el inicio del final

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Doña Rosa vivía en una gran ciudad, sola y abandonada por su familia. Pasaba sus días en una casa humilde, rodeada de recuerdos y pertenencias que alguna vez fueron suyos, pero ahora, se desvanecían junto con su esperanza.

La soledad y el abandono la consumían, y cada día era una lucha para encontrar algo de comida y calor, en un mundo que parecía haberla olvidado.

Había trabajado duro toda su vida, sin estudios formales aprendió a leer y sacó adelante a tres hijos varones, pero ahora, en su vejez, se encontraba luchando para sobrevivir.

Sus ahorros se habían agotado hacía mucho tiempo, y su pensión apenas era suficiente para cubrir sus necesidades más básicas. La familia que una vez prometió cuidarla y protegerla, la había abandonado, sumiéndola en la desesperación y el desamparo.

Con el paso de los días, Doña Rosa se vio obligada a vender sus pertenencias, una a una, para poder sobrevivir. Vendió su cama, su ropa, sus libros y sus recuerdos más preciados, con lágrimas en los ojos y el corazón roto. Cada venta era un golpe a su dignidad y un recordatorio de su soledad y abandono.

Pero incluso después de vender todo lo que tenía, la situación de Doña Rosa no mejoró. El hambre y el frío se apoderaron de ella, y su cuerpo frágil apenas podía soportar el peso de la vida que llevaba. Se encontraba en un punto de desesperación absoluta, sin esperanza de un mañana mejor.

Un día, mientras deambulaba por las calles del pueblo, Doña Rosa llegó a la plaza central. Allí, rodeada por la gente que pasaba apresuradamente, sintió una oleada de rabia y desesperación. Se detuvo en medio de la plaza, con lágrimas en los ojos y el corazón lleno de dolor.

Con un suspiro profundo, Doña Rosa sacó un fósforo de su bolsillo y lo encendió. La llama parpadeaba ante sus ojos, una pequeña chispa de esperanza en medio de la oscuridad que la rodeaba. Con decisión, levantó el fósforo hacia el cielo y lo dejó caer sobre su ropa, ropas viejas, secas y de lana; viendo cómo las llamas devoraban todo a su alrededor.

Mientras el fuego consumía su cuerpo, Doña Rosa sentía una sensación de liberación y poder. Se negaba a ser olvidada y abandonada, se negaba a ser una víctima del sistema que había fallado en protegerla. Su acto de protesta era un grito de rabia y desesperación, un recordatorio para todos aquellos que la habían abandonado y olvidado.

Y así, en la plaza de Carondelet, Doña Rosa se convirtió en una llama ardiente de resistencia y dignidad. Su sacrificio no fue en vano, su memoria perduraría en la historia como un símbolo de la lucha de los olvidados y desamparados. En su muerte, encontró la paz que tanto anhelaba, y su voz resonaría por siempre en los corazones de aquellos que se atrevían a escuchar.

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⏰ Última actualización: Apr 16 ⏰

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