CAPÍTULO 21 - POLVO Y DESCUBRIMIENTOS

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Andrew descendió en primer lugar las polvorientas escaleras que llevaban a la más absoluta oscuridad. La idea de descubrir un área secreta de Hogwarts a las que muy pocas personas habrían tenido acceso le erizaba el vello de la espalda. Ni en sus mejores sueños habría imaginado que podría dejar su nombre en la historia de la escuela en su primer año escolar, pero estaba claro que había nacido para ese tipo de grandezas. Sus padres siempre se lo habían dicho, era un niño muy curioso y con grandes capacidades para la erudición, pero sin duda esto era más de lo que incluso ellos podrían haber pensado. La bajada era tan oscura que esta vez fueron los cuatro muchachos los que encendieron sus varitas para alumbrar las escaleras. Andrew se fijaba en todo lo que los rodeaba, de momento sólo polvo y ladrillos de pierda envejecidos por el tiempo. Se lamentó de no haber podido ocultar la entrada en su descenso, sobre todo porque Filch podría recuperarse en cualquier momento y descubrir lo que habían hecho en la sala de trofeos. ¿Sería eso motivo de expulsión?

Las escaleras finalizaron en un pasillo eterno devorado por la oscuridad. Daba la impresión de que estaban en unas catacumbas o en un mausoleo, a falta de elementos decorativos que pudieran indicar lo contrario. El señor Dearborn les había advertido de que no podía seguirlos hasta allí, por lo que la presencia de cuadros estaba descartada. No había más remedio que adentrarse en la oscuridad sin un rumbo fijo.

—Deberíamos marcar nuestros pasos, si nos perdemos aquí tardarán horas en encontrarnos. —sugirió Atwood, que caminaba a la cola de la fila. Susane y Jade iban en medio de los dos muchachos y Andrew a la cabeza.

—Buena idea. ¿Tenéis algo que podamos dejar por el camino? —preguntó Andrew.

—Lo siento cerebrito, no me he traído migas de pan. —bromeó Susane, aunque su cara parecía indicar que estaba algo asustada.

—Tal vez podamos marcar la roca con algún hechizo. Andrew, ¿alguna idea? —Jade lo miró directamente a él, ¿por qué esperaba que él se conociera todos los hechizos que necesitaran?

—Bueno, tal vez conozca uno. Pero su eficacia dependerá de la dureza de los ladrillos. —Andrew sacó la varita y apuntó a la pared. —Diffindo.

Una pequeña muesca se imprimió en el ladrillo al que estaba apuntando. No era demasiado visible, pero se podía identificar fácilmente tocándola con la mano.

—Podríamos marcar las esquinas de esta forma. No es muy visual, pero basta con estar atentos.

—No me quedo muy tranquilo con esta solución, Andrew. —se quejó Atwood, encogiéndose de hombros. —Pero supongo que es lo mejor que tenemos.

Continuaron caminando hacia el interior del pasillo, pasando varios minutos sin tener que desviarse hacia ningún lado. La primera encrucijada se presentó inesperadamente, mostrando tres caminos a escoger, uno al frente y dos a los lados. Parecían encontrarse en el centro de una cruz, un cruce de caminos.

—Andrew, mira. —señaló Jade. Había algo marcado en las paredes del inicio de los cuatro caminos.

—Runas...—murmuró Andrew, identificando los trazos. —No estoy muy seguro, pero creo que indican números.

—¿No estás muy seguro? —preguntó Susane, arqueando una ceja. —Antes identificaste la runa del suelo muy rápido.

—Las runas básicas las conozco, pero no soy un experto. —Andrew le sonrió. —Pero te prometo que devoraré todos los libros sobre runas de mi padre en cuanto regrese a casa.

—Entonces, si son números, ¿tal vez la persona que exploró estas mazmorras antes que nosotros los marcó para no perderse? —preguntó Atwood, caminando hacia una runa que parecía un fwooper, el número cuatro.

Wizarding World: El Ataúd de WiggenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora