de orgullo y de miedo

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Cristian estaba teniendo un problema.

¿Laboral? No, todo en su trabajo en el café que compartía con Nahuel y Julián -los cordobeses valientes que se habían mudado con él a Buenos Aires para poner su negocio- estaba marchando bien, luego de los típicos tropiezos iniciales. ¿Familiar? Tampoco. Por fin había llegado a un punto en el que se sentía cómodo poniendo límites en su entorno y había encontrado el equilibrio justo para que las cosas funcionaran bien. ¿De salud, de dinero?

Nada de eso.

No, el problema de Cristian estaba siendo más... existencial.

Desde que había llegado a Buenos Aires compartía departamento con un simpático chico de Entre Ríos que se había mudado a la gran ciudad para perseguir su sueño de estudiar gastronomía. Lisandro era amable, carismático, y, aunque tenía un bulldog francés que mantenía una ambivalente relación amor-odio con Cuti, era el compañero ideal. Congeniaron casi al instante: tanto ahí donde sus gustos se parecían hasta donde se diferenciaban, porque eran complementarios en casi todo. Lisandro odiaba levantarse temprano, por lo que Cuti no tenía problemas en cocinar el almuerzo para ambos; Cuti volvía de trabajar por las noches, y Licha tenía la cena lista para los dos, habiendo vuelto de cursar a la tardecita. A Licha le gustaba lo dulce mientras que Cristian se moría por lo salado, así que intercambiaban las orejitas de las pizzas y las empanadas que Licha cocinaba para congelar por los panificados sobrantes que Cuti traía día por medio del café. Aprendieron a coordinarse para pasear a Polito (sobre todo el cordobés, que debió entender cada una de las mañas del perrito y amoldarlo a su rutina, agarrándole un desdeñoso tipo de cariño en el proceso) y eligieron los jueves para la noche no-oficial de enseñarse películas entre sí.

En los dos años que habían transcurrido desde el primer día en que se conocieron, habían conformado una hermosa y cálida amistad. Se entendían muy bien (casi al punto de no tener que usar palabras) desde lo emocional hasta lo más básico - Cuti sabía muy bien cuando a Licha no le había ido bien en un parcial por la manera en la que ponía las llaves en la cerradura para entrar al departamento, y Lisandro percibía a la perfección el momento exacto en el que Cuti se había quedado sin agua caliente para bañarse, por el bufido que oía desde el interior del baño. Si bien Cristian conocía a Nahuel y Julián desde su infancia en Córdoba, algo en su interior le decía que Lisandro lo conocía a un nivel más profundo, que se había metido debajo de su piel de manera casi imperceptible, y que jamás saldría de allí.

Era el mejor amigo que podía desear tener.

Pero el problema surgió un día cualquiera de verano tardío, cuando un Cuti recién llegado del trabajo se encontró con una escena peculiar en el living.

-Lichaaaa -había canturreado mientras cerraba la puerta con llave-. Mirá lo que traje del café, hoy-

Al girarse, notó que Licha no estaba solo. No, era lo opuesto: el entrerriano estaba sentado en el sillón del living, pero había algo interpuesto entre él y los almohadones grises del sillón-

-Cuti -dijo un Licha muy, muy colorado-. Viniste temprano.

Cristian estaba helado.

-Sí, hoy cerrábamos más temprano por el... por el horario nuevo.

Lo que mediaba entre Licha y el sillón carraspeó.

-Hola -dijo el chico con toda naturalidad, como si no percibiese que el ambiente estaba tan tenso que, si fuera un hilo, estaría a punto de reventar-. Soy Lucas. Amigo de Licha.

Cristian no pudo evitar soltar una risa histérica: ¿¡amigo?! ¿Qué clase de amigo agarraba a Lisandro por la espalda baja, acomodándolo mejor en su regazo como estaba sentado? ¿Qué clase de amigo tenía los labios hinchados y el pelo desordenado como si un pájaro hubiera anidado allí?

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