Agua de vida.

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En la penumbra de una noche que envolvía el mundo con su manto oscuro, la enfermedad de su padre llevaba a Aompayotl más allá de las fronteras de su pequeña aldea, hacia los límites de lo desconocido.

Armada solo con una antorcha, su morral y un cántaro de agua, se aventuró en busca del dios de la muerte, pues todos en su pueblo le habían contado, que solo Mortum tenía el poder necesario para retrasar la muerte y restablecer la salud de un enfermo con el agua curativa que emanaba de su manantial.

En lo alto de una colina desolada se erguía un templo antiguo, tan antiguo que las leyendas sobre él se habían desvanecido en susurros apenas recordados por los ancianos del pueblo. Era un lugar prohibido, temido y venerado a partes iguales, donde los límites entre los vivos y los muertos se decía que eran tan delgados como el velo de la bruma matutina.

Esa noche, Aompayotl decidió cruzar esos umbrales sagrados. Con una antorcha en mano, sus pasos resonaban en el silencio eterno del templo, mientras murmuraba suaves plegarias a los espíritus que sabía, o al menos esperaba, que la protegieran. No buscaba perturbar la paz de los muertos; su deseo era entender y, si posible, aprender de ellos.

Aompayotl: Dioses míos... espero que no me salga un animal... Ah! pero quien te manda ir al monte en busca del Dios de la Muerte?

Se dijo a sí misma, pues aunque no lo pareciera, tenía miedo; pero no quería regresar a casa con las manos vacías. Al llegar a las escaleras del templo, las vio con fastidio, era muy alto el templo como para que alguien sin experiencia pudiera subirlo, además; se decía que ningun mortal que no fuera sacerdote de la Muerte podría subir hasta la cima, pues moriría al llegar a la mitad del camino.

Aompayotl: por qué escaleras?, lo peor es que estan empinadas.... Bueno... pus ya ni modos, a subir pa'rriba

Al subir las escaleras, sostenia la correa de su morralito con nerviosismo; el ambiente se estaba tornando raro, pues hacia mucho viento y este era tan helado como el de un refrigerador, por lo que tuvo que frotar sus brazos para darse calor.

Escucho un Tecolote hulular y volteo a verlo de inmediato; este era de un color blanco, tan blanco como la nieve misma y con unos ojos azules que brillaban en la oscuridad. Eso la inquieto un poco, pero se inquieto más al escuchar los pasos de un enorme felino; y no estaba equivocada, era un jaguar gigante quien la seguia desde que llegó a la piramide.

Nerviosa, trató de calmar al felino pero este le hizo caso omiso, ya había llegado a la mitad de la escalinata.

Aompayotl: ya veo por que dicen que ningun humano llega a la cima

El jaguar se acerco a ella muy amenazante, se relamía los colmillos como si se la quisiera comer... Mejor dicho, si queria devorarla, pero al felino solo le interesaba el corazón puro de la chica; ese jaguar era el guardián del templo de la muerte y solo se alimentaba de corazones humanos y los corazones puros eran un gran manjar, digno de los dioses y Mortum lo sabía mejor que nadie.

La chica retrocedió un poco y corrió hacia la entrada del templo, el enorme felino la perseguía a toda velocidad, y cuando estuvo a punto de atraparla, la chica logró entrar al templo para resguardarse. Por la puerta del templo, apenas si entraba una de las patas del jaguar, por ello este rebuscaba con su pata pero al no tener éxito, se asomo por la pequeña puerta.

Por suerte Aompayotl estaba escondida tras la pared y quedo lejos de la vista del jaguar; suspiro aliviada cuando el jaguar se fue.

Aompayotl: pfft... por poco, uh?

Al ver el templo en total oscuridad, su curiosidad fue despertada, asi que decidió explorar un poco el recinto sagrado.

Aompayotl: parece que no hay nadie

El enamorado y la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora