—¿Cómo puedo decirle a Próspero que su hija no es su hija?
—No le digas nada, es mejor mantenerlo en secreto.
—¿Pero no ves que no se va a parecer nunca a él? Los dos niños son rubios como él. Ella... es la imagen de su padre.
—Recordá que la abuela Teresa era india. Decile que salió a esa rama de la familia.
En los brazos de su madre, la pequeña Rosa se retorcía, molesta. No le gustaba que la tuvieran mucho tiempo cargada. Prefería estar en el suelo, gatear en la tierra, revolcarse en el polvo. "Como una india" pensaba su madre. Damiana se cansó de luchar contra el instinto salvaje de su hija y la bajó de su regazo. La miraba con esa cara que marcaría la infancia de Rosa. Era una mezcla de vergüenza, dolor y compasión. La confesión que Damiana le hizo a su hermana Justina se vio interrumpida por el ruido de ladridos fuera de la casa. Había llegado Próspero.
—¿Dónde está mi chiquita? —La mirada del hombre, al entrar al salón, buscaba a la más pequeña de la casa. Rosa extendió los bracitos regordetes hacia ese hombre que le había dado el apellido, pero no su sangre. Tal vez por la confidencia vertida pocos minutos antes, las mejillas de Damiana se tiñeron de colorado. Justina se levantó para evitar cruzar sus ojos con los de su cuñado. Tenía miedo de revelar más de lo que la prudencia consideraba adecuado.
Por una cruel jugada del destino, Próspero preferiría a esa niñita, antes que a sus hijos mayores. Toribio y Eliseo nunca fueron sus favoritos. Toribio tuvo la desgracia de morir apenas cumplió diez años, a causa de una epidemia de polio y que dejó a Eliseo condenado a usar un bastón de por vida. Rosa, en cambio, no se contagiaba ninguna de las enfermedades que asolaban la casa o, en el caso de contraer alguna de ellas, no pasaba más de una noche con fiebre. Era resistente a todo. "Por su sangre india, como su verdadero padre" se decía Damiana para sí.
A Próspero nunca se le cruzó por la cabeza la idea de que Rosa no fuera su hija. Ni siquiera manifestó esa duda al ver que la niña no se parecía en nada a sus otros dos vástagos. Murió en esa misma cama en la que Damiana se entregó a los brazos de su amante, rodeado de los suyos y apenas un año después del entierro de su primogénito. Rosita fue la que le dio un último beso en la frente a su Tata. Cuando esa noche la vida de Próspero se apagó, Damiana se sintió libre al fin. No porque no lo quisiera ni lo hubiera dejado nunca de querer. Su corazón era lo suficientemente grande para abarcar a más de un hombre. Al cerrar los ojos de su marido para siempre, ella sabía que el secreto del linaje de Rosa no corría peligro. Nadie iba a cuestionar su carácter de heredera de Próspero Ledesma. Justina, su hermana y confesora, había muerto hace muchos años ya. El verdadero padre de Rosa, ese criollo de piel curtida y oscura, ojos achinados y cabello rebelde como la crin de un caballo cimarrón, nunca iba a volver por el pueblo. Lo perseguía la ley y habían puesto una recompensa sobre su cabeza. Damiana suspiró al recordar esa noche en la que, con Próspero del otro lado de la cordillera, ella se entregó a los brazos de ese hombre, encendida por el deseo y el peligro de ser descubierta. Una sola noche fue suficiente para que el criollo dejara plantada la semilla de la flor silvestre que era Rosa.
Rosa no tenía ni una sola gota de sangre de la familia Ledesma, pero tal vez por criarse en ese hogar, por respirar el mismo aire de su abuela y sus tías, o cualquier extraña razón, había adquirido las dotes musicales que caracterizaban a las jóvenes Ledesma. La niña era una criatura un tanto extraña: con su piel oscura, ojos achinados y gruesas trenzas negras, y su predilección por andar descalza por la casa incluso en invierno, parecía pertenecer más al entorno de los sirvientes. Hubiera sido más lógico verla fregar los pisos o desplumando una gallina en la cocina, que vestida con telas vaporosas que le daban un aire de un ángel chamuscado. Al ser la única hija mujer, sus padres la tenían de punta en blanco como una muñeca de porcelana. Salvo por los zapatos, que no había manera de que los usara.
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La sonámbula
Fiksi UmumLa historia de una familia marcada por la tragedia. ¿Será una maldición familiar? ¿Qué tendrá que ver el cadáver de la mujer sin cabeza? ¿Podrán las nuevas generaciones escapar del destino de amores frustrados?