Tres mini-historias breves

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El vagabundo

Su ropa se desvanecía por el frío viento, hasta que cada partícula, cada átomo deterioraba sus tejidos, y las tiras de su pantalón que se desplazaban con los moribundos pasos que palpaban el rasposo suelo, sólo se podrían comparar al deterioro de su alma.

No hay droga, vicio, ni amorío trágico que deplore tanto a un hombre. Y al igual que el sol bañando su incipiente rostro, con el pelo florecido en su mandíbula, como un vergel abandonado, se asoma por igual de entre su bolsillo una sombra. Acaso es un arma con la cual purgarás la indiferencia del mundo, o tu pasaporte sin retorno por el río estigia. Tan solo se trata de un mugriento papel, tan sucio como la mano de la que se aferra, una hoja sucia y amarillenta que narra la historia de un joven que quedó en la inmundicia, tras su mediocre intento de haber querido ser poeta.

Solo conjeturas

No entiendo como la gente puede vivir tan despreocupada, qué tácticas usarán jugando a las escondidas con la muerte. A veces pienso que sería mejor no cruzar la calle, porque no puedo evitar imaginar que me pase un camión cisterna por encima; no sacar la basura por miedo a torcerme un tobillo en las escaleras y fracturarme las cervicales. Que es mejor no cocinar hoy, y confundir la pimienta con veneno para hormigas, o quedar como una túnica de yagas y carne chamuscada por una fuga de gas; No ducharme, porque tal vez la luz del baño haga cortocircuito y termine calcinado, otra vez, pero ahora tendido en las baldosas, con mis inmundicias al aire y cara de pelotudo electrocutado; De que sería mejor no salir a pasear por la ciudad, y morir desmembrado por una jauría de lobos, pero no sin antes ver como se alejan con algunas de mis piernas entre sus hocicos. O peor: Masturbarme y que el semen obstruya mis cañerías y exploten mis huevos. Tengo miedo de todo eso, y mucho más: pero definitivamente lo que más miedo me da, es que ni siquiera he empezado el día.

La última promesa

-Prométeme que te quedarás conmigo.

-Te lo prometo.

-Prométeme que te quedarás en mis brazos.

-Te lo prometo.

-Prométeme que no me dirás nada cuando lo haga, que no cerrarás los ojos, que no soltarás una sola lágrima.

-Te prometo todo lo que quieras.

Sin más preámbulo, ella agarró el cuchillo y penetró su vientre, retorció el metal y lo hundió aún más, hizo un movimiento hacia arriba y la sangre salpicó todo su vestido. Sin duda alguna, él se había quedado con ella, se había quedado en sus brazos, no cerró los ojos, y no soltó ni una sola lágrima, sólo cayó en el piso con los brazos de su amada sin decir una sola palabra más: había mantenido sus promesas intactas.

Revoltijo: un aperitivo de relatos descarnadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora