Las Navidades siempre le habían parecido una mera festividad trivial. Para Kevin, que siempre había contado con la presencia de sus padres, en cada uno de los pasos que había dado en la vida, no tenían nada de especial. Nada más que una reunión familiar cargada de luces y villancicos, algunos regalos y la promesa de empezar el año nuevo con diferentes retos. «Pensar que, llegado el primer día de enero, la gente va a cambiar sus hábitos, es una mera fantasía», siempre había opinado.
Pero allí estaba, sentado en la recargada mesa de sus tíos, en compañía de Mia; era la segunda Navidad que celebraban como huérfanos. Se intercambiaban regalos, comían, bebían y escuchaban buena música. Incluso su tío se había animado a tocar el piano. En definitiva, todo olía a festividad. Pero, aunque le hubieran abierto las puertas de casa, seguía sin ser su hogar. Sin embargo, ni Mia ni Kevin habían querido romper la magia del momento; ambos se habían guardado sus sentimientos.
Marcus y Samantha no habían tenido hijos; sus vidas habían sido demasiado ajetreadas para añadir la crianza de uno o de dos bebés. Pero habían sido los primeros en reclamar la custodia de los hermanos Geller. Aunque Kevin ya había cumplido dieciocho años por aquel entonces, Mia solamente tenía dieciséis.
Su hermana pequeña había quedado a su cuidado, pero nadie podría haber detenido al primogénito cuando decidió marcharse un año entero a Europa.
—¿Cómo han ido los exámenes trimestrales, Kevin? —le preguntó Marcus antes de llevarse a la boca otro pedazo de redondo de ternera.
Su tía lo fulminó al instante con la mirada; Marcus simplemente se encogió de hombros.
—Solo quiero saber cómo le va al muchacho. Mia pasa mucho tiempo aquí, pero a él casi no le vemos el pelo —se defendió. No le faltaba razón; Kevin se escapaba siempre que podía a casa de Davide.
—Habíamos dicho que nada de trabajo ni universidad durante la cena —le recordó.
Mia escondió una sonrisa al ver como su tío ponía los ojos en blanco. Quizás, en el mundo laboral, era un pez gordo. Pero en casa la jefa era Samantha.
—Han ido muy bien —respondió Kevin, con la idea de apaciguar las preocupaciones de su familia.
Pero no contaba con que Mia lo traicionaría:
—Pero le ha salido una fiera competidora —les sopló.
Kevin casi se ahogó con el agua; Marcus y Samantha dejaron de comer para centrar toda su atención en el chisme que Mia les estaba ofreciendo en bandeja.
—¿Una competidora? —preguntó su tía.
A su hermana se le dibujó una sonrisa maquiavélica en los labios.
—La mejor de su curso. Es extranjera, muy guapa y odia a Kevin —chismorreó.
El agraviado no dudó en propinarle una suave patada en la espinilla por debajo de la mesa; era casi como volver a cuando eran dos críos. Mia se quejó dolorida, aunque sus tíos lo ignoraron. Estaban demasiado metidos en el cotilleo como para hacerle caso.
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Todas las veces que pudimos ser y no fuimos
Romance«A veces nos topamos con la persona correcta en el momento equivocado.» Pues si eran eso, Gala y Kevin habían tenido muchos. Tantos, que cualquier persona cuerda habría terminado por tirar la toalla. «Pero cuando se trata de sentimientos, la sensat...