13. Gracias por no dejarme solo en ese muelle

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Bautista se pasó una semana pensando en el segundo artículo para su blog, pero no dejaba de descartar ideas. ¿Le sucedería eso a los grandes escritores? ¿Cómo hacían para decidir qué idea debía ser llevada hasta el final y cuál debía ser arrojada a la papelera de reciclaje? Sus días donde había sido el único miembro y presidente del comité de bienvenida para el nuevo doctor de la ciudad y trabajó como guía de turismo, terminaron sin pena ni gloria. No volvió a saber de Dionisio luego del beso y la visita fallida a su casa. Sus mensajes quedaron olvidados y sin leer así que decidió borrar el chat porque era obsesivo y le encantaba repasar qué había dicho y tener la seguridad de que sus palabras no habían causado el alejamiento. Observó la foto de perfil del doctor. El sol estaba sobre su rostro haciendo brillar sus ojos azules y sus rulos oscuros se veían adorables. Al igual que esa sonrisa tímida que no permitía que llegara a todo su potencial. Negó con la cabeza y se dedicó a mirar la única entrada en su blog. Había diez comentarios y habían leído su artículo unas quinientas veces. Eran personas que lo habían encontrado de casualidad buscando palabras clave en internet. Lo alentaron a seguir escribiendo sobre el trabajo, la vida y el amor y eso le dio motivación. Puso una canción en el sitio de música que solía visitar y decidió escribir en modo borrador. Habló acerca de arriesgarse, de las cosas nuevas que la vida traía de forma sorpresiva y como un choque de bicicleta podía cambiarlo todo. Pensó en los raspones y los miedos que generaban. Muchas veces esas heridas eran las responsables de que no volvieras a subirte a una bicicleta. Cuando se sintió conforme con todo lo que había volcado en el archivo suspiró profundo y acarició a Oliver que dormía sobre su regazo y guardó el borrador. Por la noche lo editaría y lo publicaría.

Luego del almuerzo decidió que era hora de tomar un poco de sol y respirar aire fresco. Encontró en el refrigerador dos manzanas verdes y una naranja enorme, tomó una botella de agua y un libro también. Todo eso fue a parar a su mochila. Había decidido leer Harry Potter y la piedra filosofal. Sus estudiantes de la universidad que querían ser profesores en un futuro le decían que debía dejar de ser estructurado, que los alumnos de la escuela secundaria se sentirían más atrapados por la lectura si les dieran cosas más interesantes porque los grandes clásicos a veces se podían volver pesados y un tanto aburridos. Pensó que, si estaba de vacaciones, le daría una chance al libro. No solía leer fantasía o libros para niños. Sin embargo, quería descubrir porqué la historia de un niño mago con un rayo en la frente todavía seguía conquistando lectores.

Se dirigió en su bicicleta hacia Lago Espejo. Era sábado y el ejercicio le vendría bien. Disfrutó de la brisa cálida besando la piel de sus brazos descubiertos y se perdió en la música que salía de los auriculares incrustados en sus orejas. Las flores estallaban en colores a ambos lados de la ruta y los cerros se recortaban como majestuosos gigantes contra un inmenso cielo azul. Dejó su bicicleta junto a la cafetería y se apresuró para llegar hasta el muelle. No quería que nadie le ganara su lugar preferido. ¡Maldición! Ya había alguien allí ocupando el mejor sitio. Un hombre de espaldas a él estaba contemplando el espejo de agua tranquila. Se acercó despacio para no asustarlo. Él tenía intenciones de sentarse al borde del muelle de madera y dejar que sus pies colgaran sobre el agua. Quizá él pudiera darle ese lugar.

—Lo siento. ¿Vas a ocupar el borde del muelle? Pensaba sentarme a leer y quería saber si... —dijo esperando que la otra persona no se lo tomara a mal. El hombre se dio vuelta y Bautista soltó una exhalación—. Dionisio... Está bien. Puedes quedarte. Iré a otro sitio.

Giró sobre sus pies y tragó fuerte para pasar algo que se le había quedado atorado en la garganta, cierto nudo que creyó haber desatado el día que lloró en casa de Mara. Quiso alejarse a toda prisa, su estómago sintiendo los nervios, pero una mano fuerte tomó la suya. Los dedos del doctor se enredaron alrededor de su muñeca y la electricidad lo recorrió entero.

Solo toma mi manoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora