Un día normal con papa

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9 de abrir del 2024, 19:18 - 9 de abrir del 2024, 20:25


Llegué a casa, con miedo. Cuando vi la puerta entreabierta, tragué saliva y, temblando, me acerqué a ella. Empuje la puerta despacio y lo más sigilosamente posible, aunque era un poco difícil con esa puerta. Tenía las bisagras oxidadas y estaba ligeramente descolgada. Conforme entraba a casa iba mirando cada una de las habitaciones que había a mi paso. Una por una me asomé a cada puerta, todas las luces estaban encendidas, pero no había nadie en el primer piso. Subí al segundo de puntillas y con el corazón en un puño, tenía mucho miedo, y lo peor es que sabía perfectamente de qué, pero a la vez no tenía ni idea.

Por fin llegué a su habitación. Y no sé por qué digo "Por fin", si es el momento que había temido todo el día. Desde lejos ya se le escuchaba gritar y patalear. Cuando ya estube en la puerta y toqué dos veces flojo para avisar de que ya había llegado, vi cómo él se giró de golpe.

—¿Dónde estabas? —Pregunto con un tono claramente enfadado.

—Estaba en el instituto. —Respondí algo nervioso, mostrando falsa seguridad—. Hoy es lunes, me dijiste que tenía que ir.

—Ah, ya veo. Te sientes rebelde solo porque te dejara ir ¿Verdad?

—No, lo siento. —Intenté retractarme rápidamente, sin darme cuenta de que le había interrumpido mientras él hablaba. Solo pude apretar el abdomen mientras se me hacía un nudo en el estómago—. No quería par... in- in- interrumpirte, perdón. —Tartamudee. No sé si fue peor intentar justificarme, verme tartamudear delante de él le pone frenético.

No muy lentamente se levantó del sofá y fue hacia mí, no escuché ni una palabra de todo lo que me gritó, pero sabía perfectamente qué dijo. Es su discurso de siempre: que no iba a conseguir nada porque ni siquiera podía cuidar de mí, que solo tenía que hacer una cosa y ni eso podía hacer, que, según yo, la culpa de todas mis desgracias era él y que yo no hacía nada porque él me tratara bien. Pero, lo que siempre me dolía más, que me merecía el bullying y acoso que me hicieron desde primero de primaria hasta segundo de la ESO, el cual solo paro cuando me cambié de colegio.

Cuando estuvo delante de mí... solo siguió gritándome. No me pegó, no me estiró del pelo, no me cogió la mano y la apretó con fuerza. Solo se quedó a centímetros de mí, gritándome, mientras yo intentaba inútilmente aguantar las lágrimas y poder solar el aire que llevaba tiempo conteniendo.

Tenía miedo, pero no sentía que pudiera tenerlo. Como dije, ni un solo contacto físico, solo palabras afiladas como dagas que se me clavaban como la flecha más ardiente en mi pobre y magullado corazón. Nunca me puso una mano encima, y cuando lo hizo fue porque "me lo merecía". Pero ¿qué ser humano de 6, 7, 8 y hasta 12 años puede ser tan horrible como para merecer un golpe por intentar hacer feliz a su padre? Nadie, pero supongo que yo era una excepción.

Y todo lo que hace lo hace porque me quiere y quiere lo mejor para mí. Esa frase la creí toda la vida. A pesar de tener miedo, intenté refugiarme en él, aun sabiendo que sería peor. A corta edad me empecé a callar las cosas que me pasaban y me hacían en clase porque me di cuenta de que era inútil intentar refugiarme en sus brazos. Cuando lo intentaba, él solo me soltaba y abandonaba en el huracán que no estaba preparado para asimilar. No podía digerir esas emociones, ninguna de ellas. Solo pude callármelas y guardármelas con la esperanza de que, al crecer, aprenda a gestionarlas y, por fin, pueda vivir en paz. Mirarme al espejo y desear abrazarme, pero no por pena. Eso es un sueño que no sé si algún día pueda llegar a conseguir.

Aunque no todo es tan malo, cuando él se fue y pude estar en esa gran casa sin nadie más, al fin pude respirar. Apagué todas las luces y miré a la puerta de fuera, la misma por la que había entrado hace poco. Ya no estaba vieja y descolgada, ahora parecía una bonita puerta blanca con un cristal y unas cortinas que permitían taparlo para tener privacidad. Los pasillos ya no eran túneles interminables, solo eran unos pasillos normales. Con paredes blancas y suelo de baldosas negras. Y mi habitación volvía a ser mi lugar favorito. Pude sentarme a pintar cuadros llenos de color mientras escuchaba música alegre, cosa que no era muy frecuente en mí.

Un lugar feliz, al cual por fin podía llamar "hogar". Pero claro, él no se iba a ir para siempre. Y cuando volvió todo ese mundo de calma y paz se resquebrajó de arriba abajo. Miraba a mi alrededor y volvía a ver esa casa casi en ruinas, con todas las luces encendidas y todas las puertas abiertas. Ojos por todos lados, observándome. Y, lo peor, el ser que más tenía que confiar volviendo a hacerme polvo. Una vez entre tantas. Al final te acostumbras, pero eso no dice que deje de doler.

Supongo que sí que me ama, espero que no, la verdad. Pero no lo pongo en duda. Creo que él en verdad me quiera, sé que hay personas que, por más que lo intenten, no saben querer de otra manera más que haciendo daño a esa persona por la que tanto están dispuestos a luchar.

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⏰ Última actualización: Apr 10 ⏰

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Las mil caras de un pequeño diamanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora