27: La colina.

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Mientras el sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo de tonalidades ardientes, Chan cabalgaba a lomo de Lysander, su imponente corcel, con la determinación de un conquistador grabada en su mirada

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Mientras el sol comenzaba a descender, tiñendo el cielo de tonalidades ardientes, Chan cabalgaba a lomo de Lysander, su imponente corcel, con la determinación de un conquistador grabada en su mirada. Detrás de él, una formación de soldados le seguía, todos parte de las tropas que habían jurado lealtad hasta la muerte. El terreno que se extendía ante ellos, ahora parte de sus dominios, mostraba las cicatrices de una decisión drástica: los bosques que antes eran el pulmón de Aztya habían sido reducidos a cenizas por su mandato, dejando tras de sí un paisaje desolado, pero sorprendentemente más accesible.

La ausencia de la espesura forestal acortaba su viaje, facilitando el avance de sus tropas hacia la frontera de Aztya, un recordatorio del control que ahora ejercía sobre estas tierras.

La facilidad con la que se puede arrebatar todo a la naturaleza cuando la voluntad del hombre se impone con fuerza. Resonaba en sus pensamientos, con orgullo.

El viento frío que soplaba sobre el terreno desnudo llevaba consigo el eco de lo que alguna vez fue, un susurro de la vida que se había extinguido bajo su mando. Chan, sin embargo, veía más allá del desastre ambiental que había provocado; para él, era un sacrificio necesario, un paso hacia la consolidación de su imperio. La naturaleza podía ser indomable y salvaje, pero bajo la mano del hombre, incluso la tierra y los árboles se sometían. Era un testimonio de su filosofía: que para construir un nuevo orden, primero debían caer las viejas estructuras, sin importar el costo.

Era, en su más pura esencia, un despliegue brutal de dominio, una proclamación sin reservas de que no había confines a lo que se atrevería en nombre del profundo amor por Felix que asediaba su ser. Su consorte había encarnado siempre tanto su ruina como sus victorias; en lo concerniente a él, Chan se mostraba dispuesto a trastocar el firmamento y revolver las profundidades terrenales con tal de asegurar su presencia. Lamentablemente, aquello era un anhelo que Felix nunca llegó a vocalizar.

Con su determinación férreamente arraigada, Chan se prometió que, una vez recuperase a Felix, le revelaría la magnitud de sus actos, todo cuanto había emprendido en su honor y lo que aún estaba dispuesto a acometer. Incontables sacrificios y gestas había llevado a cabo por él; sólo Aztya permanecía erguida contra la marea, indicando que ahí debía de hallarse su amado. Era allí, en ese último bastión, donde sus caminos debían converger nuevamente.

A medida que continuaba su marcha, la silueta de la frontera se perfilaba en el horizonte, marcando el límite de su reciente conquista. La tierra que se extendía ante él y sus hombres era un lienzo listo para ser reescrito.

Junto a él, su hombre más leal y el guerrero más temido en la larga crónica militar de Évrea, Kwon Sehun. Este había sido su compañero inquebrantable a través de todas las vicisitudes. Los cabellos castaños de Sehun se mecían al compás del viento, montando su corcel de dorados pelajes, que formaba un contraste perfecto con el negro profundo de Lysander. La figura del ahora Comandante General, firme y decidida, complementaba la del rey, creando una imagen de poder indiscutible que se extendía más allá del horizonte, simbolizando la unidad y la fuerza invencible que juntos representaban.

Youngblood ♡ chanlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora