Esta historia no comienza con risas, ni buenos pensamientos, mucho menos en un castillo, al contrario, esta historia se asemeja a lo real, a lo vivido diariamente en las poblaciones bajas, en las poblaciones callampas.
En un lugar cercano a donde vivimos, vivió una familia de apellido Berridos, la familia más querida
del pasaje Santa Catalina; pasaje que quedaba en esa población flaite, sector rojo, del que se habla día y noche en las noticias, de las 9 a.m. hasta las 22 p.m. Y no, no precisamente se habla de flores y polvo de hadas, se habla del polvo y flores que vende el “Guatón” Molina, o los temidos y admirados
“Kamikazes”, que además de temidos, eran respetados e idolatrados por niños que querían a llegar ser como ellos. Niños a los cuales los cargaban con la droga en los calzoncillos para que no los revisaran los “pacos”. También por las señoras de edad que habían vivido siempre en la población diciendo cosas como “no es malo, su familia lo crió así ", “es bueno pa los negocios si es inteligente el cabro” y estos comentarios eran más comunes de lo deseado. Bueno… la gente vivía sumida,
acostumbrada e incluso admirando la narco cultura.
La verdad de las cosas, es que los Berridos sabían que los Kamikazes eran malos y los detestaban, odiaban; la idea de que se ganaran la vida a costo de las mentes jóvenes, de las penas y las malas historias vida.
El padre de esta familia habitualmente llegaba a las 8 p.m. a su casa. Apenas bajaba de la micro verde de numeración 509, lo recibían las balaceras, el olor a pobreza, los adolescentes y niños sentados en
las esquinas y afuera de las casas compartiendo el botín que habían conseguido.
“Hola tío, ¿Cómo está?” - lo saludó uno de los jóvenes que estaba ahí. El señor Berridos lo miró confundido, no le veía bien la cara. “¿No se acuerda de mí?, soy el Camilo”. El señor Berridos no
podía creerlo, el que fue amigo de su hija durante toda la niñez. El niño que iba a tomar once a su casa y pedía más leche con chocolate, porque en su casa no había más que una taza de té, el niño que muchas veces retó por escucharlo decir garabatos, al que le enseñó a amarrarse los cordones y
andar en bicicleta: estaba frente a él, pero claro, ya no era ese niño de mirada temerosa que había conocido, ahora veía un joven flaco, de piel opaca y sucia, con heridas y cicatrices en su cuerpo, que escondía las manos en los bolsillos y que tenía una mirada más bien…perdida.
Pasó el rato y ahí estaban ambos, mirándose, escuchándose, hablando de cómo sus vidas habían cambiado y cómo la mala vida se hacía presente; y justo en el momento en el que el señor Berridos se iba a levantar, Camilo dice una frase, frase que hizo que el señor Berridos viera con claridad.
“Nunca pensé estar en esta situación, estar sentado en la calle gastándome lo que no tengo y robando lo que me falta para poder tener 15 minutos de satisfacción”.
El señor Berridos se detiene en seco, se mira las manos, estaban sucias, con cicatrices, mismas manos de Camilo, su ropa, su piel, su pelo ¿Qué estaba pasando? Su corazón se empezaba acelerar.
¿Quién era o qué era? Sintió la necesidad de caminar hacia un auto para poder mirarse en el reflejo
de los vidrios. No podía creer lo que sus ojos veían, frente a él estaba el reflejo de Camilo, con una edad más avanzada, tocó su cara, su pelo y se largó a llorar.
Todo seguía igual, el efecto de las drogas había terminado, volvió a su realidad, a ser parte de lo que
su ser tanto odiaba, a lo que prometió no ser cuando era niño, mientras veía a sus papás inyectándose. Sus latidos se aceleraron nuevamente, busca entre sus bolsillos y saca una jeringa, se
amarra el antebrazo y se inyecta, su pulso cardíaco no baja, empiezan las convulsiones, el dolor en el
pecho aumenta, empieza a ver borroso: sabía lo que se venía.
Miles de recuerdos comenzaron a atormentar su último respiro, será que el señor Berridos ¿tuvo
elección? La respuesta para los marginados siempre es la misma: un rotundo NO. Su vida termina
dentro de esa población zona roja, como terminó la de sus padres, los cuales también eran
drogadictos, como finalizó la de vecinos, jóvenes y niños.
La población no perdona, las desigualdades sociales y políticas habían terminado -nuevamente- con
otra vida.
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Realidad Poblacional
Non-Fictionen esta breve historia queda reflejado las vivencias de los barrios bajos, las poblas pobres donde ni los pacos se atreven entrar...