Él a veces me invitaba a aquel restaurante, el mismo de siempre. Aquel restaurante que me hacía sentir segura.
Pero era sólo eso, una invitación. Nunca me ofrecía el menú, en realidad nunca me ofrecía nada, en ocasiones llegué a pensar que yo me tenía que cocinar, atender y cobrar.
Bueno, si existió ese momento, en el que él hacía esas cosas por mí, solo que ahora cambió de cliente, su servicio es exclusivo para ella;
Ella...
La que nunca necesitó una reservación, la que no mantuvo en la lista de espera y por la que siempre estaría esperando aquella mesa, su mesa VIP.
He de reconocer que por algún tiempo le tuve envidia; su clienta frecuente, a la que jamás sería capaz de quitarle el menú. Con la que él se sentía cómodo, feliz, e incluso enamorado, como nunca se sintió conmigo. Y siempre me preguntaba, ¿por qué yo no? ¿Que había de malo conmigo?
Y, a pesar de los años y de la vida que ha pasado, yo seguía atrapada en aquel verano del 2022. En esos días cálidos en los que solo importaba él. Seguía sentada en el mismo lugar donde él me dejó, que además de todo, era su favorito. Me dejó esperando esa señal, la que tanto anhelaba; pero no llegó. Y aunque a veces, llegaban mensajes, señales confusas, nunca logré descifrar sus intenciones, ya que, ni sentado conmigo en ese restaurante, logró mostrarme sus sentimientos. Ni el menú.