Madre mía ya es septiembre que pereza, volver con los libros, los apuntes, las broncas de los profes y todo... Pero bueno, este año me he propuesto centrarme más y ser la mejor de la clase(aunque todos sabemos que no va a ser así pero bueno por intentarlo no se pierde nada) Y encima en la universidad habían hecho una nueva ley y de las peores del universo, habitaciones de chicos y chicas mezcladas, a que mente criminal se le ha ocurrido hacer esta tontería. Pero bueno por lo menos voy con mi amiga Sara y nos ha tocado en la misma habitación no me quejo la verdad.
Yo estoy estudiando psicología y Sara esta estudiando ingeniería y estamos estudiando en Columbia. Hoy es nuestro primer día y las habitaciones son mixtas y es una mierda no sabemos cuales son nuestros compañeros, pero pronto lo sabremos.
En la recepción nos dieron las llaves y el número de la habitación que es la 143, estaba en la primera planta osea que no había que subir muchas escaleras. Cuando llegamos a la puerta se empezó a notar un gran olor a tabaco y unas risas masculinas. Sara y yo al instante nos miramos con caras estupefactas y después miramos la puerta y decidimos entrar.
Cuando abrimos la puerta, nos encontramos con un grupo de chicos sentados en el suelo, rodeados de cajas y maletas aún sin deshacer. Nos miraron con una mezcla de sorpresa y curiosidad, y el silencio que se hizo fue bastante incómodo.
—Hola, soy Raquel, y ella es Sara —dije, intentando romper el hielo—. Parece que seremos compañeros de habitación este año.
Uno de los chicos se levantó, apagó el cigarrillo que tenía en la mano y nos sonrió. Tenía una apariencia desenfadada y una gorra de béisbol al revés.
—Yo soy Marcos, él es David y aquel es Juan —dijo señalando a los otros dos chicos que todavía estaban sentados—. Perdón por el desorden y el humo, no sabíamos que ya iban a llegar nuestras compañeras.
Sara asintió, un poco más tranquila al ver que no éramos los únicos nerviosos. Empezamos a desempacar nuestras cosas y a ordenar nuestras camas mientras charlábamos con los chicos. Resultó que Marcos y David también estaban estudiando ingeniería, aunque en diferentes especialidades, y Juan estaba en el tercer año de arquitectura.
—Así que, ¿psicología y ingeniería? —preguntó David, levantando una ceja—. Una combinación interesante.
—Sí, parece que habrá muchas conversaciones interesantes este año —respondió Sara con una sonrisa.
A medida que pasaban las horas, la habitación se iba transformando de un caos total a un lugar un poco más ordenado. Decidimos salir a cenar todos juntos para conocernos mejor y explorar los alrededores del campus. Caminamos por las calles iluminadas, llenas de estudiantes que, como nosotros, se preparaban para un nuevo año académico.
Al llegar a un pequeño restaurante cerca del campus, nos sentamos en una mesa grande y empezamos a hablar sobre nuestras expectativas, miedos y esperanzas para el año. La conversación fluyó fácilmente, y nos dimos cuenta de que, a pesar de nuestras diferencias, teníamos mucho en común.
—Tengo la sensación de que este año será inolvidable —dijo Juan, levantando su vaso para un brindis.
Todos levantamos nuestros vasos, riendo y brindando por el inicio de una nueva etapa en nuestras vidas. Aunque el futuro era incierto y lleno de desafíos, en ese momento nos sentimos invencibles, listos para enfrentar lo que sea que viniera.
Cuando regresamos a la residencia, ya era bastante tarde. Nos despedimos en la puerta de nuestras habitaciones y cada uno se fue a su cama. Antes de dormir, me quedé un momento mirando el techo, pensando en lo rápido que había cambiado todo y en cómo, a pesar de los nervios iniciales, me sentía emocionada por lo que estaba por venir.
—Buenas noches, Sara —dije en voz baja.
—Buenas noches, Raquel —respondió ella—. Mañana será un día interesante.
Y con esa última reflexión, cerré los ojos, dejándome llevar por el sueño, sabiendo que este año en Columbia iba a ser una aventura inolvidable.
A la mañana siguiente, me desperté temprano, aún ajustándome al nuevo entorno. La luz del sol entraba por las cortinas, iluminando suavemente la habitación. Podía escuchar los sonidos de la universidad comenzando a cobrar vida: estudiantes caminando, risas y el ruido de puertas abriéndose y cerrándose.
Me levanté con cuidado para no despertar a Sara, que todavía dormía profundamente. Me dirigí al baño compartido y, después de una ducha rápida, volví a la habitación para vestirme. Decidí optar por algo cómodo pero presentable para el primer día de clases. Sara se despertó poco después, y ambas nos preparamos mientras hablábamos de nuestras primeras impresiones y planes para el día.
—¿Lista para enfrentarte a la jungla universitaria? —le pregunté a Sara con una sonrisa.
—Lista como nunca —respondió ella, devolviéndome la sonrisa.
Salimos de la habitación y nos dirigimos al comedor. El olor a café recién hecho y a pan tostado llenaba el aire. Nos encontramos con Marcos, David y Juan, que ya estaban sentados en una mesa con bandejas llenas de comida. Nos unimos a ellos, y la conversación se reanudó con la misma facilidad que la noche anterior.
—Entonces, ¿qué clases tienen hoy? —preguntó Juan, mordiendo una tostada.
—Tengo Introducción a la Psicología a las nueve y luego una clase de Estadística —respondí—. Y tú, Sara?
—Yo empiezo con Cálculo y luego tengo Física —dijo ella, haciendo una mueca—. Un comienzo pesado.
—¡Bienvenidas al club de los sufridos ingenieros! —exclamó Marcos, levantando su taza de café en un gesto de solidaridad.
Después del desayuno, cada uno se dirigió a su respectivo edificio. Mi primera clase era en el edificio de Ciencias Sociales, un lugar imponente con enormes columnas y amplios ventanales. Entré al aula y busqué un asiento cerca del frente, queriendo asegurarme de no perderme ningún detalle.
La profesora, una mujer de mediana edad con una mirada amable pero firme, comenzó la clase con una introducción al curso y una breve explicación de lo que podíamos esperar. Tomé notas diligentemente, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo. A medida que la clase avanzaba, me fui relajando y disfrutando del tema.
Después de la clase de Psicología, tuve un pequeño descanso antes de Estadística. Aproveché el tiempo para explorar un poco el campus. Pasé por la biblioteca, un edificio antiguo con una atmósfera casi mágica, y luego por el centro estudiantil, donde los clubes y organizaciones tenían puestos promocionando sus actividades.
La clase de Estadística fue un poco más desafiante, pero el profesor era enérgico y logró mantener la atención de todos. Al final del día, me sentí agotada pero satisfecha con cómo habían ido las cosas.
De regreso a la residencia, me encontré con Sara y los chicos en el pasillo. Todos parecían tener historias que contar sobre su primer día. Decidimos pasar la tarde juntos en la sala común, compartiendo nuestras experiencias y ayudándonos con las tareas que ya nos habían asignado.
—¿Quién diría que el primer día sería tan intenso? —dijo David, echándose hacia atrás en el sofá.
—Y esto es solo el comienzo —respondió Sara—. Pero, al menos, estamos juntos en esto.
Esa noche, mientras nos preparábamos para dormir, me sentí agradecida por haber conocido a Sara y a los chicos. Sabía que este año no solo sería un desafío académico, sino también una oportunidad para formar amistades.
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Hasta que la vida nos separe
RomanceRaquel y Sara son dos estudiantes que vienen de California. Siempre han sido inseparables ya que sus madres eran amigas desde pequeñas y se han criado juntas. En el momento que pisan la universidad de Harvard, no se dan cuenta pero van a encontrar a...