Sobre cómo un paseo con Tango se convierte en un picnic improvisado

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Día libre. Mar se despertó, se bañó, tomó un desayuno y decidió que era un bonito día para llevar a su perro a pasear a los bosques de Palermo. Tenía un labrador negro que había rescatado y adoptado, al que le que faltaba la punta de su cola. Era un bicho amistoso y compañero al que le gustaba jugar con una pelota y embarrarse. Por lo tanto, Mar era consciente de que al momento de regresar a casa tendría una lucha épica para tratar de bañar a Tango. Ya habría tiempo de pensar una buena estrategia para engañarlo así que, después de poner el lavarropas, le puso la correa, cargó su bolso matero y salió.

Llegada a una de las plazas, empezó a caminar por una senda hasta encontrar un árbol bajo el cuál sentarse a leer, intentando controlar al perro y no que él la controlara a ella, porque el gordito se ponía como loco cuando veía un espacio verde que asociaba con pelota y barro. Cuando encontró su lugar, Mar desató al picho y lo dejó retozar mientras ella se acomodaba a la sombra y comenzaba a prepararse su mate. Tango iba de acá para allá haciendo amigos entre las personas que habían ido ese día a disfrutar del sol, se metía en una laguna que estaba un poco alejada y volvía con regalos para su dueña, que los dejaba al costado de su pierna para continuar retozando por el lugar.

Su libro era una novela romántica que se hizo famosa en los años noventa gracias a una película con Meryl Streep y Clint Eastwood como protagonistas, donde Francesca, una ama de casa italiana, queda sola y vive un romance apasionado con un fotógrafo de la National Geographic que está en la zona para fotografiar unos puentes. El romance, de pocos días, finaliza cuando ella decide priorizar a su familia, dejando ir a Robert. En su cabeza, los protagonistas tenían rostro y no eran precisamente los de los actores.

"Otra vez delirando". Pero es que si, no había forma de no ponerle rostro al protagonista de una historia de amor. Su encuentro con Lionel seguía vivo en sus recuerdos aunque habían pasado algunas semanas ya y de forma inexplicable, no solo veía al técnico atlético y serio campeón del mundo, sino también a un tipo común y corriente que llegó a su local de casualidad. Revivía esos momentos una y otra vez, agradeciendo a las fuerzas superiores por haberle permitido tener ese ratito de charla con él. Le encantaba, y quizás más que antes.

- ¿Te gustaría una rodaja de budín?

La voz de una vendedora ambulante le hizo levantar la mirada, alejándola de la lectura del capítulo en el que Francesca, por la noche y acompañada, como ella, de su perro, deja una nota en uno de los puentes.

- ¿De qué tenés?

- Limón, marmolado y vainilla.

No había llevado nada para el mate así que le pareció buena idea colaborar con la chica y comprarle dos rebanadas.

Cuando quedó a solas, intentó volver a sumergirse en su lectura, mirando de tanto en tanto a Tango que parecía haberse cansado y estaba a unos pasos de ella echado y mordiendo su pelota. Sonrió para sí, bajando nuevamente la mirada a las páginas amarillentas de su libro.

El nuevo capítulo se llamaba "Los Puentes del Martes". Narraba cómo Robert Kincaid tomaba decisiones para sus composiciones fotográficas, y desplegaba su arsenal de cámaras para fotografiar el primero de los puentes de ese día. Había una entrega casi religiosa a su labor, lo que era descrito de una manera poética y técnica. En esas líneas, Robert sabía perfectamente lo que quería, escogía cuidadosamente los ángulos, los planos, las partes del puente en donde la luz del sol saliente intensificaba el color original de la madera, lo que quería mostrar, lo que quería ocultar. Esa actitud le recordó por qué admiraba a Scaloni, y ahí estaba otra vez pensando como tonta. Porque Scaloni siempre dijo que estudiaba partidos viejos, jugadas, jugadores, que analizaba al detalle el funcionamiento del equipo propio o rival y no subestimaba a nadie. En base a lo que observaba y analizaba, el director técnico tomaba decisiones, elegía a sus muchachos, probaba formaciones... El diseño de sus jugadas eran obras de ingeniería y movía sus piezas con la precisión de un maestro de ajedrez.

Bodeguita de Mar (Lionel Scaloni)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora