Extrañas Amistades

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Se oían pasar los mercaderes con sus carretillas arrastradas por las mula en aquellas zonas urbanas y callejosas. El bullicio de la sociedad hacia entender que la ciudad estaba cobrando vida un día más. Jack esa mañana se había levantado temprano para ir a comprar algo que llevarse a la boca, se encontraba en uno de aquellos puestos que allí estaban posicionados desde las primeras horas de la salida del sol. Este era un elfo muy alejado de los bosques donde se había criado. Un largo cabello liso acababa en el centro de su espalda, proyectado de color oro junto a los rayos del sol. Sus ojos rasgados y de color azul verdoso, observaban como de una manzana de aquel puesto era bendecida por los rayos del sol mañanero. De repente un gusano emergió de aquella esfera brillante y rojiza, provocando ciertas dudas sobre la calidad de esta misma. Mientras, se repeinaba pensativo la pequeña barba que brotaba en el comienzo de aquella barbilla que recorría sus finas mandíbulas. De repente, alguien interrumpió sus pensamientos.

-Buenas, ¿Vas a comprar algo o que? -Preguntó el mercader-. ¡Si no vas a comprar nada vete, espantas a la clientela! -añadió este algo malhumorado-.

-¡Disculpe! quisiera comprar dos mazanas y un poco de hidromiel, por favor -respondió el elfo haciendo caso omiso a las palabras del vendedor-.

El mercader se dio la vuelta para recoger el hidromiel que su cliente de orejas puntiagudas había pedido, con disimulo y aprovechándose del pequeño momento de distracción que el mercader le había proporcionado, Jack alzó la vista a su izquierda. Allí pudo contemplar a un encapuchado que le miraba fijamente, como si esperara alguna respuesta del elfo. Mientras, este se mantuvo pensativo de nuevo. El elfo no sabía que hacer e incluso sentía una extraña incomodidad al ver a aquella figura observándole inmóvil.

-¡Son cinco piezas de oro! -dijo el mercader de forma brusca, interrumpiendo al cliente pensativo-.

Este devolvió la mirada hacia el mercader y sacó de su bolsa de cuero las cinco piezas de oro que le debía al mercader. al retomar su mirada a la figura que le acosaba, observo que esta ya no estaba.

-¿Algún problema chaval? -preguntó el mercader interrumpiendo de nuevo los pensares de su extraño cliente-.

-No, que tenga un buen día -respondió este nervioso-.

Una vez recogido su desayuno, se dirigió a una posada cerca de allí. Aquella no era elegante ni tampoco olía bien, pero tenían habitaciones a buen precio así que era eso o trasnochar en los fríos callejones. El elfo subió las escaleras de madera algo roídas debido a las ratas que por allí rondaban, estás rechinaban al pisar debido a la mala calidad con la que estaban construidas. Mientras comía una de las manzanas, palpaba su bolsa de cuero con el fin de hallar más de tres monedas que en su interior quedaba. Cuando estaba terminando de subir aquella roída escalera, a lo lejos vio una figura que recordó al observarla. Otra vez los nervios revolotearon en su interior, paso a paso se fue acercando a aquella figura tan familiar. Mientras, veía como el sujeto estaba inspeccionando a hurtadillas una de las puertas que se situaban a los lados del singular pasillo. Antes de llegar a este, el individuo comenzó a hablarle.

-La has vuelto a pifiar, a este paso no tendremos ninguna moneda de oro -dijo este sin siquiera girarse a cruzar la mirada- yo en cambio estoy consiguiendo algo de oro para los dos -añadió-.

El individuo cubierto de una capucha color obsidiana, acompañada de una armadura de cuero reforzado y dos dagas medianas repartidas una a una en sus respectivas fundas a los lados de la cadera. Dejaba entrever en un lateral de su cinturón, un pequeño set de herramientas utilizada normalmente por ladrones, y de las cuales estaba extrayendo unas ganzúas para forzar la cerradura de aquella puerta. Sus manos marrones como el cuero, se movían sutilmente mientras intentaba abrir aquella cerradura.

El Cuenta Cuentos - Jack NjeilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora