4.- El Propietario

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Volví a respirar, sintiendo un agradable hormigueo en el cerebro al llenárseme del preciado oxígeno. Me giré expectante hacia el
cavernícola. Suspiré aliviada al ver que sacudía la cabeza agitando la mano en el aire despechado antes de forcejear para apagar la luz de la mesita.

—Ya tienes un propietario, señor Pérez —me cuchicheó Hamilton
arrimándose demasiado a mi oído—. Ve a reunirte con tu amo.

—¡No pienso llamarle así! —le solté en voz baja para que solo él me
oyera, cuando me obligó a bajar de la plataforma.
—Le llamarás como a él le venga en gana si quieres recibir los dos
millonazos que ha pagado por ti —me replicó agarrándome del codo y
conduciéndome al camarín del Hombre Misterioso.

—¿Dos millones de dólares? —le pregunté atónita apartando con
brusquedad el brazo, porque no entraba en el trato dejar que me manoseara y ese tío ya me estaba empezando a hartar. Pero él me volvió a agarrar, esta vez con más firmeza, obligándome a andar.

—¿Cómo? ¿Es que no te parece bastante? ¡Eres muy codicioso, cariño ! —
me soltó. Y sin darme la oportunidad de responder, abrió la puerta de
cristal del camarín del Hombre Misterioso y entró tirando de mí.
Noté un fuerte olor a madera y cítricos, pero curiosamente no me desagradó.

—Aquí tiene al señor Sergio Pérez —anunció Lewis a la figura
envuelta en la oscuridad—. Enhorabuena, señor Verstappen. Estoy seguro de que el omega vale hasta el último céntimo que ha pagado por el.

—Envíame el contrato a mi dirección —repuso una voz grave y sensual
surgiendo de la sombra. La cereza de la punta de un cigarrillo se encendió
iluminando un poco sus rasgos antes de volver a desaparecer—. Y ¡por
amor de Dios!, aparta tus manos de mi propiedad. No pienso pagar por
una mercancía dañada.
Lewis me soltó al instante y yo me froté la parte interior del codo
sabiendo que al día siguiente tendría un moretón.

—Como usted quiera —dijo Lewis haciéndole una reverencia con
brusquedad—. Tómese su tiempo. Pero ándese con ojo, porque es una
leona.

Como yo no estaba seguro de lo que se suponía que debía hacer, me quedé plantado en el camarín durante lo que me pareció una eternidad
sintiéndome de lo más violento.
Cuando me había logrado convencer a mí mismo de que ambos
pensábamos quedamos allí hasta que transcurrieran los dos años del
contrato, él suspiró al fin y apagó el cigarrillo. De pronto el camarín se
iluminó, y me quedé cegada unos instantes, porque mis ojos se habían
acostumbrado a la oscuridad.

Pero en cuanto le vi, el estómago me dio un vuelco y creo que el corazón
me dejó de latir durante uno… o dos… o quizá tres instantes.

Era guapísimo. Tuve que esforzarme por no comérmelo con los ojos. Se
quedó sentado con una sonrisita de suficiencia mientras yo lecontemplaba.
Vestía todo de negro, con un traje hecho a medida. Iba sin corbata y con los botones de la parte de arriba de la camisa desabrochados, revelando las
clavículas y una traza de su pecho tornado. Le reseguí con la mirada los fuertes tendones del cuello hasta llegar a su prominente mandíbula, sombreada por una incipiente barba. Tenía unos labios carnosos de un precioso color rosado, una nariz recta y perfecta y unos ojos… ¡Dios mío, qué ojos! Nunca había visto unos ojos color azul tan intensos, animados a su vez con tantas tonalidades, y unas
pestañas tan largas. Llevaba el pelo rubio corto, un poco más
largo en la parte de arriba. Era probablemente el hombre más guapo que había visto en mi vida.
Alzando la mano, se pasó sus largos dedos por entre el pelo. No sé si lo
hizo irritado porque me lo estaba comiendo con los ojos o por ser un hábito suyo, pero el gesto me pareció muy sexi.

Me empecé a preguntar por qué un tipo tan adorable necesitaba llegar al
extremo de adquirir una pareja cuando saltaba a la vista que podía tener todos los omegas que quisiera. Pero entonces abrió la boca, recordándome que no era un encuentro con mi príncipe azul y que esperaba ciertas cosas
de mí que yo debía hacer, me gustara o no.

—Veamos si vales el dinero que me has costado —dijo suspirando
mientras se bajaba los pantalones y liberaba un miembro enorme.
Me lo quedé mirando boquiabierto, sin poder creer que esperara
desvirgarme en un antro como aquel. Yo sabía que ahora le pertenecía,
¡pero se estaba pasando!

—Arrodíllate, Sergio, o no hay trato y ya puedes irte con el culo gordo
de la otra habitación. Parecía estar babeando por ti —me dijo con una sexi sonrisita mientras se frotaba
—. Demuéstrame que estás
contento de que haya sido yo con quien te has ido.

Pero me había topado con mi primer problema: nunca le había hecho una
mamada a un alfa, en general a nadie

Secretos inconfesables || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora