12.- Primeros momentos

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Narración: Max

Salí del ascensor y saludé con la cabeza amablemente a un par de empleados al pasar por su lado mientras me dirigía a la suite de la parte oeste del edificio donde estaba mi despacho. El escritorio de Carlos se hallaba justo a la entrada de la suite. La planta estaba decorada con grandes ventanales que llegaban del suelo al techo, alfombras rojas y paredes blancas adornadas con un toque de verde, imitando los colores de un loto carmesí. Abrí de un empujón la pesada puerta de madera de la suite y la cerré tras de mí antes de precipitarme al escritorio para tomar el teléfono y marcar el número de mi casa.

Tenía que hablar con Sergio cuanto antes para asegurarme de ponernos de acuerdo en la versión que daríamos antes de que el Huracán Lecrec se presentara. Porque empezaría a husmear como un sabueso y, atando cabos, acabaría saliendo a la luz la verdad de nuestro acuerdo antes siquiera de que a mi membro le diera tiempo a humedecerse. Probablemente debería haber resuelto este detalle antes de decidir adquirir un omega, pero está visto que los hombres no pensamos con la cabeza de arriba sino con la otra. Sergio no contesto el teléfono.

¡Claro que no lo iba a contestar! Seguramente le incomodaba hacerlo por no saber qué decir, pero ahora yo estaba empezando a sudar la gota gorda, imaginándome todas las formas en que esto me podía estallar en la cara cuando Charles se presentara en mi casa para hacer su trabajo. Aterrado, tome el maletín, salí del despacho y mientras pasaba por delante del escritorio de Carlos marqué el número de Yuki para decirle que diera media vuelta y viniera a recogerme.

Carlos me detuvo antes de que yo pudiera escapar.-Cristian ha llamado y me ha dicho que está esperando a que le digas si hoy vas a pasarte por allí -me dejó confundido. Cristian Horner, mi tío el doctor.

-¡Mierda!, lo había olvidado. Le llamaré por el celular. No estoy seguro de la hora a la que volveré, tengo que ocuparme de algunos asuntos -respondí empujando la puerta para desaparecer por el pasillo.

Parecía que Sergio me hubiera sorbido las putas neuronas de mi cerebro por cómo estaba llevando yo las cosas. Y a lo mejor así era. Y de pronto se me empezó a poner dura otra vez...

-¡Verstappen! -gritó Gasly desde la otra punta del pasillo, donde se hallaba la suite de su despacho, antes de dirigirse a mi encuentro-. ¿Cómo se te ha ocurrido?

Lanzando un suspiro, me giré hacia él con la mano cerrada dispuesto a romperle otra vez la nariz si empezaba a fastidiarme. De momento habíamos conseguido convivir sin hacemos la vida imposible, pero como éramos socios resultaba imposible evitar encontrarnos en un momento u otro.

-¿Cómo se me ha ocurrido el qué? -le solté con los dientes apretados.

-¡Dar el diez por ciento de nuestras ganancias del último trimestre para obras benéficas! -protestó blandiendo el informe trimestral para mostrármelo como si yo aún no lo hubiera visto.

-¿Y qué problema hay?-Acordamos el cinco por ciento.

-Siempre me vienes con el mismo cuento al primer cambio y no quiero hablar más de ello, ya te lo he dicho un millón de veces -le solté exasperado. No estaba de humor para oír sus estupideces, en realidad no lo estaría nunca-.

—Con la crisis que hay, los centros de beneficencia necesitan ahora más que nunca que les echemos una mano. Las grandes reducciones fiscales que nos comportan y el hecho de que una buena parte de los clientes contraten nuestros servicios precisamente por nuestras generosas aportaciones a la sociedad, demuestra con ganas que estas donaciones además de ser adecuadas, son una gran idea. Por otro lado tenemos dinero de sobra y tú lo sabes.

No fue hasta ese momento cuando advertí que los empleados habían dejado sus ocupaciones diarias para contemplar nuestra trifulca. No era la primera vez que teníamos una ni probablemente sería la última. Por supuesto Gasly intentó aprovecharse del corrito que se había formado.

Secretos inconfesables || Chestappen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora