Día 13: Redención.

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No siempre he sido poco afectuoso hacia las mujeres. Como cualquier persona en el mundo, yo también quise mucho a una mujer. La primer persona que, cuando me tomó en brazos, supe lo que era para mí sin saber siquiera su nombre.

La mujer que me dio la vida.

Agradable, trabajadora y entusiasta. A veces un poco torpe, pero siempre sonriente. De hermosos ojos almendrados que, cuando estaban contra la luz, se teñían ligeramente de verde esmeralda. Complexión media, piel suave y blanca como el marfil.
A pesar de su atrayente aspecto, lo que más me gustaba era su cabello. En ese entonces lo tenía largo, rubio y ondulado. La sensación al entrelazar algún mechón en mis dedos era estupendo. Sus abrazos cálidos al igual que sus besos. No era consentidora pero tampoco era frígida.
Alguna vez mientras paseábamos juntos, vi un muñeco que me gustó. No estaba acostumbrado a decir lo que quería porque no me gustaba ser una molestia. De mi boca no salió una sola palabra, sin embargo algo tenía ella que me leía la mente. Ese muñeco fue mi compañero por mucho tiempo.

Pero....

¿Cuándo fue que todo esto se transformó en algo irreal? Como si lo hubiese soñado. Como si nunca hubiera existido.

¿En qué momento su brillo con el que me veía a diario se apagó? ¿Le habré hecho algo que le molestara? ¿Fue porque no recogí mis juguetes cuando me dijo que lo hiciera? ¿O fue por haberme escabullido en su cama por los supuestos monstruos que merodeaban en mi cuarto por las noches?

Aquellas inocentes preguntas nunca obtuvieron una respuesta. Mientras pasaba el tiempo, las cosas se fueron distorsionando como los cuadros de Picasso. Su sonrisa contagiante se desvaneció en el aire. El cabello natural y hermoso que le caía en cascada por su espalda fue reemplazado por uno teñido y corto. Dejó de arreglarse como usualmente lo hacía. Las horas de trabajo aumentaron y el tiempo que tenía para nosotros disminuyó considerablemente.

Dejé de escuchar cuánto me quería.

El día en que ella y mi hermano desaparecieron de nuestras vidas, lloré con mi padre hasta que de mis ojos ya no salieron más lágrimas. Dos seres importantes se alejaron de nuestras vidas como si nada. Al sentir por primera vez lo que era un vacío, mi mente se llenó de ideas negativas. Olvidé lo que significaba la palabra felicidad.

Definí a las mujeres como seres tan impredecibles y cambiantes que nunca sabías cuándo te darían la mano o te apuñalarían por la espalda, hasta que veías la sangre correr bajo tu piel.

El cariño que le tenía a ambos terminó por quedarse en mí como una profunda herida. Por lo consiguiente, mi mente ocultó el dolor, omitiendo que tuve un hermano mayor. Desconociendo por completo a aquella mujer que me gustaba llamar 'mamá'.

Mi cuerpo adoptó una extraña reacción hacia las mujeres a modo de defensa.

Los problemas en la escuela no tardaron en aparecer. Un día, una niña se acercó a mí, tomándome del brazo, y me invitó a jugar. Mi cuerpo actuó al instante, dándole un manotazo y diciéndole toscamente que no quería. A esa niña la hice llorar. Por supuesto, le avisaron a mi padre por mi comportamiento y él me llamó la atención. Pero no pasó a mayores.

Desde entonces me mantuve al margen. Mi actitud fría y seria comenzó a ser algo normal para mí. Me aislé en mi insignificante mundo.

Hasta que esa extraña chica llegó a mi vida: Mi redención.

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Unos penetrantes ojos carmesí esperaban una respuesta, pacientemente. Me moví incómodo. Honestamente seguía sin quererle contar sobre esa etapa patética de mi vida. Cuando solté el aire para comenzar a hablar, aunque todavía pensando en cómo decirle, un resoplido de parte de él me interrumpió.

Estrella Fugaz Diurna (Daiki Mamura)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora