11. Los hombrecitos no debían llorar

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Papá tuvo un ACV. Mamá insiste con que vengas. Estamos en San Francisco. En tu antigua clínica. No es obligación. Estoy yo aquí.

Eso decía el mensaje que su hermano le había enviado alrededor de las tres de la mañana. Apenas abrió los ojos cuando el sol ya comenzaba a iluminar esa parte del mundo cuando algunos minutos de las siete habían pasado, eso fue lo primero que vio. Una información que logró alejarlo del recuerdo del beso que le había robado a Bautista. Lo que le llamó la atención de inmediato fue ver el nombre de su hermano en la pantalla del celular porque él, como toda su familia, no le escribía hacía semanas desde que había dicho que era gay. Ver el nombre de Franco lo llenó de anticipación. Eso no podía ser bueno y lo comprobó abriendo el mensaje que no dejaba de leer para comprender que sus ojos no se equivocaban. Era doctor y sabía que ese diagnóstico era grave y para nada alentador. Dejó el dolor del pasado a un lado y se dio una buena ducha caliente, permitiendo que el agua le recorriera el cuerpo. Estaba hirviendo y necesitaba que así fuera para darse cuenta de que estaba en el mundo real, no en un mal sueño. Pensó en todas las secuelas motrices y la parálisis que podía quedar en el hombre luego de ese ataque. Deseó que su padre fuera uno de esos casos que, con el tratamiento adecuado y los ejercicios diarios, pudiera volver a tener una vida normal. Llamó a la clínica donde trabajaba en ese momento para explicar la razón por la que estaría ausente ese día y también le envió un mensaje de voz a Jerónimo. Detestaba estar tomándose esa licencia tan pronto, pero tenía que hacerlo. La respuesta de su amigo no se hizo esperar. Él le deseó lo mejor y le dijo que estaba para lo que necesitara, que solo tenía que llamarlo. Se puso los primeros jeans limpios que encontró en la pila de pantalones y una camisa azul. Luego metió en un bolso gris algo de ropa por si tenía que quedarse en la capital por unos días. San Francisco era la clínica dónde él había trabajado antes y era una de las mejores del país. Los profesionales más actualizados se desempeñaban como médicos en ese lugar. Podía quedarse tranquilo si su madre o su hermano intentaban correrlo de la ciudad. De todos modos, la salud de su padre no estaba en sus manos y él no podía hacer nada.

Condujo a toda velocidad sin prestar atención a lo que decía el locutor en la radio. Era increíble como el rostro de Bautista y sus labios húmedos se borraron de su mente. Aquella noticia lo había movilizado y el día anterior se diluía de sus recuerdos como una gota de tinta en un vaso de agua. Luego de un par de horas detuvo el auto en el estacionamiento del hospital. Era un edificio monstruoso y blanco, de tres pisos llenos de ventanas de cristal cuadradas. Respiró profundo y caminó hacia la puerta principal para buscar el área de Terapia Intensiva. La recepcionista lo reconoció al instante y sonrió por un segundo, dándole la bienvenida. Fue una sonrisa fugaz. No estaba allí en una visita a viejos compañeros de trabajo, sino que su padre estaba en una de las camillas de ese largo corredor, quizá corriendo peligro de vida.

—Doctor Reyes. Es un gusto verlo luego de tanto tiempo. Su familia está en la sala de espera. Aunque no puedo hacer esto, quiero adelantarle que su padre se encuentra estable y los doctores creen que en unas horas podría estar consciente. Está fuera de peligro.

—Gracias, Mariela —dijo él asintiendo y se esforzó por devolverle a la mujer de pelo colorado una sonrisa cálida. Caminó hasta la sala de estar lleno de nervios. Por el gran ventanal de cristal vio el cabello corto y blanco de su madre. Su cabeza reposaba sobre el hombro de Franco. Su hermano tenía rulos oscuros como él y compartían el color azul de los ojos. Pero era más delgado y bajo de estatura. Dionisio era mayor por un año y muchas veces las amigas de su madre habían dicho que si no hubiera existido esa diferencia de edad, bien podrían haber sido mellizos. Él no encontraba el parecido y lo que había sucedido hacía un mes, lo había separado todavía más de su hermano menor.

—Hola... —saludó Dionisio dejando que la puerta se fuera detrás de él y se moviera en un vaivén por un rato antes de detenerse—. ¿Cómo están? Me informaron en recepción que papá se encuentra estable. Eso es bueno. Quiere decir que lo tienen bajo control.

Solo toma mi manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora