aquella foto, pero en aquel momento le estaba profundamente agradecida. Los ojos verdes de su madre le sonreían a través de la foto, tan vivos como los recordaba. Había anhelado encontrar aquella imagen durante muchísimo tiempo; habría hecho lo imposible, y ahora se encontraba en sus manos, por fin. Unas lágrimas pugnaban por salir y Sara no hizo nada para contenerlas. Extendió un dedo hacia la imagen y acarició el lugar en el que se reflejaba el rostro de Karen mientras dos espesas lágrimas recorrían sus mejillas y caían finalmente sobre el cristal de la fotografía. Le costaba muchísimo respirar a causa de la emoción, pero únicamente deseaba detener el tiempo y quedarse allí, en aquella postura y con la foto de su madre para siempre.

BÚSQUEDA - Parte 2 - El camino del PortadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora