Perdón Marlene

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Ya llevaba un par de semanas acompañando a Úrsula hasta su paradero a Reque. Caminábamos desde la avenida Sáenz Peña y Vicente de la Vega, cruzando la avenida Balta y llegábamos al cruce entre Simón Bolivar y Lora y Cordero. Durante el camino, la conversación solía ser fluida en tanto no tuviésemos que hablar del ingreso a la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo (La Pedrito para los amigos). Ella era uno de los primeros puestos de toda la promoción, así que los profesores y directivos la veían como una prometedora nueva promotora del exigente sistema educativo que incluía estudiar hasta los sábados, de la flamante Institución Educativa Privada "Peruano Castellano".

En los "exámenes simulacro" que organizaba el colegio cada bimestre para fogearnos y así llegar al examen real con más experiencia, Úrsula llegaba hasta las lágrimas cuando no obtenía el puntaje que le permitiese continuar dentro de los mejores 5 postulantes de la promoción. Lloraba junto a sus compañeros del mismo nivel académico y me obviaba cuando la acompañaba durante esa época de exámenes, entonces yo me convertía en una suerte de apéndice bien peinado que le seguía el paso durante los recesos.

Normalmente estaba acostumbrado a guiar el ritmo de la interacción en mis relaciones, pero Úrsula solía tomar el mando y yo solo me resignaba, medio alegre y medio incómodo porque llegaba al punto de aburrirme. Sin embargo continuaba allí verdaderamente porque Úrsula no solo se hallaba dotada de una disciplina académica ejemplar, sino también de un atractivo natural: Sus gestos eran delicados, caían y se elevaban junto con su risa y su piel morena conjugaba armoniosamente con sus labios púrpuras. No tenía unos senos verdaderamente grandes, pero se erguía y caminaba de tal manera que daba la impresión de que sí, de que en cualquier momento los botones de la camisa no aguantarían más. Sumado todo esto, Úrsula resultaba un buenísimo partido del cual yo me debería encontrar encantadísimo de disfrutar, cosa que necesitaba aparentar si quería sacarle celos a Laura.

Laura me había adornado con Martín, un amigo mío de cabello sin necesidad de peinar, nariz aguileña, camisa percudida y pestañas rizadas. Yo le había enseñado a jugar de lateral izquierdo y el muy hijo de perra bromeaba y jugueteaba conmigo durante los entrenamientos para luego verse a escondidas con Laura. Estudiaban en la misma aula y eso había ayudado a que se terminaran encamando cuando Laura y yo nos separamos durante un mes, mes en el que yo también intenté tirarme a alguien pero no pude: la extrañaba. Luego de descubrir su jugarreta, creí que Laura y Martín no seguirían juntos, de alguna manera creí que Laura se sentiría lo suficientemente culpable como para no seguir con él, sobre todo sabiendo que al próximo año, en quinto, nos volveríamos a ver y yo los tendría que ver juntos, yendo por allí, vertiendo por todo el colegio su hedor de ratas. Pero no, el acontecimiento afianzó su relación y a mí o a mi orgullo no le quedó otra opción que empujarme contra Úrsula y Marlene, Úrsula para salvaguardar mi vida pública; y Marlene para superponer su piel sobre el de Laura.

Conocí a Marlene a través Facebook. Bastaron un par de mensajes para sentirnos cómodos y comenzar a coquetearnos de manera cada vez más apresurada, punzante, fogosa. Ella tenía 3 años más que yo: 19, y en sus fotos se veía delgada, mostrando un largo cabello oscuro alrededor de una cara alargada, labios pequeños, mustios, y unos ojos comunes detrás de unos lentes de montura circular. Hipster. Estudiaba turismo y negocios internacionales en una universidad de clase media-baja, tenía una familia de pocos integrantes y estaba cansada del sexo pero me mandaba fotos de sus agradables senos con cierta regularidad.

Mientras mi relación con Úrsula no pasaba de cargarle la mochila hasta su paradero a Reque, invité a Marlene a tirar y ella aceptó. Ella estudiaba por la mañana y yo por la tarde, así que tuve que soplarme las clases de aquel miércoles. Le mandé un mensaje a Úrsula avisándole que tenía un partido importante, así que faltaría al colegio, entonces no pasaríamos el receso juntos pero sí iría a verla a la salida. Luego de cambiarme en los baños de un centro comercial, esperé a Marlene en donde habíamos acordado: justo en la esquina en donde su colectivo tendría que dejarla y justo en donde deberíamos tomar la combi que nos llevaría a una calle cercana al telo al que solía ir con Laura, pues dejaban entrar a menores. Esperé algunos minutos luego de comprar unos condones en la farmacia de la misma esquina. Marlene llegó: Era casi de mi tamaño y llevaba unos jeans ajustados junto con una liviana camisa gris de lana encima de una blusa blanca, con zapatillas Converse. Hipster. No la miré mucho. Bromeamos un poco, nuestra combi llegó rápido.

Al llegar al hotel, tuvimos que permanecer en la calle mientras yo tocaba la reja metálica de la entrada, esperando a que alguien bajase a abrirla. Un joven, aparentemente el de limpieza, bajó, tomó mi dinero, presionó un botón, la puerta de rejas rojas metálicas se abrió y Marlene y yo pasamos, subimos unas cuantas escaleras, entramos a la habitación y de repente nos sentimos a salvo, como si lo más peliagudo ya hubiese pasado y ya pudiésemos mirarnos bien y sonreír. Nos tiramos a la cama sin abrazarnos y conversamos. Yo puse algo de música y bromeé un poco. Luego se puso de pie y entró al baño. Ella sería la segunda mujer con la que me iría acostar, mi última interacción sexual había sido hace meses, con Laura, pero entonces éramos enamorados y todo era más sencillo y rápido. Yo no quería asustar o incomodar a Marlene con algún movimiento brusco (pajero). Tomé una decisión. Marlene salió del baño y me halló sentado en la cama, como a punto de burlarme, mirándola, ella se extrañó, sonrió y se sentó también pero yo no dejé que lo hiciera, tome su mano y me puse de pie, me acerqué y la besé.

Todo el acontecimiento fue mucho mejor que mis experiencias con Laura: desde el mejor sexo oral que había recibido hasta entonces (y hasta ahora), hasta frases como "¿Para qué? Si ya lo estamos grabando en nuestra memoria" cuando le propuse grabarnos con su celular. Pero todo fue en vano, el aroma de Marlene me era extraño, tanto como la textura de su piel: me era tan ajena que, si hubiese gastado el suficiente tiempo para reflexionar sobre ello, me hubiera terminado dando asco. Laura seguía allí, debajo de la cama, entre las almohadas, en el condón que llevaba puesto, entre el cabello ondulado de Marlene, ella seguía allí y yo quería sacarla, pero no podía.  Había llegado al punto de meterme a un hotel con una desconocida a mis 16 años solo para experimentar, averiguar si eso podría ayudarme a disolverme de la cara la humillación y la impotencia, pero no, y quizá por eso terminé con furia las 4 veces que cogimos. A Marlene le gustó bastante. Yo sentí que me suicidé 4 veces. Marlene se puso de pie y comenzó a vestirse, era realmente bella, ¿Qué pasaba conmigo?

Salimos del hotel y compramos algo de comer, yo compré galletas cajamarquinas y ella pidió algo de tomar. Caminamos. Le ofrecí una galleta, se la llevé a la boca y luego la llevé a la mía justo cuando ella cerraba sus dientes, logré escuchar el sonido del esmalte. Reímos a carcajadas.

- ¡Ay! ¡Malvado! - fue suficiente, no sé si por la forma tan diva con la que lo dijo, no sé si por lo exageradamente delicada que se mostró, no sé si fue Laura otra vez, pero me asqueó, se disolvió y no importó el mejor sexo oral, los tatuajes, la feminidad, la mayoría de edad frente a la mía, todo se esfumó porque dijo "malvado" de una manera en la que hasta el día de hoy no comprendo por qué, pero me disgustó a tal punto de no querer volver a verla nunca más. No era culpa suya, no había algo malo en ella, simplemente hubo algo que se descolocó en mí con ese "¡Ay! ¡Malvado!" que ella me arrojó graciosamente, sin reprocharme realmente, sin fruncir el ceño. De una u otra forma, Laura o yo, o yo y Laura habíamos encontrado la manera de recordarme que ella seguía allí y de gritarme que tirar con Marlene no serviría. Laura y su aroma seguían allí y yo posteriormente necesitaría pasar por 10 mujeres para entender que no había algo malo en ellas por no poder satisfacerme, simplemente la insatisfacción estaba en mí, lo malo estaba en mí, o de plano lo malo era yo.

Dejé a Marlene en su paradero. Me despidió con un exhibicionista beso en los labios y yo fui en dirección al colegio. Ya era de noche, casi las 19:30, por tanto llegaría a tiempo para acompañar a Úrsula a su paradero a Reque. Llegué y esperé en una esquina cercana a la salida. ¿Marlene o Úrsula? ¿Quién estaba más cerca de Laura, Úrsula con su mal aliento, sus dosieres, sus nalgas suaves, chistes internos con sus amigos académicamente responsables; o Marlene, con esa rosa tatuada en su vientre, su feminidad excitante y su facilidad para acostarse con un niño al que conoció por Facebook?. Úrsula llegó y caminamos en silencio. Me miraba de rato en rato, buscando descifrarme. Yo solo miraba mis pisadas, culpable, arrepentido, cabizbajo, decidido a sucumbir ante la culpa y contarle todo, detalle a detalle, y que ella me diera la cachetada que me liberaría y me haría sentir la justicia. Antes de llegar al cruce de Simón Bolivar y Lora y Cordero, paré, suspiré, la acomodé delante mío y metí las manos en los bolsillos.

- ¿Qué pasó? ¿Estás bien? - preguntó, preocupada, las manos en las asas de su mochila.

- Yo... - le dije que no fui realmente a jugar un partido importante, que fui a encontrarme con alguien, una mujer, una universitaria, atractiva, coqueta, que no había pasado nada, que yo no había podido, que pensaba demasiado en ella, que al fin lo había notado, que no había duda - hoy me he convencido de que a quien quiero es a ti, Úrsula - nos besamos.

CORAZÓN DE PERRODonde viven las historias. Descúbrelo ahora