1. Estimado Bautista

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—¡Me están jodiendo! ¡Esto no puede ser! ¡Esto no es real! —protestó Bautista Salerno acomodando sus anteojos de marco negro y grueso en el puente de su nariz. Los usaba para leer o cuando trabajaba frente a la pantalla de su computadora. Rara vez los llevaba consigo para ver a lo lejos como se lo había indicado su oftalmóloga—. Cinco años de mi vida en esta maldita revista para que me despidan con un simple correo electrónico. Me niego a creerlo. Es una broma de mal gusto.

No tenía con quien quejarse ya que vivía solo en un apartamento en el primer piso de un pequeño edificio. Oliver, el gato negro que había adoptado a través de un grupo de rescatistas que conocía gracias a una amiga, lo miró tan solo un segundo con un dejo de curiosidad en sus ojos amarillos. Estaba acostado sobre el escritorio de madera muy cerca de la laptop gris plata. El animal le dedicó una mirada poco interesada cuando entendió que debía ser otro ataque emocional del humano y siguió lamiendo sus patitas con esmero. Ese gato no iba a involucrarse con su enojo y hacía bien. Bautista estiró su mano y acarició su cabeza de corto pelaje mientras volvía a leer las palabras negras sobre el fondo blanco de la pantalla. Esa vez lo hizo en voz alta como si fuera necesario para ayudarle a entender que había perdido ese trabajo donde no cobraba mucho, pero disfrutaba hacer. Desde que la nueva directora se había hecho cargo de la publicación hacía un año, las cosas habían comenzado a cambiar, pero nunca hubiera imaginado que iban a prescindir de él.

Estimado Bautista,

En primer lugar, como directora de la revista Nueva Visión, quiero agradecerte por tu estupendo trabajo en estos cinco años de compartir con nosotros tu talento y amor por la lectura. Hiciste que tu pasión por los libros se saliera de la tinta para alcanzar a los lectores y contagiarlos. Fue posible tener una reseña literaria cada mes gracias a que devoras libros. ¡Todavía no entiendo cómo lo haces!

Siempre es difícil dar malas noticias así que creo que es necesario explicar la razón por la que he tomado esta decisión con la junta directiva. El mundo avanza, para bien o para mal y lamentablemente tenemos que dejarte ir. La revista solo se publicará en formato digital de ahora en adelante y debe ser más compacta y atractiva para usuarios que no acostumbran a leer en papel. Las reseñas de series y películas serán realizadas por jóvenes influencers de redes sociales en cortos videos que llaman más la atención de la nueva audiencia. Solo incluiremos enlaces a esos videos en la revista.

Te será pagado el mes de enero más el seguro de despidos en fecha, como corresponde. Nuestro contador se asegurará de que todo esté en tu cuenta bancaria. No es necesario que te tomes la molestia de acercarte a la oficina. Ya está todo resuelto.

Confío en que cuando una puerta se cierra, otra se abre. Tienes mucho potencial y seguro tendrás tu momento para brillar en otro sitio.

De nuevo, muchas gracias y te deseamos lo mejor.

Marlene Rivas

Directora de Nueva Visión

—¿Escuchaste eso, Oliver? Dice que no me acerque a las oficinas. ¡Por supuesto que voy a hacerlo! ¿O acaso tiene una orden de restricción en mi contra? Quiero despedirme de algunas personas y preguntarle a Marlene quiénes serán esos jovencitos de redes sociales que harán el trabajo ahora.

Hablaba solo en voz alta como si alguien fuera a responderle. De sobra sabía quiénes lo reemplazarían. Seguía a varios de esos influencers en Instagram. Hacían videos perfectos y estéticos para el poco período de atención que las nuevas generaciones tenían gracias a que consumían esos tontos videos de TikTok. Él estaba seguro de que si le preguntaba a un adolescente qué le había quedado del contenido que había consumido de forma adictiva, ese joven no sería capaz de responderle.

Bautista estaba vistiendo solamente unos boxers negros porque hacía pocos minutos había despertado y había visto la notificación de correo electrónico nuevo en la pantalla que Oliver, en uno de sus paseos por el escritorio, debía haber activado con su movimiento.

La habitación se había inundado con la luz cálida y dorada de un sol naciente que se colaba por las ventanas. El escritorio de madera con su laptop se hallaba junto a esa ventana que miraba hacia la calle y las tiendas. Vivía en el centro de una ciudad llamada Valle Milagroso. En el medio de su cuarto estaba su cama para dos personas que había sido ocupada por él y Oliver únicamente. No recordaba la última vez que había compartido esa cama con otro hombre. En las estanterías blancas que usaba como guardarropas, encontró unos jeans azules, una camiseta blanca y sus zapatillas en la caja marrón de mimbre que estaba en el suelo. La primavera había llegado y él siempre vestía ropa corta y cómoda. A lo sumo se ponía una chaqueta liviana por las noches cuando la brisa fresca soplaba desde los altos cerros que encerraban la ciudad como altas murallas que protegían un tesoro perdido y olvidado.

Se acercó a acariciar a su gato una vez más luego de asearse, metió algunas pertenencias en su bolso y dejó los anteojos para leer sobre la mesa de la cocina. En la planta baja, en un pequeño depósito que no se usaba, los dueños del edificio habían dejado que los inquilinos almacenaran sus bicicletas. Bautista tomó su bici negra que tenía dos líneas azules en los costados, se subió a ella y emprendió viaje. Las panaderías ya habían comenzado a hornear sus deliciosos productos y el aroma a masas frescas que inundaba su calle le había abierto el apetito. Lamentó no haber desayunado algo. Su ánimo era peor si estaba con hambre, pero no había vuelta atrás. Ya tendría tiempo de desayunar en su cafetería preferida en el centro cuando le hiciera saber a Marlene lo que pensaba acerca del despido y de la dirección en la que estaba llevando la revista.

Su cabello castaño estaba un poco largo y ondulado y el viento jugaba con él con dedos traviesos e invisibles. Para llegar hasta las oficinas de la revista debía salir de las calles pintorescas del centro y tomar una ruta de asfalto. Un antiguo gobernante de la ciudad había decidido que el centro fuera un lugar tranquilo y bello. Las construcciones más grandes como las fábricas, empresas y los gigantescos centros comerciales, se ubicaban fuera de la ciudad. Pero el lugar no era muy grande así que en quince minutos estaría allí. O eso creyó. Pensando en todo lo que le diría a su antigua jefa se distrajo bastante. Solía dejarse atrapar por una tela de araña de pensamientos de la que en ocasiones le costaba salir. Se dio cuenta de que el semáforo se había vuelto rojo en un instante. Apretó los frenos e hizo sonar la rueda trasera sobre el asfalto. Esta se deslizó un poco hacia el costado, pero logró detenerse a tiempo, dejando un pie firme sombre la calle. Y luego no entendió lo que estaba sucediendo. Sintió un fuerte golpe en la rueda trasera y salió despedido por sobre el manubrio. Dando un grito de terror que era vergonzoso y con una agilidad desconocida logró aterrizar en cuatro patas sobre la dura superficie del suelo. Sintió el impacto en sus rodillas y en forma paulatina la piel que cubría las palmas de sus manos comenzó a arder.

—¡Dios! ¿Por qué me odias tanto? ¿Qué más puede suceder hoy? —exclamó intentando ponerse de pie, arriesgándose con esa última pregunta a que el universo le enviara algo peor como respuesta. No había nadie alrededor que pudiera ayudarlo. Al menos nadie lo había visto. El primer día de sus vacaciones de verano parecía ser un completo desastre y esperaba que no fuera el anuncio de más cosas desagradables por venir. 

Solo toma mi manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora