2.- El Contrato

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El trato que había hecho con Lewis era que iba a vivir con mi «propietario» durante dos años. Ni más ni menos. Después de ese tiempo, sería libre de vivir mi propia vida. No sabía qué clase de vida llevaría después de aquella experiencia, pero tenía que seguir siendo positivo.

Además, dos años no eran nada comparados con los años de vida que le podría prolongar a mi madre y, de paso, a mi padre.
Las notas graves que llegaban de arriba del club retumbaban a través de las paredes y el corazón me empezó a latir a su cadencia, pero intenté decirme desesperadamente que no estaba en ese lugar para dejarme envolver por la música y pasar un buen rato, como las otras personas queno tenían idea de lo que se estaba tramando bajo sus pies.

Los omegas de ahí abajo estaban sumergidos en algo totalmente distinto. Nos encontramos con el portero del club, un beta perfectamente uniformado que sostenía una tablilla con una lista VIP en la mano. Como sabía quiénes éramos y por qué estábamos allí, nos dejó pasar enseguida. Casi me echo atrás al pasar por delante del
montón de omegas alineados en el pasillo. Se trataba de un grupo muy
variado, algunos eran elegantes y otros con pinta de conocer el oficio,
aunque quizá fuera la primera vez que participaban en una oferta tan
jugosa. Estaban plantados ante un gran espejo que cubría la pared opuesta y llevaban un número pegado con cinta adhesiva sobre el vientre desnudo.

—Es un espejo de dos vistas para observarlos sin que se den cuenta —
me explicó Niko—. Cada cliente dispone de un prospecto en el que aparece la descripción de los omegas que se subastarán esta noche. Los meten en este pasillo para exhibirlos a los peces gordos como en una feria de ganado.
Este método les permite examinar la mercancía y decidir por qué omega
desesperado van a pujar.

—¡Vaya, gracias por decírmelo, Niko! No sabes lo bien que me ha
sentado —le solté.
—¡Oh, lo siento! No lo he hecho a propósito—me respondió el intentando hacer que me sintiera mejor—. Tú eres demasiado especial para esta clase de chanchullos y lo sabes de sobra. No eres como ellos —añadió señalando con la cabeza a los otros omegas del pasillo—. Pero lo entiendo. Lo haces por Marilú y me parece el acto más altruista de todos los que he oído hablar nunca en mi vida.

Esos otros omegas podrían también tener su propia Marilú en casa, pensé desviando la mirada para no establecer contacto visual con ellos.
Llegamos a la puerta que había al final del pasillo y Niko dio unos
golpecitos en ella. Una voz nos gritó que entrásemos, pero cuando Niko
haciéndose a un lado me indicó que pasara me asaltó el pánico. Estaba a
punto de tener un ataque de ansiedad, lo sabía.
—¡Eh, mírame! —exclamó Niko obligándome a volverme hacia el—.
No tienes por qué entrar si no quieres. Todavía podemos dar media vuelta y
largamos de aquí.
—No, debo hacerlo —respondí temblando como un flan por más que intentaba controlarme.

—Yo no puedo entrar contigo. A partir de ahora tendrás que arreglarlo tú solo —me dijo sin poder ocultar del todo sus remordimientos y su
preocupación.
Asentí con la cabeza y clavé la vista en el suelo para que no viera que se
me humedecían los ojos.
Niko me abrazó de pronto con tanta fuerza que casi me dejó sin aliento.
—¡Tú puedes hacerlo! Y de paso igual te lo pasas fenomenal en la cama.
¡Vete a saber! Un donjuán podría estar al otro lado del espejo deseando estrecharte entre sus brazos loco por ti.
—¡Venga, y qué más! —le solté logrando sonreír un poco antes de
separarme de su seguro abrazo—. Todo irá bien. Solo asegúrate de que el idiota que acabe conmigo cumpla el trato. Si no lo hace, espero que mandes al FBI a este lugar disparando con sus metralletas.

—¡Claro que lo haré! Ya sabes mi número de teléfono y como no me
llames para ponerme al día, soy capaz de hacerte una visita. Ahora tengo
que volver al bar antes de que me despidan y de quedarme sin saber con quién te has ido. Pero recuerda que me caes bien, ¡mierda! —Niko no era un sensible, pero sé que se trataba de su forma de decirme te quiero—¡Dales guapo! —añadió besándome en la mejilla antes de darme un azote en el trasero y alejarse por el pasillo. No estaba bromeando. Vi cómo encorvaba la espalda y se secaba los ojos con la yema de los dedos cuando
creyó que no lo veía.

—Tú también me caes bien —repetí en voz baja, porque ya no me podía
oír. Me volví hacia la puerta, mentalizándome para no perder la sangre fría y echarme atrás. Pero al pensar en mi madre vi que no tenía otra opción. Así que abrí la puerta y entré con paso firme en el despacho para ultimar los términos del contrato.

El despacho de Lewis me pareció el de un mafioso lleno de dinero. El suelo estaba cubierto de lujosas alfombras, del centro del techo colgaba una araña de luces preciosa, unas vitrinas iluminadas exhibían diversos objetos que debían valer una fortuna y las paredes estaban forradas de exquisitas obras de arte. De unos altavoces invisibles salía música clásica para intentar darme una sensación de falsa seguridad. La música y la elegante decoración creaba la ilusión de ser un lugar refinado para que los clientes se sintieran más a gusto en él, pero yo no era tonto. Por más que el mono se vista de seda, mono se queda.

Lewis estaba en el despacho con un cigarrillo en una mano y un vaso de
whisky en la otra, recostado en un sillón abatible con los pies encima del escritorio, dirigiendo con los dedos una orquesta invisible como si no tuviera otra cosa que hacer.
Se giró para mirarme y sonrió burlonamente antes de enderezarse y apagar el cigarrillo en un cenicero de mármol.

—¡Ah, señor Pérez! Me preguntaba si serías tan amable de honrarnos
con tu presencia esta noche—
Irguiendo la espalda y metiendo la barbilla hacia dentro, le miré a los
ojos. Era yo quien había decidido acudir y tenía la sartén por el mango
hasta que me entregara el dinero. Quería dejarle claro a  Lewis Hamilton que para mí no era más que un intermediario.

—Dije que vendría y aquí estoy.
Se levantó y se dirigió hacia mí sin intentar disimular siquiera que me
estaba examinando de arriba a abajo.
—No estás nada mal, cariño. Si no hubieras venido habría mandado a un equipo de rescate para que te buscara y te encontrara. Esta noche me vas a hacer ganar mucho dinero.

—¿Me puedes repetir los términos de mi contrato de nuevo para
firmarlo de una vez? —le solté exasperado suspirando.
No confiaba en él por una buena razón. Traficaba con seres humanos sin sentir el menor remordimiento. ¡Cómo iba a confiar en alguien que vivía de ese negocio! De haber tenido otra elección, no estaría ahora plantada aquí dejando que un tipo de su calaña me comiera con los ojos.

—De acuerdo —respondió volviendo al escritorio. Abrió una carpeta de
papel con mi nombre escrito en negrita en la cubierta—. Te
garantizo personalmente que la clientela de esta noche será de lo más discreta. En realidad es un requisito esencial para todos los que visitan mi local. Todos ellos son peces gordos, la crema de la crema de los
caballeros… y tienen unas cantidades de dinero tan exorbitantes que no
saben qué hacer con él. Solo ellos saben la razón por la que están
interesados en la clase de mercancía con la que trato, y mientras me paguen, yo no me meto en sus asuntos.

—Supongo que te parece bien el veinte por ciento acordado, ¿verdad?— me preguntó hojeando el contrato.

—¿Crees que soy imbécil? Quedamos en un diez por ciento —repliqué
sin que su intento de sacarme más dinero del estipulado me hiciera la
menor gracia.
—Es verdad, es verdad. El diez por ciento, eso era lo que quería decir —
respondió haciéndome un guiño que me dio escalofríos. Empujó el contrato hacia mí y me ofreció un bolígrafo—. Firma aquí… y aquí.
Garabateé mi descuidada firma sobre las líneas que él me indicó, sabiendo que estaba hipotecando los dos siguientes años de mi vida. Aunque el sacrificio valía la pena

Al cabo de poco me condujeron a otra habitación donde me dijeron que
me desnudara y me pusiera el biquini más diminuto que había visto en mi
vida. Dejaba al descubierto todas las redondeces de mi cuerpo y supuse que estaba concebido precisamente para eso. Los alfas querían ver la
mercancía antes de pagar una fortuna. Yo lo entendía, pero no por ello dejaba de sentirme menos expuesto y vulnerable. Una estilista me peinó dándome sorprendentemente un aspecto elegante en lugar de hacerme parecer una puta barata.

Después Lewis adhirió el número sesenta y nueve a mi vientre desnudo. Mantuve la cabeza erguida mientras me unía a los otros omegas alineados delante del espejo de dos vistas. La peor parte era que vete a saber quiénes me estaban mirando o qué había al otro lado del espejo. Pero lo que sí veía era mi propio cuerpo y aunque no fuera un tipo creído, debo admitir que me veía estupendo comparado con los otros candidatos.

Secretos inconfesables || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora