capitulo 6

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—¿Y tú? —continuó el subdirector mientras caminaba hacia nosotros con andares de pato, mirando a Roth de arriba abajo con desagrado

—. Vete a la clase donde quiera que debas estar. Ahora. Roth me soltó la mano y cruzó los brazos por delante del pecho. Le devolvió la mirada, pero sus pupilas irradiaban una luz extraña

. —¿Subdirector McKenzie? ¿También conocido como Willy McKenzie, nacido y criado en Winchester, en el Estado de Virginia? Graduado en la Universidad de la Commonwealth de Virginia, y casado con una dulce muchacha del sur. Era evidente que había pillado al hombre con la guardia baja. 

—No sé qué... 

 —¿El mismo Willy McKenzie que no se ha acostado con esa dulce muchacha desde la creación del DVD, y que guarda un alijo de porno en el armario de su casa? Y no cualquier clase de porno. —Roth dio un paso hacia delante y bajó la voz hasta que no fue más que un susurro

—. Ya sabes de qué estoy hablando. Noté una acidez en el estómago. El subdirector tenía un estatus de alma cuestionable; no tan evidente como el hombre que había en la calle la noche que conocí a Roth, pero siempre había tenido algo que me ponía recelosa. La reacción de McKenzie fue totalmente diferente. Su cara se volvió de un feo tono de rojo mientras sus carrillos se movían

. —¿C... cómo te atreves? ¿Quién eres? Eres... Roth levantó un dedo, el dedo corazón, y lo silenció. 

—¿Sabes? Podría hacerte ir a tu casa y acabar con tu miserable vida. O, mejor todavía, caminar hasta la calle y tirarte delante del camión que recoge basura como tú. Después de todo, el Infierno lleva ya un tiempo echándote el ojo. En ese momento experimenté un conflicto moral. O bien podía dejar que Roth manipulara a aquel pedófilo para que se matara, o bien podía detenerlo, porque, fuera un pervertido o no, Roth estaría quitándole su libre albedrío. Mierda. Era una decisión difícil.

 —No voy a hacer ninguna de esas dos cosas —dijo Roth para mi sorpresa

—. Pero voy a joderte. A lo grande. —Mi alivio no duró demasiado

—. Voy a quitarte lo que más te gusta en este mundo: la comida. —Roth le dirigió una sonrisa bondadosa, y en ese momento parecía más un ángel que un demonio, con esa belleza abrumadora en la que no podía confiar

—. Cada dónut que veas te parecerá que está espolvoreado con una buena dosis de gusanos. Cada pizza te recordará a la cara de tu padre muerto. ¿Las hamburguesas? Olvídalas. Te sabrán a carne podrida. ¿Y los batidos? Agrios. Ah. ¿Y esos botes de sirope de chocolate que mantienes ocultos de tu mujer? Estarán llenos de cucarachas. Un fino hilo de baba se escapó de la boca abierta de McKenzie, deslizándose por su barbilla.

 —Ahora vete antes de que cambie de idea. —Roth movió la mano para que el hombre se marchara. McKenzie se giró rígidamente y volvió a su despacho, con una extraña mancha húmeda extendiéndose por sus piernas. 

—Eh... ¿Va a recordar algo de esto? Me aparté de Roth, aferrando la mochila contra mi cuerpo. Dios mío, las habilidades de aquel demonio eran increíbles. No sabía si estaba más asustada o impresionada. 

—Solo que la comida es ahora su peor pesadilla. Creo que le pega, ¿no te parece? Levanté una ceja. 

—¿Cómo sabías todo eso? Roth se encogió de hombros, y la luz se desvaneció de sus ojos.

 —Estamos sintonizados con todas las cosas malvadas.

 —Eso no es una gran explicación. 

—No pretendía que lo fuera. —Volvió a tomarme la mano

—. Ahora vamos a trabajar. Tenemos un zombi que encontrar. Me mordí el labio, sopesando mis opciones. Ya era demasiado tarde para unirme a la clase, y había un zombi en el instituto, que debía encontrar por el bien de Abbot. Pero Roth era un demonio; un demonio que me había seguido hasta allí. Suspiró junto a mí. 

el beso del infierno libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora